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Opinión

13 de Enero de 2022

Columna de Montserrat Martorell: Moriré de poesía

Agencia Uno

La literatura me llena de vida, me acompaña, me remueve. Y en este espacio, cada 15 días, vamos a hacer eso. Vamos a hablar de ella. Vamos a hablar de ese lugar que toca la realidad, que toca la imaginación. De lo que significan para mí las palabras. De los personajes que encuentro. De los personajes que se parecen a nosotros. De las historias inventadas de esta ciudad que siempre es otra. De las historias delirantes. De las historias que quedaron debajo de nuestra cama mientras nos quedábamos dormidos.

Montserrat Martorell
Montserrat Martorell
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Todos tenemos nuestros lugares. Esos que nos habitan mucho tiempo antes de darnos cuenta. Algunos son retazos de nuestra infancia, otros pliegues que heredamos, que buscamos, que están flotando en ese mar inconsciente que es a veces la vida oculta. Paisajes que perdemos como se pierden los amores y se resisten como se resiste nuestro cuerpo a este verano insolente. Son viejos y son nuevos. Son prestados. Son eternos. Son dóciles, maleducados, terribles y bellos. Son eternos y transitorios.  

No te conozco. No sé quién eres, pero sé que ahora, que estás leyendo esto, estás pensando en el tuyo. En tu lugar. ¿Sabes cuál es el mío? Esas páginas manchadas, esos universos entre abiertos, esa cáscara musical que es también un libro. Y que parece una piel. Una piel que se transforma porque se remece. Una piel que tiene la forma de un escenario, el ritmo de una canción, la sombra de un árbol grande.

Y ese lugar se convierte, para ti y para mí, muchas veces en un refugio. En un anzuelo. En esa máscara donosiana que teje palabras que te reconfortan, que te estremecen, que te quiebran. Y sí, no me da miedo perderme en ese lugar. No temo la desorientación. No temo saltar hacia atrás. Hay una ganancia en la pérdida. Wislawa Szymborska, poeta polaca y Premio Nobel de Literatura, lo decía mejor que nadie: “Debo mucho a quienes no amo. El alivio con que acepto que son más queridos por otro. La alegría de no ser yo el lobo de sus ovejas”.

“Sé que ahora, que estás leyendo esto, estás pensando en el tuyo. En tu lugar. ¿Sabes cuál es el mío? Esas páginas manchadas, esos universos entre abiertos, esa cáscara musical que es también un libro”.

 Y entre ovejas y deseos y duelos, los libros son un espacio vivo: a veces sagrado, a veces auténtico. Y nadie puede sepultarlos. Y nadie puede romper ese hilo. Díganme si no es bueno saber que hay cosas que continúan cuando el mundo, ese que está más arriba de nuestras cabezas, se rompe. Un mundo donde los tequiero se acumulan y se desgastan y donde las redes sociales no te dejan, no te permiten desaparecer. Un mundo de obsesiones, de relaciones líquidas, a veces, de aplicaciones para desconocerse, para descocerse, para amortiguar el alma.

Y en medio de eso, la rabia y el erotismo y la amistad están ahí, en una página al azar. Y el invierno y la lluvia y ese rayo y la sonrisa y la mueca y el pájaro azul. Y una noche en el campo y una noche de vino y una guitarra loca y un amor mal avenido. Y un par de amantes tramposos que no les importa otra cosa que sí mismos. El universo entero, las puertas que se rompen, los silencios compartidos.

Toda está adentro de un libro. Todo está adentro de un cuento, de un poema, de un ensayo, de una novela. Y por eso me gusta escribir, pero sobre todo me gusta leer. Porque puedo evadirme del día y de la noche y dejar que Cristina Peri Rossi, Virginia Woolf y Clarice Lispector me saquen la lengua. Porque puedo pensar mejor con Toni Morisson al lado, con Sylvia Plath de frente, con María Luisa Bombal detrás de mi hombro.

