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Opinión

2 de Agosto de 2018

Jorge Alemán: “El racismo es el odio del goce del otro”

"La nueva definición de maldad, es hacerse daño a sí mismo con tal de perjudicar al otro” dice Jorge Alemán (67), psicoanalista argentino que nos visitó en el II Coloquio Euro-Latino-Americano “Inmigrantes, refugiados, desplazados” organizado por la Universidad Católica de Valparaíso en Julio de este año.

Constanza Michelson
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Constanza Michelson conversa con Jorge Alemán

“La nueva definición de maldad, es hacerse daño a sí mismo con tal de perjudicar al otro” dice Jorge Alemán (67), psicoanalista argentino que nos visitó en el II Coloquio Euro-Latino-Americano “Inmigrantes, refugiados, desplazados” organizado por la Universidad Católica de Valparaíso en Julio de este año.

Decir que es un psicoanalista no le hace justicia, pues su trabajo es fundamentalmente político. Se trata de un intelectual de los intersticios, lejos de todo lugar común, se mueve desuniendo lo que parece obvio y estático. Vive en España, donde reside desde su exilio en 1976, militante de Podemos y referente, junto a Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, de la llamada izquierda lacaniana. Dicen que en las disputas entre psicoanalistas se le critica su filiación política, pero él responde que no pretende izquierdizar a sus colegas, sino llevar las enseñanzas del psicoanálisis a lo político. Y lo ha hecho de manera prolífica y más que creativa. Lo suyo es interrogar las lógicas de dominación del capitalismo contemporáneo. Autor de Notas antifilosóficas, Soledad Común, Lacan:Heidegger entre otros títulos.

Su conferencia se tituló “El odio al goce del otro”. Dice que esta es una idea clásica en psicoanálisis, que lo que se odia del otro, es algo que habita a la vez en uno mismo: una zona extranjera que sobrepasa lo que cada uno tiene por su propia identidad, el llamado goce. Esa propia división que cada uno porta, entre lo que uno cree ser y un punto del cuerpo que nunca está del todo incorporado en las ideas, es situado en el cuerpo del otro en el racismo. “Fiestas en días impropios, que el otro tiene una relación al dinero de tal manera, etc, todo racismo apunta al modo de gozar el otro”. Pero a esta condición estructural e inevitable, se suma la contingencia histórica que lleva a que entonces el odio hoy “pase a ser un odio al goce del otro como algo maligno, basta ir a la Europa contemporánea, donde hay imputaciones de goces malignos por todos lados. Los italianos, por ejemplo, se levantan todos los días viendo cuáles son los extranjeros que hay que expulsar”.

 

-¿No te molesta esto? porque soy suicida, yo fumo

No, no me molesta nada (o trato con el goce del otro). ¿Cuáles son las nuevas condiciones del racismo? Decías que algo advierte Lacan ya en el año 67.

El año 67 Lacan dijo algo que tiene acento profético. El 68 se construye el nuevo espíritu del capitalismo, queda integrado en el mundo que hay que ser imaginativo, creativo, horizontales, así como Weber habló de la ética protestante para el capitalismo fordista, el 68 se delimita un nuevo horizonte capitalista. Lacan dijo entonces que el porvenir de los mercados comunes, iba a llevar a una acentuación durísima del racismo. Curiosamente en años en que Europa se ve a sí misma detentando los valores universales, resulta que va a generar un nuevo tipo de racismo.

Ese nuevo tipo de racismo dice que tiene que ver con la potencia homogenizadora del capitalismo: “aunque parezca que están pasando muchas cosas nuevas, a gran velocidad, lo nuevo llama a lo nuevo, lo igual a lo igual para que todo termine en lo mismo. Y en esa velocidad infernal, no ocurre nada, pero hay un potencial para el odio y su reverso que es la depresión, que ya no es una patología sino una epidemia mundial”.

¿Qué nuevo odio?

Agamben, dice que lo propio de la modernidad no es la ciudad, sino el campo de concentración. Aunque suene exagerado, se refiere a que el poder soberano hoy es capaz de producir dos tipos de sujetos: los ciudadanos, a quienes llama el “bios”, es decir, sujetos inscritos en algo, los incluidos, y la vez produce lo que llama “zoe”, es decir, nuda vida. La nuda vida se trata de cuerpos que no son considerables ni víctimas, ni extranjeros, ni exiliados -¡qué ridículo es pensar en el exilio frente a todo esto! – pues todas esas son figuras jurídicas. La nuda vida son vidas matables sin ningún orden jurídico que las resguarde, ni un duelo posible de hacer. Los muertos que flotan en los mares que rodean Europa, hacen mancha del paisaje, el cadáver del niño sirio (Aylan Kurdi) nos convocaba identificación, pero lo cierto es que hay puntos negros por todas partes. Cuerpos, sin historia, sin biografía, sin victimización, no como los clubes de víctimas que se forjan hoy; para ellos no hay ningún lugar donde la queja se pueda institucionalizar, no tienen nombre.

¿Decías que hoy hay un estado de excepción en democracia? ¿A qué te refieres?

Hay un triángulo entre poder soberano, producción de nuda vida y el orden jurídico. En la producción de nuda vida hay estado de excepción, estoy de acuerdo en esto con Agamben, en que la técnica en esta fase del capitalismo, produce Estado excepción no en el sentido del golpe de estado ni de la suspensión de garantías, sino porque se fabrican normas para que se produzca esa nuda vida. Esto no lo produce ni el nacionalismo, ni el fundamentalismo sino el puro ejercicio democrático actual. Las democracias funcionan en una lógica en que se puede matar sin que haya ninguna norma jurídica que condene a esa muerte. De las muertes en el Mediterráneo no hay responsable alguno. Se puede dar muerte sin que haya castigo, nadie es castigable.

