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Opinión

9 de Diciembre de 2021

Columna de Alvaro Bisama: Pinochetismo disney

Pinochet está en la monserga anticomunista que parece poblar estos días y esta campaña; en esa fantasía de un enemigo poderoso que no es tal pero que se despliega como una épica sacada de una mala serie de tevé emitida los domingos antes del humor cómplice del Jappening.

Álvaro Bisama
Álvaro Bisama
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Pinochet está aquí y ahora. Su fantasma nunca se fue y ahora campea a sus anchas por las ciudades, en la campaña presidencial y la memoria. Es una estampita de la que ahora nadie parece avergonzarse, disneyficada, mientras reaparece de soslayo en la imagen del candidato de la ultraderecha con lentes negros en su propaganda televisiva del domingo, algo que es puro cosplay dictatorial, pura nostalgia ceneta. Está en la relativización de la ciencia, de las vacunas, en el desprecio al cambio climático, a los derechos humanos y los derechos de los animales; es algo que repta y se levanta con la idea de que Chile está en guerra con el marxismo, con el comunismo, con la ONU, con China, con Cuba, Venezuela, Maduro, Corea del Norte, Narnia y con todas las fronteras reales e imaginarias que existen en América y en el resto del mundo. Porque él es el rostro que está detrás de los escudos del Capitán América, de la calavera del Punisher y del logo de Batman, de todos esos íconos robados de las películas de superhéroes que ahora los acólitos del candidato de la ultraderecha abrazan como si fuesen objetos de poder, puros fetiches que explican su relación de sumisión o venganza con mundo. Pinochet está en el corazón de esa alt-right chilena que es en realidad una versión remixada de la Avanzada Nacional de los 80, en esa memoria que quiere reescribirse para presentarlo como un héroe o como un abuelito bueno y no como un dictador juzgado por violaciones a los derechos humanos y robo, como ese caudillo que nunca llegó a ser por más que lo intentó. Porque está acá: en el discurso de los que dicen que no son de izquierda ni de derecha y que odian a la casta política porque creen estar más allá y hablan de economía como si utilizaran una lengua muerta o cifrada, como si con eso desplegaran una revancha anhelada. Está en la monserga anticomunista que parece poblar estos días y esta campaña; en esa fantasía de un enemigo poderoso que no es tal pero que se despliega como una épica sacada de una mala serie de tevé emitida los domingos antes del humor cómplice del Jappening. Está en la bandera chilena multiplicada como símbolo ad nauseam; esa bandera hecha jirones por el manoseo y el chovinismo nacionalista al punto de hacernos recordar el poema ya clásico de Elvira Hernández: “A la Bandera de Chile la tiran por la ventana/la ponen para lágrimas en televisión/ clavada en la parte más alta de un Empire Chilean/ en el mástil centro del Estadio Nacional”. Pinochet está en la vuelta de Patricia Maldonado a la televisión abierta y sus burlas a Fabiola Campillai. Está en las rutas republicanas, en esos programas de gobierno que nunca fueron programas pero que parecían adornados por una orla hecha de puras chupallas de huaso, empecinados en la repetición infumable de palabras como familia, patria o bandera, puros conceptos descargados de cualquier sentido comunitario para ser presentados como espacios o mundos o signos amenazados. Está en la especulación del miedo, en la celebración de la agresión. Está las rancheras y el rap de la campaña del candidato de la ultraderecha, canciones horribles ambas. Sí, Pinochet nunca se fue del todo. Tuvo su estado de crisálida en las proclamas del nacionalismo más ramplón de Bonvallet en los 90 (que llegó a entrevistarlo de modo casi sumiso), en todos los bailecitos de Kike Morandé (que le animaba los cumpleaños), en los corcoveos retóricos de Mario Desbordes (que parecía querer un futuro democrático y terminó apoyando al candidato de la ultraderecha). Sobrevivió en la televisión, en el espectáculo, en los lugares donde la memoria nunca fue importante. De hecho, el pinochetismo fue el hálito que recorrió todos esos matinales y programas políticos donde invitaron por años a Camila Flores o a personajes semejantes cuyas barbaridades subían el rating pero también apuntalaban la cultura de las fake news. Todos felices, no pasaba nada, del mismo modo en tampoco pasaba nada con todos esos youtubers patrióticos que asolan las redes volviendo reales todas esas caricaturas y memes que parecían inofensivos; todos esos monólogos fascistas y delirantes, todos esos discursos del odio dejaron de ser chistes y parodias para convertirse en puras voces lanzadas hacia adelante que deseaban abrazar y gozar con la fantasía (y la amenaza) de una violencia catártica que limpiaría Chile de los terroristas, de los mapuches, de los izquierdistas, los comunistas, las mujeres, los homosexuales, los pobres, los migrantes, los estudiantes, de todo el que pudiese ser o soñarse como un enemigo; esa violencia que sacaría a la luz a todos esos antipatriotas, a todos esos ciudadanos que eran falsos chilenos y chilenas, al fin y al cabo. No, Pinochet nunca nos dejó del todo. Y aunque nadie lo menciona directamente podemos descubrirlo como una colección de señales desplegadas en el éter, de murmullos diarios hechos de horror y violencia simbólicas. Por lo mismo, no dejo de recordar un viejo poema que Carlos Droguett escribió en el exilio, en 1980. El poema es una parodia de Neruda y se llama “Pinochet viene volando”. “Vienes volando solo, solitario,/solo entre muertos, para siempre solo,/ vienes volando sin tumbas y sin huelgas,/ sin azúcar, sin pan, sin patria, sin zapatos,/ con seis mil ojos fatales ya comidos,/ extendido en el aire de tu muerte,/ vienes volando”, le dice Droguett a Pinochet en el cierre y al leerlo me parece que fue escrito este año, esta semana, este día, este minuto exacto. 

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