Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Cultura

29 de Noviembre de 2009

Damián Tabarovsky, escritor argentino: “La literatura chilena es mucho más excéntrica que la argentina”

Por

POR MACARENA GALLO • FOTOS: ALEJANDRO OLIVARES
Vino a la Feria del Libro -y la encontró fome- a presentar “Autobiografía médica”, la historia de un inútil que se enferma cada vez que se ve cercano al éxito. Escritor central de la actual literatura argentina, autor del ensayo “Literatura de Izquierda” (2004) -que dejó la escoba en Argentina por tachar a los escritores de izquierda de “absolutamente conservadores”- Tabarovsky cuenta cómo fue toda esa polémica, y habla del menenismo cultural argentino. Además, se refiere a su gusto por la narrativa, que no la poesía, chilena.
__________

“Autobiografía médica” está escrita en tercera persona. ¿Por qué?
-Es parte del chiste, porque siempre las autobiografías son en primera persona, y yo desconfío mucho del “yo”, que hoy en día es casi la figura central del capitalismo contemporáneo, y que hace que volvamos al individualismo.

El protagonista, Damián, es “idiota e inadecuado”. Has dicho que escribiste influido por Flaubert. ¿Tiene algo tuyo también el protagonista?
-Habría que preguntarle a mis ex mujeres y a mi mujer. Pero en parte sí. El personaje tiene mi nombre, Dami, buscando decir que soy completamente idiota. Y siempre me ha interesado la literatura de Flaubert y la idea que tiene sobre la estupidez.

BS. AS. DEVASTADA

Al protagonista le van apareciendo un sinfín de enfermedades triviales, desde daltonismo hasta cosas más duras, como una hernia, pero siempre sigue siendo el mismo: nada lo cambia.
-Exactamente. La idea era crear un personaje como una roca, inalterable. En realidad, pensé la novela como un juego de pacman, donde siempre sos igual y vas pasando etapas, de una pantalla a otra, tropiezas dos o cuatro veces con la misma piedra; nunca hay un aprendizaje de parte de Dami. Yo no sé por qué este libro ha tenido una lectura un poco más superficial, donde asocian los síntomas de enfermedad con el capitalismo.

¿Sí?
-Pero no es así. Todo el tiempo la novela está diciendo que no hay que entender la enfermedad como metáfora del capitalismo.
¿A qué atribuyes esa lectura?
-A que en el capitalismo todos estamos enfermos. No es lo que quise decir, pero bueno, como me parece interesante el malentendido, me gusta profundizarlo y no aclararlo. Además no hay ninguna posibilidad de aclararlo.

A pesar de que el tema permanente es la enfermedad, has dicho que la novela reflexiona sobre la situación en Buenos Aires posterior a Menem.
-Sí. Lo que cambió el menemismo, y que después ha continuado, fue la relación entre literatura y mercado.

¿Cómo así?
-Propició el avance del mercado en todos los terrenos, literarios y extraliterarios, como valor supremo. Los escritores siguieron escribiendo con cierta independencia de los poderes políticos, pero lo que cambió fue la forma de circulación de la cultura y la literatura, que pasó a estar absolutamente mercantilizada y concentrada.

¿Por ejemplo?
-En los grandes premios se ve mucha plata, mucha corrupción, y eso lo trajo Menem por medios democráticos. Los gobiernos posteriores no han cambiado nada sustancialmente: han continuado su legado. Buenos Aires es una ciudad que perdió el sentido, una ciudad devastada.

¿Tanto así?
-¿Qué es Buenos Aires hoy? Recuerdo una crónica de Joaquín Edwards Bello que se llama “Buenos Aires, la Nueva York del sur”. Si yo la escribiera hoy, tendría que llamarla “Buenos Aires, el sur de Nueva York”, aludiendo a sus partes más feas, viejas y pobres. En un momento, Buenos Aires, para bien o mal, yo diría más bien para mal, tenía un proyecto de ser la París de América del Sur, un proyecto absurdo, delirante y fracasado. Y uno puede fracasar de diversas maneras. Por izquierdas, es decir, aprender de esas experiencias y darse cuenta que somos un país latinoamericano y recrearnos o reinventarnos en otra dirección. O se puede fracasar por descomposición, que es un poco lo que pasó con Buenos Aires, lo que hace que no tenga mucho sentido como ciudad.

¿Por qué?
-Porque simplemente es una aglomeración de gente que vive ahí, pero que no sabe adónde va.

NO ESTRELLAS DE ROCK

En tu ensayo “Literatura de izquierda” te propusiste dar cuenta de la situación literaria 20 o 30 años atrás en tu país, arrasando con varias generaciones de escritores como Cortázar y Bioy, acusándolos de males que van del neoclasismo a escribir bajo el modelo vulgar de introducción, modelo y desenlace.
-Así es.

