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Cultura

29 de Julio de 2011

“Nunca he sido muy mina, soy la Juana tres cocos”

Era chica -bien chica- dice con la voz ronca. Estaba en su casa, Maipú, y veía una película en la tele sobre secuestros de estudiantes de enseñanza media, septiembre del 76, ciudad de La Plata, Argentina. “La noche de los lápices”, se llamaba, y Daniela Ramírez no entendíó por qué su papá le cambió el […]

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Era chica -bien chica- dice con la voz ronca. Estaba en su casa, Maipú, y veía una película en la tele sobre secuestros de estudiantes de enseñanza media, septiembre del 76, ciudad de La Plata, Argentina. “La noche de los lápices”, se llamaba, y Daniela Ramírez no entendíó por qué su papá le cambió el canal.

-Me pasó que vi esa película y quedé tocada, le pregunté a mi viejo qué onda y, bueno, me dio el típico discurso de derecha de que los comunistas, que eran todos oportunistas, todos ladrones, entonces me quedé con un ruido. Y dije qué pasa, qué pasa.

Después conectó cables: las dictaduras en Latinoamérica, los derechos humanos. Pero eso fue después, mucho después, cuando a los 24 años empezó a investigar para Los Archivos del Cardenal y entendió cosas que ese día, sentada mirando la tele, no pudo.

La metáfora gastada de la oveja negra es una de las que se pueden usar para nombrar a Daniela, la menor de tres hermanos, la única mujer, la que quedó embarazada a los quince, la que siempre se sintió un poco fuera de todo.

-Ponte tú, yo vivía en una villa y me juntaba en la pobla de al lado con la Soto -una pendeja- con la gente humilde porque siempre me acogió más. Mis papás no eran cuicos ni nada pero eran más conservadores, mucho más formales. ¿Me entendís?. Y eso a mí me aburría. Me gustaba mucho más tocar a la gente, querer, abrazar, huevear, guitarrear, no sé. Tenia otra sensación. Me sentía más cómoda en otros espacios.

-¿Y el colegio, era conservador?
-Es que yo me encontré a mis buenas cabras. Era un colegio de puras mujeres y era chistoso porque éramos cinco minas que nos juntábamos y nos cargaba todo el cuento femenino. Como que repudiábamos el ser minas. Nos gustaban Los Prisioneros. Me acuerdo que en ese tiempo no volvían todavía a sonar. Éramos las únicas que teníamos (zapatillas) Converse y nos cortábamos el pelo así corto porque queríamos ser minos. Jugábamos al papá y a la mamá, ese típico juego que hacís de pendeja como de la casa y la familia, pero en el nuestro el viejo llegaba curado y le pegaba a la hueona. Era otra percepción…

-¿Por qué?
-No sé. Éramos como primos. Éramos como unos niños. Creo que hablábamos cosas demasiado intensas para la edad. Eramos las minas que organizaban todos los juegos del recreo. Ponte, empezábamos a jugar a la botellita envenenada y después jugaba todo el curso y quedaba la cagada. Y llevábamos muda. Buzo extra porque nos re cagábamos de la risa.

Daniela no está cómoda en la posición del recién-famoso. Sentada frente al espejo, le pasan el secador, transforman su pelo ondulado en crespo, la llenan de maquillaje, le ponen tacos- mientras dice que después de esos días que vinieron antes de la adolescencia nunca volvió a reírse tanto.

Conoció más gente. Estuvo en un nuevo colegio. Uno que quedaba en su barrio.

-Era entre comillas liberal. Maipucinamente progresista.

-¿Maipucinamente progresista?
-Los colegios progresistas son más cuiquis. Este era más normal. Gente común y corriente. Clase media queriendo tirar un poco para arriba, que piensa de otra forma. Porque el chileno de clase media no piensa mucho. Se encasilla en ser funcional. En ser conformista. El otro día hablaba con el Álvaro Escobar y le decía: ¿Por qué la gente es tan conformista?. Y él me decía: “No es conformismo. Es miedo. Miedo a perder la pega”. Te formalizai, no opinai mucho, no te arriesgai con las cosas. No te arriesgai con nada. Andai cuidándote siempre.

-¿En ese colegio fuiste poniéndote más niña para las cosas?
-Nunca he sido muy mina. Soy la Juana tres cocos. Todos me dicen, o sea no todos, pero me dicen “primo”.

