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11 de Enero de 2022

Proyecto T, el programa de atención psicológica gratuita para personas trans

Diversas manifestaciones de disidencias sexuales Agencia Uno / Luciano Candia

Percatándose de la situación de abandono a las personas trans en términos psicológicos, algunos académicos de la Universidad Diego Portales tomaron la decisión de crear este programa, que tiene como sello distintivo el también brindar atención psicológica a las familias de las y los consultantes, quienes juegan un rol crucial en su proceso de transición.

Por

Por ese entonces, Íker Mateusz Pabst Márquez (32) estaba lidiando con lo que, explica, era socialmente un colapso. Chile se encontraba en plena pandemia del Covid-19, y él enfrentaba el haber quedado cesante siendo trans y teniendo un hijo de ocho años que, a pesar de que el carnet de Íker indica masculino, le dice “mamá”. 

Ser trans, comenta no es fácil de enfrentar en un país como Chile. Postular a un trabajo, por ejemplo, implica enfrentarse a distintas negativas. “No tengo un camarín para ti”, “no tengo un baño que sea apto para ti”, son algunas de las frases que él ha ido escuchando a lo largo de los años. Ese panorama le hace sentir muchas veces que la comunidad trans está abandonada en el país. 

La situación también se complejiza al momento de buscar ayuda psicológica. “Para todos quienes no tenemos trabajos estable, o generalmente tenemos otras responsabilidades a parte de pagar las cuentas y el arriendo, nos era muy difícil acceder a espacios de terapia y acompañamiento durante nuestros tránsitos de forma pagada. Una consulta particular es carísima como para ser algo sostenido todos los meses”, comenta Íker. 

Por suerte, hace cerca de un año y medio se encontró con el Proyecto T, que ofrece atención psicológica y consejería gratuita a personas trans, de género no conforme y género diverso, como también a sus familias, parejas y comunidades.

Hoy, Íker está estudiando Técnico en Enfermería y trabaja en un Establecimiento de Larga Estadía para Adultos Mayores. El trabajar, el poder salir de casa, mirarse en una vitrina en la calle y encontrarse consigo mismo es fruto de un largo proceso, donde el acompañamiento psicológico fue fundamental, dice. 

“De partida, puedo nombrarme desde el punto en que empecé en el proyecto. Puedo darle validez a quién soy y a las decisiones que tomé, cómo se van acompañando con mis estudios, con encontrar un lugar donde sí me hace sentido el trabajo, donde no soy humillado, donde no tolero las humillaciones. Salir de espacios violentos, poner límites, y aprender. Aprender de lo herido”, señala. 

Contexto rechazante

El Proyecto T surgió al alero del Centro de Estudios en Psicología Clínica y Psicoterapia de la Universidad Diego Portales (UDP) y de su director, Claudio Martínez, en junio del año 2020. A la fecha, han atendido alrededor de 70 personas distintas y a cerca de 5 familias, de manera totalmente gratuita. 

“Al inicio de la pandemia, con todo lo que estaba pasando, la mayoría de los centros públicos de atención especializada, los pocos que existen, tuvieron que ser cerrados y la mayoría del personal derivados hacia la atención del Covid. Muchos de estos chicos y chicas se quedaron sin ningún tipo de atención, y muchos ya habían iniciado algún tratamiento desde el punto de vista hormonal, por ejemplo, y se quedaron sin nada”, comenta Claudio. 

Claudio Martínez

Siete años antes de eso, en el centro de estudios comenzaron con una línea de investigación que partió desde el suicidio, y que fue derivando en la diversidad sexual y de género. Encontraron en esos pacientes cifras importantes en relación a indicadores de salud mental negativos, demasiado diferentes a lo que se encontraba con el resto de la población, explica Martínez. 

“El aspecto de esta línea que nos empezó a tocar más emocionalmente fue conocer a chicos y chicas trans y sus vivencias de infancia, desde la temprana adolescencia, donde no había esperanza de vida, en el fondo. Era como que no se imaginaban la posibilidad de tener una adultez, un desarrollo, sueños laborales, profesionales, nada, porque de alguna manera había todo un contexto tremendamente rechazante, negativo, discriminador”, añade. 

