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Entrevistas

22 de Enero de 2022

Andrea Maturana y la reedición de su novela El Daño: “Ya ni siquiera sé si me siento escritora”

Tres fotos de Andrea Maturana Esteban Cabezas/Aldo Ilardi

A casi 25 años de su lanzamiento, “El Daño” de Andrea Maturana ha sido reeditado por la editorial Imbunche. En entrevista con The Clinic, su autora reflexiona sobre el tiempo en el que lo escribió, la evolución del texto de la mano del Chile actual, su percepción del feminismo y el rol de los libros y sus autoras. “El libro no tiene por qué decirte qué está bien y qué no. No estamos aquí para eso”, reflexiona.

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Casi 25 años han pasado desde el lanzamiento de El Daño, la primera novela de la escritora chilena Andrea Maturana, lanzada en 1997 bajo la editorial Alfaguara, luego de haber escrito en 1993 el libro de cuentos (Des) encuentros (Des) esperados. El Daño abordó temas que eran catalogados como tabúes para ese Chile noventero, como la violencia y el abuso sexual

“Creo que es una novela de mujeres para mirar a la mujeres y su complejidad, y que lo que hace es prender una alarma respecto del abuso, que era un tema que en ese tiempo no se hablaba nada”, comenta la autora a The Clinic. 

“Elisa y Gabriela Esperan en medio del desierto que alguien se detenga y las llevé a su siguiente destino. Entre días de sol abrasador y noches de frío intenso, sus voces se van confesando un pasado marcado por vínculos prohibidos. Una de ellas arrastra un secreto de familia, mientras la otra recrea el presente los desgarros del desamor y el engaño”, se lee en la contraportada de la reedición que la editorial Imbunche lanzó en diciembre de 2021, proyecto que se estaba gestando desde antes del comienzo de la pandemia. 

Andrea Maturana. Foto: Aldo Ilardi

Antes de esta reedición, cuenta Andrea, el libro estaba descatalogado en la editorial anterior. “Cuando una escribe un libro y de repente ese libro deja de estar disponible, es bien doloroso. Sin sentir que lo que uno tiene que decir es tan importante, el gesto de escribir tiene que ver con comunicar, y que eso desaparezca, es como si algo vivo se transformara en algo muerto”, dice Maturana. Los libros se escriben para que estén ahí, diciendo algo, asegura la autora. 

Actualmente, comenta Andrea, siente que escribe muy poco, e incluso se cuestiona el ser llamada “escritora”. Hoy se enfoca en su rol de terapeuta Gestalt, una rama de la psicología que la define como mucho menos analítica y mental que otras corrientes, donde se trabaja mucho en el presente, en el aquí y ahora.

En entrevista con The Clinic, Maturana reflexiona sobre los años en que publicó su primera novela, la evolución que ha ido teniendo el texto de la mano de Chile, su relación con el feminismo, con los tiempos actuales y con la literatura

Andrea Maturana. Foto: Esteban Cabezas

***

En 1997, poco después de lanzar El Daño, Maturana explicó a un diario que sentía que las temáticas que se abordaban en su novela, como la infidelidad y los abusos en contextos familiares, eran un error que tenía que ver con cómo estaba conformada nuestra sociedad: un Chile hipócrita y de apariencias

-¿Cuánto crees que Chile ha evolucionado en estos términos? 

“Buena pregunta”, dice Andrea. Mira hacia un costado y se queda en silencio durante varios segundos, como desmenuzando cada una de las palabras que utilizará para responder. 

“Siento que sí, pero no”, responde. 

-¿Cómo así? 

-Ha evolucionado y también no. Sí siento que ha habido un esfuerzo de todo un sector de visibilizar… El tema del abuso sí ha ido encontrando un lugar en el que hoy hay una fundación, se puede hablar. Es como que se hubiera armado una infraestructura que hoy tiene al abuso en un lugar de atención. Siento que en esa época era mucho más silente, como que estaba en todas partes, pasaba en todas partes, conversabas con cualquier mujer y una de cada tres había sufrido algún tipo de abuso, pero nadie hablaba de eso, no habían plataformas. Hoy encuentro que en eso sí las hay, y ha sido un trabajo de muchas personas, necesario e indispensable desde mi punto de vista.

-¿Y en qué puntos no ha cambiado la situación?

