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Opinión

17 de Diciembre de 2015

Colusión: Cuando Chile quiso cambiar el rumbo

* Cualquier similitud entre el título de este artículo con ocasión de lo ocurrido recientemente es coincidencia. Sin embargo, cabe consignar que los ataques, arteros como certeros son, por una parte, el pan de cada día pero, por la otra, dan muestra de un nivel de molestia tan brutal como irreflexivo contra el sistema imperante. […]

Gonzalo Cruzat Valdés
Gonzalo Cruzat Valdés
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Cualquier similitud entre el título de este artículo con ocasión de lo ocurrido recientemente es coincidencia. Sin embargo, cabe consignar que los ataques, arteros como certeros son, por una parte, el pan de cada día pero, por la otra, dan muestra de un nivel de molestia tan brutal como irreflexivo contra el sistema imperante.

En este ambiente tan crispado, la falta de competencia en los mercados es quizás el principal factor a considerar. Pero culpar de lo ocurrido a “este modelo” es ignominioso. Tantas satisfacciones nos ha dado, y nos hemos encargado de deslegitimarlo.

Origen de nuestro modelo

El año 73 este país estaba arruinado. Reconozcamos que nunca fue una economía pujante, sino que más bien somnolienta. Pero la culminación de décadas de políticas económicas erradas, no exclusivo ni excluyente a algún bando político, trajo consigo a la UP. Desigualdad, pobreza y nulo reconocimiento al derecho de propiedad eran el pan de cada día por aquellos decenios. Abundaba un Estado omnipresente como asfixiante e interventor, y monopolios públicos como privados al amparo de aranceles altísimos. La verdad es que era imposible competir porque no estaban dadas las condiciones para ello. En definitiva, empresas deficitarias, un mercado de capitales inexistente y un estado coaptado por sindicatos, políticos y empresarios, todo ello al amparo de precios regulados. Por lejos, el peor de los escenarios.

Así, era imposible implementar una revolución sino que mediante revolucionarios que creyeran en la libertad. Y eso fue lo que lideró De Castro a través de “El Ladrillo”, primero, y luego como ministro encargado del área económica. Su consigna era competir, bajar aranceles y disminuir el aparataje estatal. Se despreciaba el rol del Estado empresario: sólo regulador.

Sin embargo, esta política, idealmente liberal, pro empresa pero no pro empresario, no fue acompañada de una institucionalidad de competencia adecuada, no obstante para los Chicago era tan importante la Ley de Competencia. Limitaciones propias de una entidad en nacimiento no iban a la par de la sagacidad empresarial. De hecho, don Waldo Ortúzar, primer Fiscal Nacional Económico, trabajaba desde su oficina y las comisiones de competencia se reunían con profesionales sin dedicación exclusiva.

Ello conllevó un aprendizaje muy lento de parte del empresariado. Muchos de los cuales veían con recelo la competencia. Añoraban aranceles como cofradías reglamentarias. Sin ir más lejos, don Jorge Alessandri R. defendía la política proteccionista en favor de CMPC de aquellos años. Por otra parte, el Estado privilegió el ingreso de privados fomentando beneficios pero que, con los años, fueron cimentando barreras de entrada. La industria pesquera es un ejemplo de esto. Si bien se creaban nuevas industrias, poco a poco se fueron aglutinando. Mucho tiene que ver con lo que vino después. Lo que unos llaman “consolidación”, otros “economías de escala”.

Primera caída

La crisis del 83 tuvo un impacto muy profundo en orden de libre competencia. Entre otras cosas porque afectó a los mayores grupos que habían, de una u otra manera, desafiado los lineamientos tradicionales del empresariado. Mientras Cruzat, Larraín y Vial habían hecho suyo “El Ladrillo”, con errores y defectos, por cierto, otros miraban con recelo esto de competir. No habían competido nunca, y ahora eran desafiados. Y había quienes, finalmente, con mucha sagacidad esperaban al “aguaite”, algo que obtuvo réditos años después. Por lo mismo, la solución que dio Büchi a lo que se denominó el “área rara de la economía”, que no fue otra que liquidar las empresas intervenidas sin considerar aspectos mínimos de competencia, y privatizar otras a un precio insignificante, significó un franco retroceso al fin del día.

Los viejos, y no tan viejos, que creían en una economía relativamente de mercado pero temerosos de competir, y que añoraban de proteccionismos, volvían a hacerse un espacio. La Sudamericana y otras navieras se mantenían a flote gracias a la Ley de Fomento de Marina Mercante, LAN lo hacía al amparo de la Ley de Aeronavegación Comercial, CAP y GERDAU se distribuían el mercado del acero haciéndole la vida imposible a quienes querían importar acero, la industria del supermercado imponía cláusulas radiales que excluían competidores, la industria bancaria se consolidaba al amparo de las sociedades de apoyo. Se comenzó a considerar aspectos de concentración como “necesarios”. El banco Santander y el Santiago se fusionaron como si nada, e idéntico el Chile con Edwards, LAN y LADECO, entre otras. La desintegración de la industria eléctrica fue una buena señal, pero quedó aislada frente a lo que se vino, una avalancha de fusiones no desafiadas por la FNE. Y el abuso de posición dominante como altas barreras de entrada se impusieron con poca persecución.

La regla del “Just do it”

Lo anterior lo señalo para graficar cómo operaba el mercado. Se tomaba la decisión y se imponía. No importaban aspectos de competencia: se hace, después veremos… Entonces la publicidad de “Nike”, la del “just do it” hizo eco, y con fuerza.

Esa fue la realidad de los años 90 y siguientes, que por primera vez comenzó a ser desafiada tras la fallida fusión de D&S con Falabella.

Pero una golondrina no hizo verano. Las empresas crecían sin pausa, manteniendo algunas, prácticas reñidas con la libre competencia, modos que habían conservado por años, y que el sistema no fue capaz de prevenir como sancionar.

En consecuencia, las viejas prácticas perduraron porque el fiscalizador como el regulador no fueron capaces de darle alcance. Faltó monitoreo como prevención. Por todo lo anterior, la pasividad de los 90 y del primer decenio de este siglo nos pasa la cuenta. Los casos farmacias, pollos, buses y otras tantas colusiones, explícitas como implícitas, no son sino el reflejo de aquello.

Quizás, el rumbo se perdió hace años, aunque nunca es tarde de enmendarlo; porque lo ocurrido no es culpa del sistema sino que de personas que lo violentan o bien, que francamente, nunca creyeron en él.

*Abogado

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