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LA CALLE

25 de Julio de 2011

Los indignados de Plaza Italia

Está la salida del metro Baquedano, el teatro de la Chile, los kioskos, las palomas, la gente, los carabineros de siempre, un letrero de Mcdonalds y -justo al lado del letrero- un cerro de sacos de dormir, una cocinilla, una mini mini biblioteca, un canastito para que los que pasan echen monedas, unos letreros que […]

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Está la salida del metro Baquedano, el teatro de la Chile, los kioskos, las palomas, la gente, los carabineros de siempre, un letrero de Mcdonalds y -justo al lado del letrero- un cerro de sacos de dormir, una cocinilla, una mini mini biblioteca, un canastito para que los que pasan echen monedas, unos letreros que dicen cosas como “Recuperemos el espacio público, una especie de sillón, una mujer a pie pelado que teje sentada, otra que toca un tamborcito, otros que hacen nada y se ríen, y pareciera que no es una toma sino vacaciones demasiado largas.

Felipe Mikin, estudiante, aspecto de artesa arquetípico, llega hace dos meses con otra gente de la Comunidad para el desarrollo humano -que nace bajo el signo de Silo- a poner siete carpas en Plaza Italia. Los carabineros los echan. Vuelven a poner las carpas. Los carabineros los echan. Vuelven con sacos y se instalan. Los carabineros no hacen nada.

-Es la técnica de los perritos. Vienen, los echan. Vienen de nuevo, los echan. Vienen de nuevo, se quedan-, cuenta Felipe Escobar, 28 años, cesante.

Alberto Humeres, un músico de pelo verde que sonríe -sonríe mucho- explica:

-Es una competencia de quién tiene más paciencia.

Alberto es de los que están siempre ahí. De los que se quedan todas las noches, desde hace dos meses, con otras veinte personas a dormir al lado de la foto de la hamburguesa Mcdonalds.

Por qué lo hacen, es la pregunta.

Hay unas cuántas respuestas:

-Queríamos imitar lo que pasaba en España. Pero no nos resultó-, dice Felipe-artesa.
-Con esta toma se quiere llegar a la gente que pasa. No se ha hecho difusión porque no nos interesa incidir más allá de eso-, dice de nuevo.
-Como objetivo concreto, digamos magno, no tenemos nada claro. Pero si nos gustaría replicar esto. Tener 100 personas fijas-, dice Felipe-cesante.
-La idea es resignificar el espacio público. Que lo podai ocupar para lo que querai-, vuelve a decir Felipe-artesa.
-Que el conocimiento no se encierra en las aulas-, dice Felipe cesante.

Porque hacen talleres y asambleas, y prestan libros e incluso tienen un cuadernito -al estilo biblioteca Aplaplac Plan Z- con un lápiz para anotar al que lleve un libro.

Los indignados de Plaza Italia no parecen indignados. Parecen tranquilos. Tan tranquilos que se llevan bien con los carabineros.

-¿Amigos?
-No amigos pero sí buena onda. Les ofrecíamos cafecito en la noche. Tenemos buenas relaciones porque queremos proteger esto.

Los carabineros los protegen a ellos. Para las marchas o los partidos, o las protestas -cuando se llevan detenidos- los indignados son intocables. O, cuando alguien los molesta, como un tipo borracho que vino hace unos días a tirarle escupo a la mini mini biblioteca, los carabineros se los llevan.

Y ellos ponen de su parte.

-La primera vez que vinimos dijeron: “Ya, tienen que sacar las carpas”. Y nosotros: “Ya”. Y nos fuimos. Y ellos quedaron como desconcertados. Juraban que se iban a enfrentar-, dice Felipe-artesa.

-Nos huevearon que no podíamos dormir en horizontal. Teníamos que estar un poquito sentados. Así que dormimos un poquito sentados. Llevo casi dos meses acá y recién te puedo decir que he podido dormir más de una hora-, cuenta Felipe-cesante.

-Por ejemplo, no podemos poner una carpa en el piso pero sí podemos tenerla armada al hombro-, dice el músico de pelo verde.

-De hecho la primera vez que nos vinimos hicimos esa ridiculez para puro huevear a un tipo de Seguridad Ciudadana. Nos dijeron: “No pueden tener la carpa en el piso. Y nos la pusimos en la cabeza. Estuvimos caleta de rato así”, sonríe Felipe-artesa.

Hay gente que pasa y los mira. Hay gente que pasa y se queda. Como Constanza, que después del preuniversitario se va todos los días a la toma aunque sus papás se enojen y le digan que esa no es su familia, que su familia está en la casa. O como un niño de trece años que se fue de su casa y se quedó con ellos.

O les pasa que un evangélico les diga que se vayan porque Dios no los quiere ahí o una señora les quiera dejar a su hijo de un año para que sean una suerte de niñera grupal.

Los indignados se quedan cuando llueve -hacen carpitas de nylon-, se pelean por cosas domésticas -como no hacer las “camas”-, vuelven a amigarse, se duchan en las casas de amigos, comen cosas que les regalan o que compran entre todos, se enamoran entre ellos, acogen las demandas de cualquiera: Hidroaysén, la venta de semillas a Monsanto, la educación, etcétera y piensan que, aunque nadie los esté pescando demasiado, van a quedarse igual.

-¿Hasta cuándo?
-Hasta que nos desgastemos, lo cual es difícil porque para mi la lucha no se acaba hasta que el sistema sea reemplazado por otro.

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