Y entre ovejas y deseos y duelos, los libros son un espacio vivo: a veces sagrado, a veces auténtico. Y nadie puede sepultarlos. Y nadie puede romper ese hilo. Díganme si no es bueno saber que hay cosas que continúan cuando el mundo, ese que está más arriba de nuestras cabezas, se rompe”.

Porque sé que Simone de Beauvoir, Gabriela Mistral y Marta Brunet siguen teniendo razón, porque conozco la poesía gracias a Nicanor Parra y su poema, citado en este título, Es olvido. Porque Cortázar. Porque Borges. Porque Emily Dickinson y Joan Didion y Anne Carson y ese largo etcétera que es nuestra genealogía literaria, esa de madres y padres inmortales que nos enseñaron a abrir los ojos al revés. Y van y vuelven. Y a veces me acerco y otras veces me alejo.

Son quinientas grietas dormidas que te vuelan la cabeza a los 17 años, que te remueven, que te increpan, que te sacuden en medio del silencio. ¿Acaso no les ha pasado? ¿Acaso ustedes como yo no han tenido un libro en sus manos que marcó una despedida? ¿El inicio de algo? ¿Cuántos de ellos no quisimos volver a abrir, cuántos de ellos nos dieron miedo, cuántos de ellos todavía nos hacen llorar?

Yo sigo llorando con la poesía de Soledad Fariña, con la poesía de Verónica Zondek, con la poesía de Elvira Hernández. Y no hay que tener miedo de decir, de reconocer, de dibujar en la piedra ese desgarro. Porque hay libros, sí, porque hay libros que son un dolor. Y ese dolor es la vida. La vida, tu vida, mi vida, están llenas de muertes en voz alta, de pasajeros que transitan, que se quedan, de amores que se rompieron, de gente que murió en una línea y revivió en la siguiente. De párrafos heridos. De versos que no construyeron ningún poema. De vacíos, de caídas libres, de saltos en el tiempo, de risas, de risas, de risas, de ojos moribundos, de tierra seca.

La literatura me llena de vida, me acompaña, me remueve. Y en este espacio, cada 15 días, vamos a hacer eso. Vamos a hablar de ella. Vamos a hablar de ese lugar que toca la realidad, que toca la imaginación. De lo que significan para mí las palabras. De los personajes que encuentro. De los personajes que se parecen a nosotros. De las historias inventadas de esta ciudad que siempre es otra. De las historias delirantes. De las historias que quedaron debajo de nuestra cama mientras nos quedábamos dormidos.

Soy Montserrat Martorell, tengo 33 años y soy escritora. “Qué bonito”, me dicen cuando lo cuento. “No es tan bonito”, me dan ganas de contestar. No, señor. No, señora. A veces uno se rompe, se quema, sufre. A veces no duermes porque estás escribiendo. Porque quieres escribir. Porque necesitas escribir. Porque quieres vivir a través de una palabra.

Y sientes. Te retuerces en esa escritura. Y viajas detrás de un rencor y limpias e inventas y distorsionas y sueñas y perdonas y repites. Repites porque eso es lo que hacemos. Repetirnos la vida. En voz alta y en voz baja. Con puntos y sin puntos. Con pausas. Con silencio. Con comas. Y sí. Mi vida gira en torno a la palabra. Y sí, detrás de los libros, detrás de la escritura, hay magias personales, universos íntimos, secretos que encontramos y que vemos como nuestros, aunque no sean más que delirios de otra cabeza loca.

Escribo esta, mi primera columna en The Clinic, en medio de un verano que no da tregua y quisiera que me acompañaran, que le mostraran los dientes, la boca y las encías a los libros que amaron y que odiaron, a los libros que no les devolvieron, a los libros que están ahí, tan cerca de ustedes, rebautizando su propia herida.

*Montserrat Martorell es periodista y escritora, Máster en Escritura Creativa y Candidata a Doctora en Literatura Hispanoamericana. Es profesora universitaria y hace talleres literarios. Autoras de las novelas “La última ceniza”, “Antes del después” y “Empezar a olvidarte”. Actualmente escribe su cuarto libro.

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