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Opinión

17 de Enero de 2022

Columna de Álvaro Peralta: La soledad (e indefensión) del peatón

peralta

Los atropellos y las lamentables muertes son solo la cara más cruda de la asimetría de poder (o de cuidado, como quieran llamarle) en que los peatones santiaguinos se encuentran en comparación con automovilistas e incluso ciclistas.

Alvaro Peralta Sainz
Alvaro Peralta Sainz
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Nadie que supo del accidente del pasado 24 de diciembre en la intersección de la Avenida Andrés Bello con Pedro de Valdivia quedó indiferente. La información, y sobre todo las imágenes, fueron impactantes. Una camioneta fue rozada por otro auto para luego volar por el aire y terminar estrellándose en un poste. Murió su chofer, pero también murió una joven de 21 años que esperaba su turno para cruzar la calle en la esquina antes señalada. Era, probablemente, la única persona involucrada en este accidente que no estaba cometiendo falta alguna, ya que esperaba -como corresponde- que se diera la luz verde para poder cruzar Andrés Bello de sur a norte.

Puede que para algunos se trate de un hecho muy fuerte como para usarlo de ejemplo de la indefensión en que millones de ciudadanos peatones se mueven (nos movemos) por Santiago -y otras ciudades del país- diariamente. Pero no se trata de una simple exageración, porque según cifras de la Comisión Nacional de Seguridad del Tránsito (CONASET) en Chile el 33% de los fallecidos en accidentes de tránsito son justamente peatones. Es que claro, los peatones no son pocos. De hecho, según datos de la Encuesta Origen Destino 2012 (la más actual que se tiene para el Gran Santiago) un 36,4% de los desplazamientos que se hacen diariamente en la capital se efectúan caminando. Es decir, se trata de un porcentaje levemente superior a los que se realizan en auto (26,1%) y muy por encima de los que se hacen en bicicleta (3,9%). Probablemente esas cifras explican otras estadísticas de la CONASET, como por ejemplo que durante la última década (2011-2020) el atropello fue el tipo de siniestro con más consecuencias fatales en Chile, llegando a los 5.422 fallecidos.

“Según cifras de la Comisión Nacional de Seguridad del Tránsito (CONASET) en Chile el 33% de los fallecidos en accidentes de tránsito son justamente peatones”.

Pero ojo, los atropellos y las lamentables muertes son solo la cara más cruda de la asimetría de poder (o de cuidado, como quieran llamarle) en que los peatones santiaguinos se encuentran en comparación con automovilistas e incluso ciclistas. En cuanto a los autos es cosa de ver la ciudad y darse cuenta de que llevamos casi cuarenta años construyendo una urbe que pone al automóvil como el centro de los desplazamientos, invirtiendo en grandes avenidas primero y luego en autopistas urbanas que hasta hoy no paran de construirse sin quedar demasiado claro si en lo global son más beneficiosas que perjudiciales para la comunidad.

Y el mismo Metro, sin duda un gran aliado de los peatones santiaguinos, muchas veces interviene plazas tradicionales y otros espacios comunes que perjudican justamente a quienes caminan por la ciudad. Ni hablar de los corredores de buses, que más allá de su utilidad (aunque cuestionada por algunos expertos) en ocasiones transforman las avenidas en verdaderos obstáculos a la hora de cruzarlas caminando o incluso para acercarse a los paraderos a -justamente- tomar un bus. Son, en general, poco amables y prácticas con el ciudadano de a pie. Y más aún si se trata de adultos mayores o personas con discapacidad. La verdad es que a ratos -y en ciertas zonas específicas de la ciudad- pareciera que la ciudad solo le ofrece dificultades al peatón en sus desplazamientos.

“El mismo Metro, sin duda un gran aliado de los peatones santiaguinos, muchas veces interviene plazas tradicionales y otros espacios comunes que perjudican justamente a quienes caminan por la ciudad”.