El tramo etario de las y los consultantes es amplio, desde los 12 hasta los 57 años, pero la mayoría se concentra alrededor de los 24 años, y en distintas etapas de su proceso de transición

“Un porcentaje muy alto, sobre 60%, llega con sintomatología activa de algún tipo, como trastornos de ansiedad y trastornos depresivos, en su mayoría. Un porcentaje importante, no menor, ha pasado por procesos suicidas o ideación suicida alguna vez en su vida, algunos recientemente, y otros habiendo intentado una o dos veces en sus cortas vidas. Hay historias bien complejas en sus vidas. Esos son los pacientes que nos llegan”, comenta Claudio. 

Atender desde la no patologización 

Hace cerca de 30 años, cuando Claudio se formó como psicólogo, le enseñaron que la transexualidad correspondía a algo relacionado con una concepción patológica, como una enfermedad. Esa era la costumbre de enseñar, dice, y así lo exponían los manuales de psiquiatría y psicología clínica. Por suerte, explica, la situación ha ido cambiando.

“Gracias a cambios culturales y políticos, como el activismo, que han sido sumamente importante, y eso finalmente tuvo buenos resultados e implicó que el manual de la Asociación psicológica y psiquiátrica americana cambiara su nomenclatura y luego la Organización Mundial de la Salud, en su ultima versión, sacara completamente la identidad de género, la diversidad de identidad de género como una patología y lo dejara dentro de las diversidades sexuales. Eso fue recién ahora el 2018”, explica. 

“Pienso en las personas jóvenes ahora, que tienen la posibilidad de nombrar el ‘soy trans’. Yo tengo 32 años, para quienes somos de otra generación ni siquiera teníamos una palabra para nombrarlo. No sabíamos qué nos pasaba, sentíamos que no calzábamos pero no teníamos el nombre, así como una palabra, un concepto para agarrarse de él y poder identificarnos”, añade Íker. 

Claudio explica que esas concepciones antiguas de patologizar a las personas trans, han ido dejando resabios en las comunidades médicas y psiquiátricas, que van afectando negativamente a la comunidad.

“Para nosotros, en el ámbito de mi profesión, es un terreno que se ha ido ganando pero todavía falta, porque todavía hay gente que sigue considerando que hay una patología. Poca, pero todavía continúa. Pero basta con que una, dos o diez personas lo vean así y eso significa que a sus pacientes les pueden hacer muchísimo daño. Contra eso nosotros todavía seguimos luchando”, añade Claudio. 

El rol de las familias

Una de las características del programa es que también hay espacios de atención psicológica a las familias de las y los consultantes, quienes juegan un rol crucial en el proceso de transición, comenta Claudio.

Hay algunos casos, señala, en que los jóvenes trans se han ido a vivir solos o en pequeñas comunidades, llamadas “hogar seguro”. Las dificultades en el entorno familiar les han hecho tomar ese tipo de decisiones, a raíz de episodios de poco apoyo o incluso de violencia. Algunos abandonan el hogar familiar, y otros el colegio o la universidad. Ese abandono familiar, explica Claudio, puede aumentar hasta 8 o 9 veces el riesgo suicida. 

Cuando la familia está presente, en cambio, la situación se torna más positiva. “Por norma, si son menores de 16 años, tiene que consultar algún cuidador o cuidadora. Cuando nos llama alguien de la familia sabemos que ya tenemos un punto ganado. El apoyo familiar, y esto se ha investigado, disminuye inmediatamente el riesgo”, comenta. 

“Familias en tránsito”, les llaman a ese proceso familiar. Incluso algunas veces han llegado algunos chicos o chicas pidiendo ayuda para sus padres, quienes continúan con la terapia mientras los hijos la dejan. “A muchos padres les significa la sensación de estar perdiendo a alguien de su familia. Están perdiendo una hija o hijo, y les ayudamos un poco en ese tránsito”, dice Claudio. 