La chica que se cortaba el pelo hasta las orejas encontró novio. Llevaba dos años con él -tenía quince- cuando supo que estaba embarazada.

-Era el amor de mi vida-, se ríe, cuando habla de él, como diciendo que dejó -hace mucho- de serlo.

-¿Cómo fue eso?
-Fue gore. Fue brígido. Pensé que me iba a postergar. Nunca fui tan fatalista pero cualquier mina que queda embaraza a los quince años piensa en abortar. Es que la situación es muy brígida. Imagínate con papás full conservadores, yo pensé que me iban a echar de la casa.

-Y no.
-Nooo po. Pero de verdad yo estaba haciendo mis maletas para ver a un doctor tránsfuga.

-¿Y por qué no abortaste?
-No porque…mmm..yo no estoy contra el aborto, creo que cualquier persona puede. Pero cuando uno es chico necesita una ayuda. Que te conduzcan y te guíen un poquito. Pero bueno. Mi hermano me dijo que no.

-¿Le contaste primero a tus hermanos?
-No. Mi mamá se dio cuenta. Es que una cosa así no la podís ocultar. Estai full nerviosa. Y también es como cuando se muere alguien. No concebís que eso puede ser real. No podía creer que estaba embarazada. Decía: “¿Pero cómo?. Una estúpida. Soy una estúpida”. Y el papá de mi hijo estaba igual que yo. Éramos dos pájaros. Nos mirábamos y decíamos: “Mentira. Esta hueá no está pasando”. Era muy raro. Y mi hermano me dijo que si abortaba no lo iba a ver nunca más. Él es demasiado importante para mí así que dije: “Al carajo y asumo esto”. Yo admiraba a mi hermano porque, más allá de ser el primero de mi familia en en ir a la universidad y toda esa cagada de responderle al resto, era un hueón que pensaba con calma. Y mi familia, por sobre todo, es histérica. Entonces el loco me dio otro punto de vista. Y ha hecho todo lo que he querido para mi.

-¿Sí?
-Tiene una casa en Salvador, de esas antiguas, la raja. Tiene un escarabajo. Le puso Salvador a su hijo, Emilia a su hija. Ha hecho todo lo que yo he querido.

-¿Cómo se llama el tuyo?
-Martín. Yo le quería poner Gaspar.

-¿Y? ¿Concesiones?
-Sí. Muchas concesiones. Cuando eris pendeja y eris mamá es mucho lo que tenís que mediar. Es brígido ser mamá a los quince. Aunque para mi no fue tan brígido. Porque intenté que el Martín fuera mi mochila. Yo iba al Forestal a vender hamburguesas y llevaba al Martín conmigo. Iba a un cumpleaños llevaba al Martín conmigo. El Martín me acompañaba a la universidad a ensayar.

-¿Y no te pasó sentir que te postergabas tanto y después te bajara la locura, las ganas de carretear todo el día?
-No, no. Para mí el Martín fue lo mejor. No es que fui piteada ni nada pero sí salía mucho. No me hallaba en mi casa. No me hallaba no me hallaba. No, no, no, no, no.

-¿Cómo no?
-No entendía como se querían relacionar. O sea no era para mí. Era muy distinta. Te lo juro. Pero no era así como: “Ay yo la distinta”. No. Era una cosa que no me gustaba como se relacionaban. Lo veía súper difícil e instalarme ahí no era cómodo. Entonces salía mucho. Y no es que estuviera en la calle así vagando, pero me iba a la casa de una compañera y nos quedábamos con la vieja haciendo sopaipillas y ahí si me sentía más en mi lugar.

-¿Con el Martín te pusiste más de casa?
-Igual. Pero siempre fue parte de todo lo otro.

Después, Daniela salió del colegio, se tomó un tiempo, intentó entrar a la Chile a estudiar Teatro, no le resultó porque tenía muy poco puntaje en la PSU.

-Quedé al toque. Pero di la prueba y en matemáticas nada. Te juro que tenía contabilizados los 530 que tenia que sacar. Porque no daba más. Y saqué 532. Fue un chiste. Lo mandé a la mierda y me fui a la Arcis. Porque jamás iba a lograrlo. Jamás. Me hubiera demorado cinco años y no soy tan obsesiva. Vivo el día a día no más.

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