¿Cómo fueron tomados esos comentarios en el mundillo literario?
-Muy mal. Faltó que me dijeran puto. Pero nadie dijo, eso sí, que era un libro chanta, y eso lo valoro. Todo lo que dije en el libro nadie lo había dicho públicamente, pues nadie se atrevía, salvo en pelambres. Dije que Cortázar era un escritor para adolescentes, pero lo que molestó más fue la crítica a los escritores contemporáneos, que hacen literatura de café con leche.

¿Cuál es esa?
-A Alejandra Pizarnik una vez le preguntaron por qué nunca escribió una novela y ella respondió que en toda novela hay un diálogo donde uno le dice a otro “¿hola, querés un café con leche?”. ¡Nunca voy a escribir eso! Una parte de la literatura contemporánea argentina, no toda, sino la más visible, la que gana los premios, la que tiene más prensa, es literatura café con leche, una literatura que no cuestiona absolutamente nada, muy convencional. Y lo que causó mayor discusión fue que todos éstos sean escritores de izquierda.

¿Por qué?
-Porque se supone que uno siendo de izquierda debe tener una mirada más crítica del mundo, sin embargo, son escritores absolutamente conservadores que defienden grandes causas nobles, con las que también puedo estar de acuerdo, como firmar una solicitud contra el hambre en Sudáfrica, pero escriben novelas ultra convencionales, con lenguaje obvio y absurdo, más de mercado.

¿Te respondieron los aludidos?
-Sí. Había un escritor al que le dediqué dos ó tres párrafos, nada más, pero me respondió con un artículo de ¡70 páginas! Y lo peor fue que en esas 70 páginas demostraba que lo yo decía en esos tres párrafos era cierto: que él era un escritor serio, formal, convencional, aburrido, malpensante. Pero también hay una generación de jóvenes de 20 y pico que lo recibieron muy bien. Y el libro ha tenido un segundo aliento, que me tomó por sorpresa, porque sin querer este libro ha tenido éxito en otros países, cosa que no me esperaba.

También dijiste en el libro que el escritor es “narcisista, megalómano e improductivo”.
-Porque no gano plata. Ya que no puedo ser visionario, al menos seamos megalómanos. ¿Qué puede obtener un escritor como yo, que nunca va a ganar plata? Por lo menos, dije, tengamos un poquito de megalomanía, sobre todo improductividad. La literatura que me interesa desafía la idea de eficiencia, el corazón del capitalismo contemporáneo de la vida cotidiana. Hay una frase de Perón que dice “mejor que prometer es realizar”. Para mí, la literatura es lo inverso. Mejor que realizar, es prometer. Hay que tener claro si vamos a ser un producto dócil en el mercado o vamos a tener una distancia crítica, distanciada, irónica con el mercado. Así nos daremos cuenta que la literatura no es algo para hacernos famosos, como estrellas de rock, casándonos con un Presidente como lo hizo la Bolocco. Podemos hacernos famosos, pero no con la literatura.

¿Hay muchos escritores estrellas del rock en Argentina?
-Sí. Y se frustran porque no van al séptimo piso de un hotel y no ven abajo a sus fans esperándolos. Debe ser terrible para ellos.

GELMAN & ANDAHAZI

¿Cómo reordenarías el canon de la literatura argentina o, menos pomposamente, qué autores pondrías en la lista de imprescindibles si tuvieras que hacer un curso?
-Te contesto menos pomposamente. De los sesenta para acá en Argentina cada generación ha dado dos o tres muy buenos escritores, una cosa muy llamativa y favorable. Ocurre que esos grandes escritores no han tenido el éxito de masas, de ventas, tampoco saben hablar muy fuerte.

¿Quiénes son?
-En los 60 está Copi, Manuel Puig, Osvaldo Lamborghini, Néstor Sánchez. Después viene un grupo más contemporáneo, que ya son los grandes de edad, como Fogwill, César Aira y Héctor Libertella, que se murió. Después viene una generación que bordea los 50 años, donde resaltan Sergio Chejfec, Luis Chitarroni, Daniel Guebel, y de mi generación están Martín Kohan y Juan Becerra.

¿Qué tienen en común todos ellos?
-Que ninguno se entrega a reproducir el habla cristalizada de los grandes medios de comunicación y de las novelas convencionales; ninguno cuenta historias en el sentido más trivial del término. Todos tienen una preocupación metaliteraria.

Da la impresión que después de Borges ha proliferado, como reacción, en Argentina la literatura freak, rara, como la de César Aira. ¿Coincides?
-A favor de eso hay mucho. Muchos de los que te mencioné tienen algo de eso. Pero no sé si tenga que ver con una reacción a Borges. No lo pondría ahí, porque a muchos nos interesa Borges también. Tampoco estoy seguro que sea tan freak. De todos modos, si ya estamos hablando que hay dos o tres generaciones que escriben así, da para pensar que estamos en una línea más hegemónica, y no en una reacción a Borges.