“Creo que eso es fundamental para todos nosotros que ya venimos con una carga de lo que nos tocó vivir con nuestras familias. Independiente de si fue bueno o malo, sí hay un proceso de tránsito que es colectivo. Va más allá de hacer un cambio de nombre o tener tu carnet en la mano, sino también cuando las otras personas te empiezan a reconocer con tu identidad, empiezan a dejar de patologizarte, y empiezan a validar también la posibilidad de cambio, la posibilidad de mutar”, dice Íker. 

“El año pasado armamos grupos a cargo de dos terapeutas familiares con harta experiencia que eligen a un grupo de padres o madres que asisten semanalmente a algunas sesiones, a veces vemos a todas las familias, porque entendemos que están entre preocupados por algo que desconocen, muchas veces están como asustados de que les pueda pasar algo a sus hijos o hijas, y otras veces con muchas preguntas, y con sentimientos muy ambivalentes frente a esto”, añade Claudio. 

 Los riesgos de la exposición 

La lucha que la comunidad trans ha dado en Chile a lo largo de los años, explica Claudio, ha sido positiva para lograr visibilizar su posición en la sociedad actual. Pero, al mismo tiempo, ocurre algo que define como paradójico y triste. Mientras más apertura cultural hay, hay más reacción en contra. 

La situación, dice, también se replica en Estados Unidos y en Europa. 

“Hace poco tuvimos a un candidato, y gente que lo sigue, que estaba transmitiendo cosas en esa línea, riéndose por ejemplo de Emilia Schneider, y eso está presente. Está presente en nuestra sociedad, en ciertos colegios, en ciertas clases sociales y ciertas iglesias y familias. Eso sigue existiendo. Todas estas leyes, todos estos cambios y reglamentos son tremendamente positivos, sin embargo también provocan a su vez que haya una especie de reacción inmediata”, dice Claudio. 

Después de la primera vuelta presidencial, explica, en las reuniones semanales que realizan con el equipo de profesionales del Proyecto T, se dieron cuenta que muchos de los pacientes comenzaron con un aumento de sintomatología como crisis angustiosas. “Tenían mucho miedo por quién saliera de presidente electo, justamente por esto, porque se va creando un ambiente tremendamente negativo. Son chicos y chicas que han crecido en ambientes que los miran raro, rechazantes, en colegios que reciben bullying”, señala Claudio. 

Íker, por su parte, comenta que piensa en lo peligroso que son los discursos, como por ejemplo el del ex candidato José Antonio Kast. “Me preocupa la cantidad de gente que votó por él. Siento que no están entendiendo lo que significaba un retroceso en derechos, en cuánto podían dañar. Cuando había protestas siempre corrí más rápido que todos los demás pensando en que yo no podía irme a un calabozo, porque no sabía qué calabozo me iba a tocar”. 

***

El Proyecto T se encuentra sin cupos hasta marzo. Las puertas están abiertas para las y los profesionales o practicantes que quieran formar parte del equipo. 

“Nosotros necesitamos mucha ayuda, dentro del próximo año una de las cosas que va a ser súper importante es buscar el financiamiento en general, mi idea y la idea que tenemos en el equipo es seguir ofreciendo atención gratuita, no cobrar nunca”, dice Claudio. 

Solo una vez el proyecto publicó en sus redes sociales que estaban ofreciendo el servicio de atención psicológica. A pesar de eso, ha ido creciendo como una bola de nieve, sumando nuevos consultantes y profesionales de boca en boca. “Gente que se conoce entre sí, incluso que conviven, llegan a atenderse con nosotros. Es curioso, pero eso es la precariedad que existe en una comunidad que está muy necesitada”, dice Claudio.

Íker, por su parte, sostiene que se siente en una deuda de por vida con el Proyecto T.

“Es cuático cuánto le pesa a uno en este mundo capitalista el estar yendo a una consulta gratis durante un año y medio. Me siento en deuda con el proyecto, pero con algo más que dinero. Con el haber recuperado un pedacito de vida”, concluye.

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