-Siento que tenemos un poco de esa cualidad de hipocresía todavía, y se ve, por ejemplo, en la penalización del aborto, cuando es súper sabido que el aborto es un tema que no solo funciona clandestinamente en un estrato social más bajo, sino que funciona casi que oficialmente entre los que insisten en penalizarlo. Ahí siento que todavía hay un esfuerzo por parecer algo, y ni siquiera sé qué es. Qué será, ¿no? ¿Qué será lo que queremos aparentar como sociedad? ¿Para qué? Si lo que pasa, pasa igual. Ahí es donde sí siento que hay una inercia todavía. 

Un conservadurismo como a la chilena, maquillado…

-Sí, es como poner un valor que está por encima de aquellas cosas de las que de verdad tenemos que hacernos cargo como país, que son las realidades. Es como decir ‘esta imagen bonita es más importante que nuestra realidad, así que mantengámosla, pongámosle pasta muro, maquillémosla, pintémosle algo lindo encima. Eso no es lo que está pasando, hay un no tomar responsabilidad por nuestra realidad, y a mí eso sí me parece más importante. 

-Bajo la misma línea mencionabas que el lesbianismo era un tabú en Chile. Las mujeres se amaban, pero no lo expresaban, se escondían. ¿Cómo ves hoy esos cambios? 

-Me parece súper interesante. Encuentro maravilloso que por fin se hable de ese tema como se habla de cualquier otro tema entre los jóvenes, y que tengan esa posibilidad tan amplia de explorarse, de jugar ahí antes de encontrarse, antes de tomar las decisiones que van a ser quizás para el resto de la vida. Hay todo un campo de exploración que hoy está abierto y que antes no estaba, y que me parece muy bello, con mucha más libertad. Lo que me llama la atención es que siento que así como se ha abierto una cosa mucho más plural y libre, hay como una presión que a mí me toca verlo como terapeuta, cuando atiendo pacientes. 

-¿Presión respecto a qué?

-Una presión a que los niños se empiecen a definir muy temprano. A los 11 años se están preguntando si son bisexuales o pansexuales. ¿Para qué? Si siento que esta posibilidad de explorar justamente permite no necesariamente definir, sino que ver, jugar, conocerse. Es como que hubiera hoy un valor en definirse lo más “choramente” posible, y muy temprano. Y eso me llama la atención, básicamente porque no lo entiendo. Para mí, parte de la gracia es que no haya que definirse, que ojalá algún día no tengamos que decir “soy esto o soy lo otro”. Ni en esa área ni en ninguna ojalá. 

-¿Y esa presión la ves desde parte de los papás, con sus inquietudes? 

-Yo siento que es más de parte de los pares. Queda eso como un valor. Entre ellos, lo más choro es decir “soy… lo que sea”. No estoy hablando de los trans, porque ellos vienen de un proceso que se gestó muy temprano en la infancia, y definirse es parte de su estar bien en el mundo. Estoy hablando del que se dice homosexual, bisexual o pansexual. Para qué, si estás explorando. Pero bueno, yo no tengo once años y no sé lo que está pasando, pero sí me llama la atención.

Siento que (en Chile) tenemos un poco de esa cualidad de hipocresía todavía, y se ve, por ejemplo, en la penalización del aborto, cuando es súper sabido que el aborto es un tema que no solo funciona clandestinamente en un estrato social más bajo, sino que funciona casi que oficialmente entre los que insisten en penalizarlo“.

Una escritora que escribe poco

En 1993, luego de haber lanzado el libro de cuentos (Des) encuentros (Des) esperados, Andrea mencionó en una entrevista que el relato breve, de cuentos, era el que más le acomodaba, que se relacionaba con su impaciencia y que no se veía escribiendo dos meses una misma cosa. Un par de años después, sin embargo, se pasó ocho meses escribiendo El Daño, su primera novela. 

-¿En que momento surge esta idea de escribir algo más extenso? ¿Cómo se fue gestando?

Yo todavía… Bueno, no sé, ya ni siquiera sé si me siento escritora, porque escribo muy poco. Pero de cabeza yo todavía me siento cuentista, y siento que de alguna manera El Daño es como un cuento largo. Si tú lo miras, son pocos personajes. Lo que pasa es un solo hilo, no hay muchas historias funcionando en paralelo, que es lo que tienen las grandes novelas largas. Y lo otro es que El Daño yo lo escribí de la misma manera en la cual escribo cuentos, como por pulsos. De repente se me desarrollaba una parte de la que estaba sucediendo, se me aclaraba y ¡pa! Escribía, escribía, escribía. Después pasaba un tiempo, y eso que yo había escrito ya hacía su otro giro. Como si fuera un reloj malo, que se queda trancado por momentos. Cuando se me aclaraba entonces ese otro segmento, me sentaba y escribía, y después pasaba otro tiempo… 

Fue muy parecido a cómo yo escribo cuentos, pero fue secuencial. Después el trabajo fue unir todo eso, tirar el hilo que unía estos segmentos que fui escribiendo. No se desdice con lo anterior, sigo teniendo esa mente más por pulsos, por flashes. 

