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Opinión

24 de Diciembre de 2021

Columna de Yenny Cáceres: El milagro de Maradona

La imagen muestra a Yenny Cáceres frente a uno de los protagonistas de la película

Fue la mano de Dios es un homenaje a Maradona, a Nápoles y a sus padres, pero también es un homenaje al cine.

Yenny Cáceres
Yenny Cáceres
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El cineasta Paolo Sorrentino sabe con certeza el día exacto en que terminó su juventud. Fue el domingo 5 de abril de 1987, tenía 16 años y su ídolo, Diego Armando Maradona, jugaba un partido con la camiseta del Nápoles, el equipo de sus amores y de su ciudad natal. Por eso, prefirió no acompañar a sus padres, que viajarían a una cabaña, fuera de Nápoles. Ese día, sus padres morirían intoxicados por una fuga de monóxido de carbono.

Sorrentino, director italiano que se consagró internacionalmente con el Oscar a Mejor Película Extranjera para La gran belleza (2013), reconstruye este episodio de su vida en Fue la mano de Dios. Estrenada en Netflix, es su película más íntima y, según ha dicho Sorrentino, recién ahora encontró el valor para filmar esta historia. En la cinta, es un tío ya mayor quien le advierte a Fabietto (Filippo Scotti), el alter égo de Sorrentino, que gracias a Maradona se salvó de morir junto a sus padres.

El “Diego” en Nápoles es como un santo patrono. Hasta ahora, en sus paredes hay murales para recordar su paso por esta ciudad del sur de Italia. En 1987, de la mano de Maradona, el Nápoles alcanzaría por primera vez en su historia el scudetto de la liga italiana. “Llegó como hombre y se fue convertido en Dios”. Esa frase, que apareció entre los fervorosos obituarios que se escribieron el año pasado cuando murió el futbolista argentino, describe su paso por el Nápoles y también sirve para entender el espíritu que anima a Fue la mano de Dios.

Estrenada en Netflix, es su película más íntima y, según ha dicho Sorrentino, recién ahora encontró el valor para filmar esta historia.

Este es un Sorrentino estilísticamente más contenido que el de La gran belleza, que era un gran fresco barroco sobre una Roma decadente e intelectualmente esnob hasta lo insoportable, pero que no podíamos dejar de mirar. Esta sensualidad de las imágenes es uno de los sellos del cine de Sorrentino, pero acá lo que lo mueve son los recuerdos, o la reinvención de los recuerdos de su juventud, que fluyen como un torrente de emociones.

Aquí hay mucho deseo, verano y ropa pegoteada, todo concentrado en Fabietto, el protagonista, un adolescente con las hormonas disparadas, enamorado de su voluptuosa tía Patrizia y en busca de su destino tras la muerte de sus padres. Está la nostalgia por el típico familión italiano, en que cada miembro es un mundo aparte, aunque todos comparten un sentido del humor desatado, cruel a ratos, con esa confianza que solo se da solo en las familias. Y, sobre todo, hay mucho cariño en la forma en que Sorrentino filma a sus padres, una relación con sus momentos felices y otros más oscuros, pero siempre cómplices y hasta enamorados.

“Nadie puede escapar de su fracaso y nadie escapa realmente de su ciudad”, le aconseja un viejo director de cine a Fabietto, que hacia el final de la cinta aspira a convertirse en cineasta. Más allá del guiño biográfico, la frase es un ajuste de cuentas de Sorrentino con su pasado. Porque Fue la mano de Dios es un homenaje a Maradona, a Nápoles y a sus padres, pero también es un homenaje al cine. Un tributo que no solo se reduce a la presencia de personajes fellinianos. Nadie que ama contar historias puede escapar a esa pulsión por contar historias, aunque sean dolorosas. Pero para hacerlo, es mejor volver a nuestros orígenes. Porque el cine nos puede salvar, así como salvó a Sorrentino.

Este es un Sorrentino estilísticamente más contenido que el de La gran belleza, que era un gran fresco barroco sobre una Roma decadente e intelectualmente esnob hasta lo insoportable, pero que no podíamos dejar de mirar.

*Yenny Cáceres es periodista y autora del libro “Los años chilenos de Raúl Ruiz” (Catalonia-Periodismo UDP), ganador del Premio Escrituras de la Memoria 2020.

También puedes leer: Columna de Yenny Cáceres: Tres vidas y un solo Ruiz


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