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Opinión

19 de Marzo de 2015

Columna: Nueva York

Me llamó la atención que María Vilma, así se llamaba mi enamorada, no me preguntara siquiera por qué no usaba condón; aquí en Santiago las alacalufes que conozco me hacen tanto problema por eso y muchas me rechazan por tal motivo. O son relajadas con ese tema las salvadoreñas, o ella se dio cuenta que yo no era una persona promiscua; eso les falta darse cuenta a las chilenas. Así, ese 14 de febrero, me fui a bare iron (fierro pelado).

Felipe Avello
Felipe Avello
Por

NUEVA-YORK-foto-maria-vilma
Me fui a Nueva York por dos semanas y pese a lo breve de mi estadía, fue un viaje en el que aprendí mucho.
Al principio pensé en irme por un año, a través de Becas Chile. Pero después de hacer trámites y mandar certificados, no me la dieron; mis estudios de pregrado no eran satisfactorios (ver columna “Yo estudié en la Universidad del Desarrollo”).

Al final, no fue necesaria la beca. Me di cuenta de que podía solventarme solito el viaje, sin recurrir a la ayuda estatal. Así lo hacemos los hombres, aprende Gonzalo Muñoz que estudias neurociencia con plata del gobierno y te dedicas a fumar droga y conocer chinos. Me alojaste en tu casa de Columbia, pero no por eso avalaré tus conductas desviadas. Igual agradezco tu hospitalidad, y disculpa la mancha en la alfombra.

Pero no empañemos con ese hecho aislado los buenos recuerdos de un viaje que me abrió la mente, como se dice. Me di cuenta por ejemplo de que no es necesario saber inglés en Nueva York. Esto porque la mayoría del personal de servicio: mozos, cocineros y conserjes, son latinos, o como se autodenominan ellos ignorantemente: hispanos. Yo les decía: I am also latin, but the difference is that I’m lazy us. Ellos bajaban la cabeza.

Me di cuenta también que había muchas personas de raza negra deambulando por toda la ciudad. Andaban en grupos, otros andaban solos, se subían al metro, buscaban comida. Yo fui muy respetuoso y trataba de no mirarlos.
Pero lo mejor del viaje fue que conocí el amor en Nueva York. Una salvadoreña, bonita, de autoestima muy baja, y básica en cuanto a desarrollar una conversación o conceptos del pensamiento.

Trabajaba atendiendo mesas en un restaurante de comida mexicana. Salimos el día que tuvo libre, pero era tan sencilla que me dijo que quería ir a comer al mismo lugar donde trabajaba, y donde yo la había conocido. Así podemos comer más, me dijo pícara.

Me confesó que los salvadoreños se llevan mal con los mexicanos, “siempre hemos sido rivales”, yo me reí para adentro; pero si son iguales, pensé.

Me contó que además de trabajar en el restaurante, por las noches trabajaba en una lavandería en el Chinatown. “La mitad de lo que gano se lo mando a mi familia, la otra mitad lo ahorro para el próximo año ponerme a estudiar una carrera universitaria”.

“Mmm, no creo que logres tus metas”, le dije interrumpiéndola mientras suspiraba, y la tomaba de la cintura; al parecer le gustó mi sinceridad, porque respondió mi comentario con un apasionado beso. Ese mismo día se entregó a mí.

Curiosamente era día el de San Valentín, 14 de febrero. “Happy Valantine day!”, nos dijo a la entrada del hotel el portero del edificio ubicado en el barrio de Queens, en Long Island. Doy todos los datos para que vean que es verdad.

Me llamó la atención que María Vilma, así se llamaba mi enamorada, no me preguntara siquiera por qué no usaba condón; aquí en Santiago las alacalufes que conozco me hacen tanto problema por eso y muchas me rechazan por tal motivo. O son relajadas con ese tema las salvadoreñas, o ella se dio cuenta que yo no era una persona promiscua; eso les falta darse cuenta a las chilenas. Así, ese 14 de febrero, me fui a bare iron (fierro pelado).

Desde ese día, y hasta que me volví a Santiago un par de días después en un viejito pero empeñoso Aerolíneas Argentinas, no me separé de mi novia salvadoreña. No le conté que soy casado, no lo creí necesario.

Ella me llevó a conocer el Museo de Arte Contemporáneo, el edificio donde mataron a John Lennon y la Estatua de la Libertad. Por respeto a mi esposa chilena, Vilma sacó las fotos, pero no posó en ninguna. Además no era fea, pero tampoco para andar jactándose.

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