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8 de Diciembre de 2008

La Carne: “El exceso de la carne”

Por

Más que aburrirme, escribir de El Mercurio me complica. Primero porque es difícil no tenerle miedo… Es como mi papá. Le tengo miedo, pero a la vez fue el primer hombre del que estuve enamorada, el que por más que he dado vuelta por el mundo escapándole, siempre termino adorando y clavada en él. Siempre he querido culiarme a mi viejo. Y lo asqueroso de una chica como yo no es querer hacer eso, sino hacerlo y, además, con todo el resto del espectro. Y es ese mismo miedo es el que me hace ser violenta, excesiva y guarra con los hombres que identifico con El Mercurio: Los chicos bien que nos iban a buscar a la salida del colegio, los chicos de pantalón dockers, los chicos que van a misa, los chicos casados y con hijos, los chicos solteros con muchos masters internacionales y negocios prósperos, los chicos con familias numerosas y casa en la playa, los chicos nerds con mucho dinero, los chicos decentes y de apellidos… Los odio a todos y a la vez les tengo miedo y me los quiero tirar a todos. Por eso creo que me volví puta más pública, para que me despreciaran y no caer en la tentación. Para no lamer su mano que da de comer, sino sólo su verga hasta el fondo; para no dejar que me volvieran esclava a tiempo completo y terminar hecha un útero vestido en Alonso de Córdova o en el Mall La Dehesa; para no tener cada domingo un almuerzo familiar eterno en el que junto con parecer una santa y decente mujer, aprovecho de chuparle la verga al primo en el baño de la pieza de mis suegros; para no tener que rogarle a mi amo que me dé mi dosis cada día sin sentirme que lo estoy exigiendo más allá de lo razonable para un buen proveedor y excelente padre de familia; para no tener que mentir con que voy a la peluquería, mientras salgo a fumar marihuana por el camino a Farellones con mi amigo de la infancia con quien me revuelco un poco, pero sin meterla porque eso sí que está mal, pero si nos toqueteamos no es pecado mortal; para no terminar en un confesionario llorando que soy infiel de palabra, obra y omisión; para no volverme una pobre niña rica con la zorra más apetecida del condado, pero sin poder soltarla para que los perros la persigan como desaforados y la lleven ante su dueño… Para no caer en toda esa mierda que odio y que a la vez me gusta, pero me doblega. Y creo que ésta es una de las razones por las que escribo en este pasquín por tantos años. Porque no encuentro cómo culiar y amar ese hombre de El Mercurio sin hundirme ni desintegrarme. Es una pendejada, lo sé.

Escribo porque quiero que a ellos le de asco y vergüenza ajena:

Que vean mi boca llena de leche comiendo la verga de todos sus padres por debajo de la mesa de comedor mientras él habla: yo en cuatro, desnuda con tacos y un collar de perro que él tira con fuerza…

Que vean mi entrepierna roja y empapada siendo lamida por una jauría de perros de fundo…

Que vean a sus hijas mascando suavemente mis pezones duros…

Que vean mi lengua llena de saliva entrando y saliendo de la boca de sus abuelos moribundos…

Que mis tetas froten la entrepierna seca de sus madres…

Que mi culo reciba la verga de sus tíos, mientras mi entrepierna a la vez es clavada por sus hermanos…

Que sus nanas me acaricien y metan sus dedos en mi entrepierna y mi culo…

Que me vean en medio de su living sobre la alfombra persa desnuda, golpeada, sudada, culiada, ensangrentada, mordida, reventada con todas sus vergas, sus lenguas, sus culos, sus bocas, sus dientes…

Que todo el odio del mundo se vuelva exceso de la carne…

Amén.

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