¿Y en qué procesos de tu vida estabas cuando escribiste El Daño? Tenías cerca de 28 años…

-El 97 yo tuve a mi hija. Estaba probablemente atravesando el embarazo, pero me cuesta… tengo los recuerdos medios disgregados. Sí recuerdo dónde vivía, vivía en ese tiempo con una amiga muy querida. Me acuerdo muy claramente del computador en el que escribía, que fue el primero que me compré con mi plata. Lo compré con un premio que gané en un concurso literario. Era de los computadores que la U Católica daba de baja, y era un Mac del año de la pera, que tenía tan poca memoria que había que meterle un disco con el sistema operativo. Era de esos grandes, potones. Me acuerdo poco que esto sucedió mientras yo estaba embarazada… Sí recuerdo de decir ‘tengo que terminar esto ahora, porque después ya no podré sentarme a escribir’. 

El Daño, libro de Andrea Maturana
Reedición de “El Daño”

-Y económicamente, ¿cómo estabas?

-En ese tiempo estaba escribiendo unas columnas para la Revista Ya, que me daban mis lucas, y compartíamos los gastos con Isabel, mi amiga. Estábamos bien, hacíamos como una vaquita, teníamos nuestro chanchito y cada una ponía su parte por igual. Sacábamos lo que necesitábamos para las compras, y además la Isabel es muy buena cocinera, comíamos muy rico. Fue una época súper bonita de mi vida.

“Ya ni siquiera sé si me siento escritora, porque escribo muy poco. Pero de cabeza yo todavía me siento cuentista, y siento que de alguna manera El Daño es como un cuento largo. Si tú lo miras, son pocos personajes. Lo que pasa es un solo hilo, no hay muchas historias funcionando en paralelo”.

-Si hoy volvieras a escribir El Daño, ¿lo harías de la misma forma?

-Seguramente no. Lo volví a leer hace poco y no me acordaba de los detalles. Si bien no me identifica tanto ya, siento que está bien así como es. Dije lo que quería decir de la manera en que quería decirla, y todavía reconozco eso. 

-Desde una pulsión bien juvenil e intensa también…

Sí –dice de forma vehemente–. Yo me he ido desintensificando con los años. Creo que era mucho más intensa cuando joven, hoy las cosas me resultan más livianas. Es más fácil vivir conmigo hoy día que en esa época.

Claustrofobia en el desierto

-El escenario en el que se desarrolla El Daño y el contexto del viaje son muy particulares en la novela. ¿Por qué escogiste esos escenarios? 

-Yo había hecho un viaje al desierto con unos amigos, y me pasó ahí que es tanta la inmensidad, el vacío, en términos de paisaje, que a mí me dio como claustrofobia. Y es curioso, porque no hay nada más abierto que el desierto. Pero claustrofobia en el sentido de quedarme sola conmigo. Tú vas al sur, en el bosque, y está tan lleno de cosas que puedes relacionarte con el movimiento y los colores. Acá es como nada.

-Una claustrofobia de ti, de tu cuerpo…

-Claro, como que te deja con lo tuyo. Me pareció un buen escenario para lo que necesitaba pasar entre ellas, no dejarles mucha opción de estar afuera. 

Las distancias también se representan como largas en el libro, y ese mal chiste desesperante de los camioneros, que amenazaban con dejar a las protagonistas a mitad del camino, en pleno desierto… 

-Claro, también pasa que si un camionero te deja en la orilla, no hay nada. Nada. No es como en el sur, que un poco más allá hay una casa. La sensación de depender, de depender de llegar a un lugar donde haya alguien, ahí hay algo un poquito angustiante en el viaje, y eso marca un clima emocional en las protagonistas.

“Yo me he ido desintensificando con los años. Creo que era mucho más intensa cuando joven, hoy las cosas me resultan más livianas. Es más fácil vivir conmigo hoy día que en esa época”.

-Años atrás, a fines de los noventa, mencionabas que no te sentías feminista, y que El Daño tampoco lo era, sino que era más bien femenino, porque abordaba una temática de mujeres. ¿Mantienes hoy esa postura? 

