Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Opinión

13 de Noviembre de 2014

Editorial: Del cacareo a los huevos

Hay algo que está claro: todavía no cuaja La Nueva Mayoría. Sigue siendo un proyecto. Yo creo que va a sobrevivir, porque el poder une, y si se desmiembra, alguien perderá el poder. Nació al alero de ansias más izquierdistas que la Concertación. Se extendió hacia ese lado. Acogió a buena parte del movimiento estudiantil […]

Patricio Fernández
Patricio Fernández
Por

editorial-570

Hay algo que está claro: todavía no cuaja La Nueva Mayoría. Sigue siendo un proyecto. Yo creo que va a sobrevivir, porque el poder une, y si se desmiembra, alguien perderá el poder. Nació al alero de ansias más izquierdistas que la Concertación. Se extendió hacia ese lado. Acogió a buena parte del movimiento estudiantil de entonces. Incluso Boric, que siempre ha marcado la diferencia, se incorporó a su órbita. (Hoy lo une con Pérez Yoma querer la cabeza de Eyzaguirre). Marco Enríquez-Ominami comenzó a sentirla su espacio natural. El Chico Navarro se movía por ella como Pedro por su casa. Aparecieron los dichos altisonantes, las retroexcavadoras, y hasta sonó por ahí la palabra “revolución”. Los concertacionistas de viejo cuño se sintieron incómodos. Nada radical los convocaba. Ellos habían generado una cultura de acuerdos tan profunda, que ya eran todos prácticamente lo mismo. En los hechos, constituyeron casi un partido político. Y ese partido fue derrotado el año 2010. Bachelet, de hecho, apenas lo apoyó. Por eso el movimiento social, que irrumpió, en el fondo, para recordarle a esa coalición dormida que a la sombra de sus acuerdos habían surgido nuevas demandas, le dio la pasada. No se trató sólo de su encanto y simpatía.

En un país de instituciones más frágiles, hubiera sido el momento perfecto para un demagogo, pero acá quienes lo intentaron, salieron trasquilados. Bachelet no era la Concertación, pero tampoco escupía a la anciana. La entusiasmaba la ola en curso (fue siempre “autoflagelante”), pero no la obnubilaba. Ella es la representación física de la Nueva Mayoría. De la alianza que ganó las elecciones y que hoy murmura, desvelada en medio de la noche: “To be or not to be. That is the question”. Políticamente hablando, la tarea central del gobierno de Bachelet es fortalecer esta coalición. Encontrarle su equilibrio. Ayudarla a sintonizar los nuevos acuerdos que el país requiere. Si no lo consigue, peligra el proyecto progresista. Es fácil decirlo, y dificilísimo hacerlo. Entre los recién incorporados, no todos valoran lo construido hasta acá. Para los más puristas, es el resultado de una rendición. A los protagonistas de la transición, por su parte, les cuesta entender las urgencias de la nueva camada. El orgullo por lo realizado les impide empatizar con las exigencias que ellos mismos engendraron. Algunos están hablando que se requiere un cambio cultural para consumar las reformas en curso, pero los cambios culturales no se imponen por decreto. Eso es propio de gobiernos totalitarios. El asunto funciona más bien al revés: la ley los consigna. Son raras las excepciones democráticas en que la ley los empuja. Esta, más bien, es tarea de la opinión pública, del arte y la literatura, de las universidades, de la experiencia y sus testimonios, de los partidos políticos (cuando están vivos) y las organizaciones sociales. Yo percibo que, en este sentido, el avance es significativo. La fiebre neoliberal ha bajado ostensiblemente su temperatura. Muy pocos se atreverían a defender hoy que la codicia es deseable, que siempre lo privado es mejor que lo público o que el lucro es virtuoso en cualquier área del desarrollo humano. ¡Hasta la derecha considera que la reforma educacional debió partir fortaleciendo la educación pública, cuando recién ayer querían terminar con ella! Hay consenso en que nuestro drama es la desigualdad. Sobran las declaraciones grandilocuentes. Lo que falta es muñeca política.

Notas relacionadas