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Opinión

30 de Diciembre de 2021

Columna de Rafael Gumucio: Tan joven como el abuelo

Rafael Gumucio frente a una foto de Gabriel Boric

Gabriel Boric es el joven que todos los viejos sueñan ser. Un joven para abuelos. Un joven que prefiere ser nieto a ser hijo. Y tiene razón, porque la generación de sus abuelos fue, antes de la suya, la última generación oficialmente joven de la historia de Chile.

Rafael Gumucio
Rafael Gumucio
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El presidente electo es joven. Eso es cualquier cosa menos una novedad. Jóvenes, Boric, Jackson, Vallejo y compañía, llevan siéndolo al menos 11 años. Nadie, desde los Beatles, ha sido joven tanto tiempo. Nadie ha sido por tantos años saludado como una novedad a pesar de ocupar de manera reiterada cargos de poder en parlamentos, ministerios, y alcaldías de todo Chile.

Para entender ese fenómeno hay que recordar que la juventud es una edad, pero es también una idea. Una idea de la que los chilenos mayores de edad estamos singularmente enamorados. Un joven es alguien, en nuestra imaginación, que puede hacer el amor toda la noche sin píldoras ni disculpas. Un joven es una persona que puede saltarse todos los escalones de la escalera sin romperse nada. O puede romperse todo y a las semanas tener todos los huesos de vuelta y volver a saltar.

Nadie ha sido por tantos años saludado como una novedad a pesar de ocupar de manera reiterada cargos de poder en parlamentos, ministerios, y alcaldías de todo Chile.

En ese sentido, Gabriel Boric es el joven que todos los viejos sueñan ser. Un joven para abuelos. Un joven que prefiere ser nieto a ser hijo. Y tiene razón, porque la generación de sus abuelos fue, antes de la suya, la última generación oficialmente joven de la historia de Chile.

Oficialmente jóvenes, jóvenes para siempre, fueron los de la generación de Manuel Antonio Garretón, justamente quien fue de los primero “viejos” que se incorporó a su comando, y la de Luis Maira con que se saca orgulloso una selfie que no puede más que tranquilizarnos a los que sabemos el coraje no sólo intelectual de esos jóvenes que llegaron a la política haciéndose llamar “rebeldes” o “tercerista” (en la Democracia Cristiana) y tomándose la catedral y la Universidad y el país antes que los más jóvenes que ellos hicieran desde Chicago, la verdadera revolución.

Pero esa es otra historia, o es quizás la misma. Porque al lado de esa juventud de finales de los años sesenta que eligió la política institucional como vía de expresión, hubo otra unos años más joven que, desde el MIR al gremialismo, pensó que la democracia y sus reglas a la hora de los nuevos tiempos ya no valía la pena. Ante los niños chascones, pero finalmente obedientes que fundaron el MAPU fracción Gazmuri, estaba la fracción Garretón, de Oscar Guillermo, que confesó que iba a votar nulo en las ultimas elecciones.

Plantear ser joven y de izquierda como identidad es enfrentarse al peligro de que siempre hay alguien más joven y de izquierda que tú. No hay duda de que Víctor Chanfreau es más joven que Boric. Lo es no sólo porque acaba de cumplir 19 años, sino también porque lleva cinco meses tomando el INDH porque, como nieto de víctima, cree que los Derechos Humanos son su juguete de cumpleaños y que puede hacer lo que quiera con él. Porque esa es la otra cara de la juventud: la glorificación del instinto sobre la razón que es hija de los límites, es decir, del contacto con la muerte que se acrecienta con los años.

No se sabe qué edad tenían los de la primera línea, pero no hay duda de que eran en muchos sentidos jóvenes, o, lo que es peor, nuevos. Revolucionarios porque buscaban una nueva relación con el poder que no pasara por la política institucional. Porque, como gente tan poco adolescente como Gabriel Salazar y tantos más, pensaban que el ciclo de la democracia liberal, de la democracia burguesa se decía antes, ya terminó y que empieza algo “nuevo”, es decir, algo que no sabemos qué es, pero sí sabemos que no es nada de lo que conocemos.

Plantear ser joven y de izquierda como identidad es enfrentarse al peligro de que siempre hay alguien más joven y de izquierda que tú.

Frente a ellos, Boric y sus amigos son, en el mejor sentido de la palabra, conservadores. Su victoria es la victoria de la política, en el tradicional sentido de la palabra política, en contra de la idea, que circula aún en muchos cerebros de la Convención, que existiría algo como la “post-política” y la “post-democracia”. Idea que, por lo demás, gobierna casi todas las federaciones y centro de alumnos de colegios y universidades del país. Instituciones en que casi nadie, desde que la generación dorada del 2011 se fue, va a votar.

Algunas de esas ideas de esa nueva política directa y territorial, permean a los viejos jóvenes que nos gobiernan y a sus más cercanos. No hay duda de que lidiar con ella va a ser su primer y más difícil desafío. La Bolsa de Comercio puede ser un riesgo, pero en la calle es donde los espera las expectativas y la inflación al nuevo gobierno.

Boric no habría llegado a la política si María Música Sepúlveda no le hubiese tirado un vaso de agua a la cara a la ministra Mónica Jiménez De La Jara. Un gesto violento y absurdo que cambió de manera certera la política chilena para siempre. No tengo duda que el futuro ministro o ministra de Educación, hijo de María Música y su gesto, tendrá que enfrentar su propio bautizo. De la manera en que salga de ese baño de humedad y humildad, dependerá en gran parte el destino de este gobierno.

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