¿Y las bicicletas? En teoría el movilizarse en bicicleta es un gran complemento a la circulación peatonal. Se alargan los tramos que pueden ser cubiertos sin necesidad de utilizar un vehículo motorizado y más encima quienes privilegian el uso de la bicicleta mejoran su estado físico. ¿Quién podría estar en contra de todo esto? La verdad, nadie. Sin embargo, el problema se da cuando la convivencia entre peatones y ciclistas se torna complicada, sobre todo en los espacios que por definición corresponden a quienes caminan: las veredas. No es mi ánimo satanizar a quienes se mueven por la ciudad en bicicleta (yo mismo lo hice durante más de una década), pero es evidente que existe un porcentaje importante de ciclistas que no sabe -o no quiere- convivir con los peatones a la hora de desplazarse por las distintas comunas de Santiago. Basta con pararse en una esquina cualquiera de la ciudad y observar cuántos ciclistas no respetan la luz roja, se desplazan por el paso peatonal a toda velocidad o incurren en otras acciones temerarias tanto para ellos como para el resto.

Lamentablemente, pareciera que a algunas autoridades solo les interesara fomentar el uso de este medio de transporte alargando lo que más se pueda los kilómetros de ciclovías de sus comunas e incluso mejorando algunas, pero poco -muy poco- se ve en relación a educación vial sobre este grupo. Alguien podrá decir que hay una ley del tránsito que regula todo esto, pero la verdad es que es una ley muerta, como tanta otras. ¿O alguien ha visto fiscalización de la autoridad en alguna ciclovía de Santiago? Entonces, una vez más, el peatón se siente solo caminando por la ciudad preocupado ahora no solo de autos y buses, sino que también de las bicicletas que, para peor, muchas veces de desplazan por lo que hasta hace un par de décadas considerábamos tan nuestro (de los peatones), la vereda.

“Basta con pararse en una esquina cualquiera de la ciudad y observar cuántos ciclistas no respetan la luz roja, se desplazan por el paso peatonal a toda velocidad o incurren en otras acciones temerarias tanto para ellos como para el resto”.

No es exagerado decir que los peatones cada vez nos sentimos más solos en Santiago. Pero no solos en relación a nuestros pares sino en cuanto a las dinámicas que la ciudad y sus autoridades generan hacia la gente -literalmente- de a pie. No hay proyecto inmobiliario, mall, supermercado o hasta restaurante casi que no contemple tener estacionamientos para sus visitantes. “No parking, no business”, dice el dicho gringo y hoy casi santiaguino. También se avanza en aparcaderos para bicicletas y equipamiento para las ciclovías. Como en algunas de Providencia, donde no es necesario bajarse de la bicicleta para esperar una luz roja ya que existen unas muy cómodas pisaderas que le evitan esta molestia a los ciclistas. En los buses más nuevos del sistema Red se pueden encontrar puertos USB para cargar los teléfonos y hasta aire acondicionado. Mientras tanto, muchas veredas de la ciudad permanecen defectuosas o son sometidas constantemente a obras que nadie entiende para qué sirven. Claro, todo esto en comunas donde hay veredas por donde se puede caminar, porque existen vastas zonas de Santiago donde las aceras simplemente no existen. Algunas porque han sido derechamente vandalizadas (incluso en el centro de la ciudad) y otras porque jamás han sido construidas. Sí, porque en nuestro afán de copiar malamente el modelo del suburbio estadounidense llevamos también décadas construyendo poblaciones, villas y condominios que carecen de algo tan elemental como una vereda en la que la gente de a pie, el tan postergado peatón, pueda desplazarse de manera segura.

“No es exagerado decir que los peatones cada vez nos sentimos mássolos en Santiago. Pero no solos en relación a nuestros pares sino en cuanto a las dinámicas que la ciudad y sus autoridades generan hacia la gente -literalmente- de a pie”.

Como tantos temas de ciudad que son dinámicos, la guinda de la torta a esta llamada indefensión del peatón se puede encontrar actualmente en la problemática del comercio ambulante y su explosivo aumento a partir de los tiempos de pandemia en distintos puntos de la capital. Una vez más, nuevos actores entran a disputarle al caminante su ya casi añejo título de rey de la vereda. ¿Podrá solucionarse esto alguna vez o los peatones estaremos eternamente condenados a precarizar nuestros desplazamientos por la urbe? A ratos de la sensación que nadie nos quiere y que nos están empujando a subirnos a un auto, un bus o una bicicleta. ¿O es el caminar muy lento para los tiempos que corren y por lo mismo una molestia?

*Álvaro Peralta es cronista gastronómico.

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