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Opinión

26 de Enero de 2022

Columna de Ernesto Águila: Nuevo gabinete: señas de identidad del próximo Gobierno

La imagen muestra a Ernesto Águila frente al nuevo gabinete de Gabriel Boric Agencia Uno

Existe hoy una corriente de confianza que se ha construido entre la sociedad y el próximo Gobierno, y de manera muy especial con el presidente. Cuidar y consolidar esa confianza con realizaciones concretas y formas más amables e inclusivas de gobernar, desde un lenguaje y gestos que (re)construyan comunidad, será el primer gran desafío del presidente y del nuevo gabinete.

Ernesto Águila Z.
Ernesto Águila Z.
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La reciente presentación del gabinete que acompañará al presidente de la República, Gabriel Boric, a partir del 11 de marzo próximo, permite observar, en parte, lo que será el sello del Gobierno, los imaginarios que este quiere construir y movilizar, la alianza política que lo sustentará y ciertas prioridades programáticas.

Los símbolos desplegados son de distinto espesor y profundidad, pero la mayoría de ellos significativos. La elección del Museo de Historia Natural así como las continuas referencias literarias, musicales o históricas en los discursos del presidente, parecen querer connotar que la cultura dejará de ser un aspecto decorativo de la política para transformarse en un sello del Gobierno, recuperando así esa dimensión cultural de la política de la que hablaba Norbert Lechner, dimensión que le da a la política una mayor profundidad, trascendencia  y capacidad de arraigar en significados que contribuyen a la construcción de nuevos sentidos comunes.

Otro tanto se puede decir de la elección de la comuna de Quinta Normal y de un parque como señales de la voluntad de salir de la zona oriente de Santiago y de recuperar los espacios públicos. O de la pérdida de la solemnidad en el vestir, de un protocolo que se relaja en favor de disminuir distancias con la ciudadanía, o de la irrupción del cuidado y la crianza en medio de un acto político, fijando nuevas fronteras entre lo público y lo privado.

Los símbolos desplegados son de distinto espesor y profundidad, pero la mayoría de ellos significativos.

De gran densidad es también la decisión de conformar un gabinete integrado mayoritariamente por mujeres, muchas de ellas destacadas activistas feministas y con sólida formación teórica en este campo, y la incorporación de la ministra de la Mujer y de Equidad de Género al comité político. No es solo presencia de mujeres sino de feminismo. También se puede destacar la inclusión de la diversidad sexual, y una composición intergeneracional, aunque con la clara señal de que estamos frente a un cambio de folio generacional profundo. En una puesta en escena que casi no tuvo yerros, se puede señalar de manera crítica la ausencia en el gabinete de algún/a ministro/a proveniente de los pueblos originarios.

En otro plano de la política, también significativo, el nuevo gabinete constituye una ampliación de la coalición de Gobierno, cuyo núcleo de base es Apruebo Dignidad (AD), con la integración de representantes del ala de centroizquierda de la ex Concertación. Por ahora es más un pacto de gobierno que una nueva coalición. La decisión revive los fantasmas de reeditar alianzas políticas de los últimos 30 años sin la coherencia interna para desplegar un programa transformador: el viejo dilema de cuánto ampliar una alianza sin perder coherencia programática.

Hay un dato duro e insoslayable: AD ganó la presidencia, pero obtuvo un mal resultado parlamentario. Creció, pero quedó muy lejos de la mayoría simple en la Cámara de Diputados y en el Senado. Se podría argumentar que ampliarse pone en riesgo la fidelidad al programa, pero también se puede dar vuelta el argumento y señalar que sin ampliarse es imposible cumplir el programa, desde el punto de vista de su viabilidad legislativa.