(Pasan 15 segundos de silencio, antes de que Andrea formule la idea y se anime a contestar). 

-Mi sensación es que si bien estoy ahí, mirando y escaneando lo que pasa, no me considero ni nunca he sido una persona particularmente política, en el sentido de ir al frente de un movimiento. En estas últimas elecciones estuve de apoderada de mesa y es lo primero que he hecho en ese ámbito, y lo hice porque sentí que había que estar, y fue una muy buena experiencia, poner el cuerpo allí en una cuestión que era transversal y demasiado importante para mí. 

Yo no he estado tampoco en la cabeza de la lucha feminista. El hecho de que existiera antes que yo Pía Barros, y un montón de escritoras que estuvieron haciendo la pega de abrirle un espacio a la escritura de mujeres, también me permitió no tener que ser yo quien abriera ese camino. Agradezco mucho el movimiento de otras mujeres que vinieron antes que yo, y que me permitió a mí estar donde estuve, o donde estoy. Luego esto otro que ha pasado, que ha tenido que ver con el Me Too, con Las Tesis, con de verdad poner de nuevo sobre la mesa el tema del abuso, en eso yo sí voy. Si ser feminista es pelear para que eso no pase más, visibilizarlo, pelear por la igualdad de todo, en los sueldos, en las posiciones de trabajo, yo soy feminista. 

-Eso fue modificando el paradigma de crianza de los hijos e hijas, imagino… ¿Cómo toda esta experiencia de términos, conceptos y experiencias en tu vida fueron influyendo en tu forma de criar? 

-En mi familia los hombres han estado siempre en minoría. Mi papá siempre decía que él estaba cagado porque éramos mi mamá, yo, dos perritas y una gata, y eso sigue siendo así. Está mi marido, yo, mi mamá y dos hijas. Y me casé con un hombre que viene de otra cultura, absolutamente. Para él el machismo no es ni tema, como que ni lo entiende. No entiende lo de ‘no, si mi marido me ayuda con los hijos’. ‘¿Cómo ‘me ayuda’? Si son mis hijas también’… Por algo elegí un hombre así, un hombre que se mueve desde un lugar muy par, muy igual. Yo me escabullí entre medio del machismo. Me ha tocado muy poco tocarlo, estar de frente. Me ha tocado sí con mis propias experiencias de abuso de chica. Me ha tocado cuando a mis hijas les chiflan en la calle y les dicen cuestiones. 

-Ahora que miras en retrospectiva tu novela El Daño, ¿sientes que sí tiene una perspectiva feminista?

-Me cuesta verlo como feminista, porque de alguna razón asocio el feminismo a dejar un mensaje quizás un poco político, y no sé si El Daño lo hace. Creo que es una novela de mujeres para mirar a la mujeres y su complejidad, y que lo que hace es prender una alarma respecto del abuso, que era un tema que en ese tiempo no se hablaba nada. En ese sentido sí como que marca y muestra una grieta.

-Pero eso, de prender una vela sobre un tema del que no se habla, igual puede ser considerado como algo político… 

Sí… Yo creo que sí. Ahora que tú lo dices, y lo miro, creo que . Lo que pasa es que cuando lo escribí, lo que quería era contar la historia de dos mujeres, y no dejar necesariamente ese “mensaje“, sino que eso fue secundario, y ocurrió. Pero no era mi motivación. Por eso me cuesta verla como una novela política porque no era eso lo que quería hacer, pero mirándolo, en verdad, es posible que sí. 

-¿Por qué ya ni siquiera te sientes escritora? 

-Lo que pasa es que yo creo que para ser escritora hay que escribir. Y yo he escrito tan poco este último tiempo, ni siquiera te puedo explicar por qué. Es como que hubiera algo que me dejó de suceder, y que me sucedía mucho de chica. Yo tengo cuadernos y cuadernos, escribía todo el tiempo. Lo que pensaba, diarios de vida, ideas. Y eso es como si se me hubiera silenciado

Andrea Maturana. Foto: Esteban Cabezas

-¿Por motivos circunstanciales, por algo en específico? ¿O por el curso de la vida?

-Sabes qué, no sé. Es muy extraño. Yo de repente leseo con que cuando me muera voy a donar mi cerebro a la ciencia porque no sé cómo me pasan las cosas internamente, es muy extraño. Por ejemplo, paso por periodos en que dibujo mucho y después no puedo hacer un mono de palito, y miro los dibujos que he hecho y digo ‘¿quién hizo esta cuestión?’. 

