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Opinión

17 de Julio de 2013

Editorial: El bajón de Longueira

Hay un momento en que las palabras cargadas de buenas intenciones y comprensión por el prójimo se vuelven perversas. Es cuando todos al unísono las repiten insistentemente, como si recitarlas fuera garantía de decencia. Longueira, al fin y al cabo, es un político respetado. De buenas a primeras, la explicación de su enfermedad generó cierto […]

Patricio Fernández
Patricio Fernández
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Hay un momento en que las palabras cargadas de buenas intenciones y comprensión por el prójimo se vuelven perversas. Es cuando todos al unísono las repiten insistentemente, como si recitarlas fuera garantía de decencia. Longueira, al fin y al cabo, es un político respetado. De buenas a primeras, la explicación de su enfermedad generó cierto tipo de sospechas. O de perturbación, para ser más exactos. La noticia de su renuncia a la candidatura presidencial tomó a toda la clase política por sorpresa. Hasta ayer en la tarde nadie se había imaginado que una cosa así podría suceder. Andrés Zaldívar, al ser consultado por el suceso, mostró su admiración por la actividad republicana: resaltó el hecho, comprobado por él a lo largo de medio siglo en ese ruedo, de que en política todo es posible. Recordó el Naranjazo, gracias al cual surgió Frei Montalva. Al viejo zorro le gusta ver refrendada su desconfianza natural con lo definitivo. A lo largo del día, sin embargo, la depresión de Longueira fue tomando relevancia.

Un parlamentario de la UDI con el que hablé me dijo que Pablo, por ningún motivo, se prestaría para una artimaña de este tipo. “Mucho menos con su familia”, agregó. Había sido su hijo quien leyó el comunicado de su renuncia, a nombre de la familia. Algunos especularon con la posibilidad de que se hubiera agravado la enfermedad de uno de sus hijos. Otros contaron que estaba sufriendo ataques de pánico, y que los últimos días lo vieron pésimo. Yo conozco a Longueira. Durante un año fue panelista estable en Desde Zero, un programa de radio al que asisto todas las mañanas. Nos hicimos bastante amigos. Es agradable conversar con Longueira. Se le dan mal las palabras de buena crianza. Parece no tener nada que esconder. En The Clinic habíamos vuelto famoso el slogan “Longueira la tiene corteira”, joda que le habían sacado en cara multitud de veces. Él, por su parte, era quizás el rostro más emblemático del pinochetismo. Longueira leyó la carta que Pinochet le escribió a los chilenos cuando fue detenido en Londres. Su testamento. Como sea, es ante todo un animal político, tan animal como político, de pasiones bravas y entendimientos interminables. A punta de sinceridades, se ganó nuestro respeto. Durante estas primarias se le vio menos vital que de costumbre. Recién ahora reparo en ello. No era el Longueira enfático y atrevido. Quizás fantaseo, pero mirado desde hoy, se le veía cansado. Me dicen que su situación es peor de lo que muchos creen. Que se aficionó al encierro en una pieza oscura. Y nosotros en el último número, impreso antes de su renuncia y aparecido después, agarrándolo impíamente para el tandeo. Las circunstancias lo condicionan casi todo.

Lo que pudo ser una joda molesta, se volvió inaceptable. Son las jugadas crueles del azar. Nunca fue nuestra intención, ni jamás lo sería, burlarnos del adolorido. Menos si se trata de un contendor bien valorado. Lo que a mí me sigue costando, es separar enteramente la renuncia de Pablo, del momento en que se halla la derecha. Renovación Nacional y buena parte de la UDI lo dejaron solo. Festejaron pocos su triunfo en las primarias. Los políticos de su sector dieron rápidamente por perdida la presidencia. Carlos Larraín dijo que hablaba otra lengua que los gremialistas. Le metió un gol al plantear una reforma al sistema binominal dándole la espalda. Allamand no reaccionó ante la derrota sumándose a su candidatura. Así como bajaron a Golborne y subieron a Longueira, en las próximas horas veremos surgir a sus reemplazantes. Los partidos lo harán más allá de cualquier dolor humano. Y tienen razón: la historia del hombre no se detiene mucho rato en los individuos. Difícilmente apostarán a la unidad. Es de suponer que Allamand volverá a la carga, pero la UDI no lo apoyará. ¿Y Ossandón? Quién sabe. Golborne y la Matthei podrían saltar por el otro lado. Sería bonita una disputa entre hijas de generales de la aviación. Mientras tanto, Longueira, mejórate. La enfermedad de la derecha, tú lo sabes mejor que nadie, parece incurable.

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