Vistas así las cosas se entiende esta apertura hacia sectores más anclados en el centro, a condición eso sí de no perder de vista que la segunda vuelta se ganó gracias al mundo de las comunas populares, a las mujeres, y a los y las jóvenes. Estos sectores quedaron subrepresentados en el nuevo parlamento, pero están allí y fueron quienes con su movilización construyeron el actual escenario político. La ecuación no es simple, pero debe resolverse bien: crecer hacia el centro para asegurar mayorías parlamentarias y, a la vez, integrar a los movimientos sociales, el llamado “pueblo octubrista”, a sus sensibilidades y demandas, al quehacer gubernamental. Reeditar una política sin sociedad sería un gran error estratégico del próximo Gobierno.

De gran densidad es también la decisión de conformar un gabinete integrado mayoritariamente por mujeres, muchas de ellas destacadas activistas feministas y con sólida formación teórica en este campo, y la incorporación de la ministra de la Mujer y de Equidad de Género al comité político. No es solo presencia de mujeres sino de feminismo.

Se ha dicho en más de una oportunidad que el próximo Gobierno tendrá, a lo menos, dos tiempos: el primero, que transcurrirá entre el 11 de marzo de 2022 y el plebiscito de salida del proceso constituyente de septiembre u octubre de este año; y el segundo, que tendrá como eje el nuevo marco constitucional, y la transición y ajuste legislativo a este. Desde este punto de vista, el éxito del nuevo gabinete va a ser medido por la aprobación plebiscitaria de la nueva Constitución.

Será relativamente inevitable que en dicho plebiscito se entremezcle la aprobación de la Constitución con la evaluación del Gobierno. Será un plebiscito con voto obligatorio por lo que es dable esperar una participación inéditamente amplia y de sectores que hasta ahora han sido muy indiferentes y refractarios a la participación política. Lograr ganar ese plebiscito no puede considerarse algo simple y asegurado de antemano.

La suerte del proceso constituyente y de la gestión del próximo gabinete están, así, estrechamente entrelazadas, y la posibilidad de éxito depende de que, en medio de las restricciones económicas existentes, se logre instalar desde marzo el sello de un Gobierno en terreno y transformador. Que las promesas programáticas centrales comiencen a desplegarse y a ser trabajadas desde el primer día. Y que así lo perciba la ciudadanía.

Hay un dato duro e insoslayable: AD ganó la presidencia, pero obtuvo un mal resultado parlamentario. Creció, pero quedó muy lejos de la mayoría simple en la Cámara de Diputados y en el Senado.

Lo anterior implica que el avance hacia un salario mínimo de 500 mil pesos con apoyo a las pymes y hacia una pensión básica de 250 mil pesos dé sus primeros pasos al inicio del Gobierno. Que puede haber gradualidad, pero que el horizonte es claro e inamovible. Que se asume desde el primer día, con sentido de justicia y reparación, la herencia de violaciones a los DDHH que deja este gobierno. Que se pone sobre la mesa un nuevo pacto tributario para asegurar derechos sociales y una transformación previsional de fondo. Que existe iniciativa económica para recuperar empleos. Que se gobierna con enfoque de medioambiental y feminista. Que hay un nuevo talante y propuesta para el Wallmapu. Y que se da rápida solución a decenas de temas y problemas que no requieren proyectos de ley sino una gestión gubernamental distinta, con sensibilidad ciudadana y popular.

Se trata del viejo asunto de gobernar sin decepcionar. Ello se juega de manera importante en fijar prioridades programáticas ciudadanas y en la capacidad de instalar nuevas formas de gobernar y de ejercer el poder. El pueblo puede postergar aspiraciones y demandas solo si siente que sus gobernantes le están hablando con la verdad, son honestos y probos, no abusan del poder ni se encapsulan en La Moneda, y si la gradualidad tiene una dirección clara de transformación y no es el viejo arte de cambiar todo para que nada cambie. Existe hoy una corriente de confianza que se ha construido entre la sociedad y el próximo Gobierno, y de manera muy especial con el presidente. Cuidar y consolidar esa confianza con realizaciones concretas y formas más amables e inclusivas de gobernar, desde un lenguaje y gestos que (re)construyan comunidad, será el primer gran desafío del presidente y del nuevo gabinete.

*Ernesto Águila es analista político y académico de la Universidad de Chile.

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