¿Qué te parece la polémica generada por el embajador argentino en Chile, que dijo que los buenos escritores argentinos habían muerto?
-Es un malentendido, que me causó mucha gracia y risa. Mirá, las frases que leí del embajador me parecieron bastante desdichadas. Puedes ser provocador con cosas inteligentes o puedes ser provocador diciendo huevadas. En el caso del embajador, va en esta segunda línea. El embajador dijo esta pavada total y es una pena, porque se perdió la oportunidad de ser crítico con la literatura argentina… De hecho, Martin Kohan, en una revista argentina, le recomendó al embajador que lea “Literatura de izquierda”, porque se pueden hacer críticas sin decir pavadas. Pero todavía menos interesante fue la reacción de los escritores que no vinieron.

¿Por qué?
-Los escritores que no vinieron (Juan Gelman y Federico Andahazi), bueno, ¡por favor! Mejor que no hayan venido. No hay ningún problema. Esos escritores están dentro de la categoría de escritores susceptibles, que se dan el tiempo de mandar un comunicado de prensa… ¡A mí qué me interesa si no vienen a Chile! Chile no se perdió nada con la falta de estos escritores, porque son los peores.

LEVRERO, CHILENOS

Fuiste editor del sello Interzona, que promueve nuevas voces de la narrativa argentina y rescata otras relegadas al olvido o al segundo plano por la gran industria del libro. ¿Cómo ha sido esta experiencia?
-Fue extraordinaria. Interzona fue, quizás, la más visible de este movimiento editorial independiente en Argentina. Fue un gran trabajo, a pesar que no tuviéramos mucha plata y muy pocos recursos. Y en política literaria, también fue un gran trabajo. Interzona se dio el tiempo de buscar a escritores desconocidos en toda Latinoamérica y darlos a conocer. También rescatar a autores muy olvidados, como Mario Levrero, que después lo tomó Mondadori y me lo llevó. Porque cuando publicamos a Levrero estaba muerto para todos… Yo he sido uno de los promotores de su obra, y es razonable que se lo haya llevado Mondadori pues entiendo a la familia de Levrero, que necesita plata.

Acá se suele comentar que en Argentina y en México los grupos literarios operan como mafias. ¿Es así?
-A mí no me gusta mucho esa idea, que surge de una novela mexicana, llamada “La mafia”, que era contra una mafia que lideraba Octavio Paz en la revista Vuelta. Además, en Argentina no operan grupos con tanto poder como para decir hay una mafia. Yo en mi libro dije todo lo que pienso y no me asusté. Creo que lo que funcionan hoy no son mafias, sino actos delictivos aislados, como cuando arreglaron el premio de la Editorial Planeta, una cosa muy corrupta.

¿Tienes alguna relación con la literatura chilena? ¿Escritores vivos o muertos que te gusten?
-Si me preguntás por muertos, te puedo nombrar como 200. Hace cuatro años tengo una columna dominical, en la contratapa de un diario cultural argentino, donde no puedo dejar de mencionar “Tontilandia” de Jenaro Prieto. Ni a Joaquín Edwards Bello, ni los últimos libros de Blest Gana, que son buenísimos, Y Juan Emar. Yo tengo una relación muy rara con la literatura chilena.

¿Por qué rara?
-Lo que menos me interesa es la poesía chilena, que es lo más famoso, se supone. Ni Mistral, ni Neruda, ni Pablo de Rokha me interesan y eso que tienen premios Nobel, y Argentina ni uno. Pero sí me convoca la narrativa chilena. Contemporáneos, post Bolaño, te puedo decir a quienes he leído últimamente y me han encantado: “Navidad y Matanza” de Carlos Labbé y “Caja Negra” de Álvaro Bisama. Gumucio también escribe bien, aunque a veces le falte encontrar el tema. Si fuera su editor, le diría que se ponga las pilas y dé un salto. Pero es notorio que escriba muy bien. Me gusta también Enrique Lihn, un poeta notable; las columnas de Roberto Merino, que tienen una melancolía y una zona de oscuridad tremenda; Rodrigo Lira, Diego Maquieira y Malú Urriola. No me gusta Zurita, bueno, podríamos hablar horas y horas…

¿Hay algunos que te parezcan sobrevalorados? Borges decía que la Mistral era un mito chileno.
-No sé si sobrevalorados… La literatura chilena es mucho más excéntrica que la argentina, porque todos los autores que te nombré, como Lira, Emar, Prieto, son de un nivel de rareza muy superior a la Argentina, que siempre fue una literatura más sobria, más oscura, más aburrida. Me da la impresión que hay una locura en la literatura que los propios chilenos no ven. Eso me parece más interesante que decir que los chilenos son sobrios, pacatos y todo lo demás.

Notas relacionadas

Deja tu comentario