“Yo creo que para ser escritora hay que escribir. Y yo he escrito tan poco este último tiempo, ni siquiera te puedo explicar por qué. Es como que hubiera algo que me dejó de suceder“.

-Con la escritura también te ha pasado, ¿no? Esa imposibilidad de escribir, de soltar…

Es que no es imposibilidad de escribir. Si tú me dices: “Hoy necesito escribir una carta para conmover a alguien porque necesito que me apoyen en una causa” yo te la escribo y conmuevo hasta a las piedras. Sé escribir, pero la ficción…. Si bien me da vuelta todavía en la cabeza y de repente digo: “Oh qué entretenido podría escribir esto”, no se me termina de amojonar, no termina de cuajar. Una cosa que sí me he dado cuenta que me pasa, y que me irrita, es que siento que todo está hoy día tan mediado por lo políticamente correcto, que eso me resulta súper castrador

-¿En qué sentido?

Te voy a dar un ejemplo. Hace tiempo mandé un proyecto a un fondo, que también tenía que ver con el abuso, pero que era una historia contada desde una chica que se enamora de un profesor, así como se enamoran las adolescentes, y este tipo, que es mucho mayor, se “enamora también de ella” (dice mientras imita unas comillas con sus dedos). Hay una historia ahí que sucede, que obviamente después es resignificada como abuso. Pero en ese momento, para la niña, es amor, por mucho que hay muchas cosas de eso que le asustan, porque están más allá de lo que puede buenamente vivirse a los trece o catorce años. 

-¿Y cómo fue recibida?

-Todos los comentarios que habían, porque quedó pésimamente mal evaluada, eran como ‘esta historia legitima el abuso, esta historia habla más o menos que el abuso es bueno’. Y yo pensaba: ‘Qué fuerte’, porque es todo lo contrario. Lo que yo quería hacer con esa historia era mostrar cómo hay un espacio súper gris, en que una chica puede entrar a esto desde la ingenuidad total cuando lo que hay es un abuso de poder. Y ahí siento que hay muy pocos espacios para hacer literatura sin que sea mirada como ‘ah pero esto está dando un mensaje de que esto está bueno cuando en realidad está mal’. Yo no siento que la literatura deba ponerle el juicio a lo que cuenta.

Siento que la idea de la ficción es permitirle al lector hacer su propio análisis y en esto incluyo a los niños. Roald Dahl escribió Matilda con unos papás completamente sádicos. Y los niños no quedan con la sensación que está bien que los papás los traten mal, los niños tienen súper claro que esos papá están locos, que Matilda tiene que salir de ahí. Para mí es lo mismo con la ficción para los adultos. Uno escribe una historia y si esa historia te incomoda, es el proceso de llevar a una conclusión desde el lector. No me interesa escribir una historia y que al final diga “y por eso el abuso es malo”. No me interesa hacer eso, no soy psicóloga infantil.

No me interesa que la ficción eduque, me interesa que la ficción inquiete. Me molesta que esté pasando eso, que tenga que ser todo políticamente correcto y que si no pones una persona con otra orientación sexual y con otra raza en el libro es ‘ah no, es un libro de blancos’. Es como bueno: ‘soy blanca poh, hueón, mira, soy transparente’. Cuento lo que puedo contar y tengo el respeto más absoluto por los relatos de todas las razas, de todas las orientaciones, y ojalá haya cada vez más. 

-El tema es que te exijan una forma de hacer literatura o hacer arte…

-Claro, y como que se exige y no se exige, porque nadie lo hace abiertamente, pero hay una mirada juzgona atrás, y esa mirada me molesta.

-¿Y crees que es algo propio de los tiempos actuales?

-Sí, y muy gringo. Yo tengo una amiga escritora estadounidense y allá es diez veces peor. Todo lo que tú hagas o digas puede ser políticamente incorrecto, y entonces te cortan. Lo encuentro terrible. El arte es políticamente incorrecto, siempre ha sido disruptivo, siempre ha sido molesto… Eso me interesa a mí; molestar, inquietar.

-Volvemos allí a ese relato del país maquillado como algo perfecto que criticabas desde un comienzo…

-Claro, pero además tenía la particularidad de que como está contado del lado de la niña, está contado desde la ingenuidad que también existe, y eso no significa que yo, como escritora, esté diciendo que eso está bien. Yo no estoy diciendo que eso es amor, yo estoy mostrando por qué pasa, qué pasa con el lado de la niña. El libro no tiene por qué decirte qué está bien y qué no. No estamos aquí para eso. Yo no estoy aquí para eso.

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