¿Y qué rol tienen los fundamentalismos?

Al fundamentalismo se le atribuye algo que hay que ver si su verdadera génesis es el fundamentalismo. Los muchachos del atentado en París dijeron que eran una franquicie, pero cómo, ¡una franquicie es de Starbucks! El asunto es que, como reverso a estas muertes no atribuibles a nadie, están estas donde me hago el amo de la situación porque me mato y doy muerte. La nueva definición de maldad es hacerse daño a sí mismo con tal de perjudicar al otro.

“… El feminismo es una oportunidad extraordinaria porque sería el primer discurso que introduce en lo político, no en la política (entiendo “lo político” como lo transformador y “la política” es la gestión) el problema del amor, el problema de la denominada “diferencia sexual”, el problema del deseo, es decir, toca los fenómenos que yo caracterizaría como infrapolíticos, en el sentido de que toca al propio sujeto, así es que es una gran, gran oportunidad”.

¿Revolución feminista?

¿Cómo describirías esta nueva fase del capitalismo?

Es un discurso que es circular, ilimitado, no presenta un lugar donde efectuar un corte y no tiene exterior. Digamos que estamos asistiendo a una etapa histórica que no tiene después, que no nos muestra ya este mito ilustrado del progreso de sociedades que va evolucionando teleológicamente o como quieras llamarlo hacia algún lugar, es más fácil pensar en el fin del mundo que en el fin del capitalismo, no hay un exterior al capitalismo, no hay una salida. El capitalismo actual se conoce, genéricamente, como neoliberalismo y está en camino de una mutación antropológica: quiere tocar ya al propio sujeto en su construcción, quiere tocar al sujeto del neolítico. Es decir, a diferencia de otras formaciones históricas donde el sujeto aún estaba resguardado, quedando un proyecto de hombre nuevo, el sueño neoliberal es volver al sujeto un capital humano, un sujeto que se automaximice y que tenga una relación consigo mismo de competencia, de emprendimiento y de deuda, que son los tres vectores a través de los cuales la subjetividad actual se despliega.

¿Te parece entonces que Mayo del 68 es el triunfo de este capitalismo, antes que una revolución de izquierda?

Bueno, ahí tendría que tomar, como perspectiva, la idea de Gramsci de “revolución pasiva”, fue una revolución pasiva, en el sentido de que el capitalismo se reapropió de todos esos fenómenos que se habían generado en mayo ’68 para cambiar su estética, su dinámica interna, su concepción publicitaria y lo que es su envoltorio, es decir, el capitalismo necesitaba una nueva mascarada, un nuevo semblante y mayo del ’68 contribuyó muchísimo. Suele ocurrir que un acto instituyente se institucionaliza de una manera inesperada.

¿Y la revolución feminista es, entonces, una revolución?

La palabra revolución la he abandonado porque la veo todavía muy ligada a un metarelato, a la idea de que la historia sabe a dónde va, pero la historia no sabe a dónde va. En cambio, yo considero que la emancipación es un hecho fulgurante, parcial que se da, a través de distintas prácticas discursivas, que no necesariamente, se inscriben en un marco histórico, de progreso hacia una meta, es decir, no tiene nada que ver con los ’70 cuando estuve aquí en Chile y en Buenos Aires, donde la revolución era un hecho que la historia deseaba la revolución. Había gente que la podía retrasar, gente que la podía tratar de obstaculizar, pero llegaba necesariamente. Bueno, no vivimos en la época de lo necesario, vivimos en la época de lo contingente.

¿Qué quiere decir eso?

Esto quiere decir que, por ejemplo, el feminismo es una oportunidad extraordinaria porque sería el primer discurso que introduce en lo político, no en la política (entiendo “lo político” como lo transformador y “la política” es la gestión) el problema del amor, el problema de la denominada “diferencia sexual”, el problema del deseo, es decir, toca los fenómenos que yo caracterizaría como infrapolíticos, en el sentido de que toca al propio sujeto, así es que es una gran, gran oportunidad.

¿Gran oportunidad porque podría desestabilizar algo del discurso capitalista?

Exactamente. Tiene una fuerza interpelante especial, porque está situada en una lógica que no es la lógica fálica, donde se asume que a toda falta le corresponde algo para taparla. Puede más bien, introducir un tipo de vacío para una lógica distinta. Ahora, bien, dicho esto, tengo que decir que no puedo, porque precisamente no me sitúo en la lógica de la revolución y sí en la de la emancipación, concebirla como una práctica intrínsecamente emancipatoria. Lo va a ser en la medida en que muestre la capacidad de vincularse a otras prácticas. Si se envuelve en sí misma bajo una lógica identitaria, no puede tener ninguna condición emancipatoria. Hace poco, una gran líder feminista dijo que las mujeres que tenían fantasías de sumisión para obtener placer, tenían vestigios de ideología del patriarcado. Pues, no. Toda mujer tiene derecho a utilizar la fantasía sexual que quiera para gozar, porque eso es lo que hizo la ex Unión Soviética con los homosexuales: ¡ah!, el compañero estaba usando mal una idea, lo tenemos que reeducar. Entonces si preparamos con esto algo identitario, que nos lleve a una educación del goce, la cosa va a ir fatal y fácilmente será asimilable para los nuevos proyectos de autoayuda, de armar talleres etc.

¿Te parece que hay algo de amenaza con relación a estas fuerzas emancipatorias, por ejemplo, en el uso forzoso del lenguaje inclusivo?

¡Claro! Todo lo que borre la división del sujeto, como el lenguaje inclusivo por ejemplo. Escuché en Buenos Aires a un monitor hablándole a un grupo de adolescentes diciéndoles “querides, nosotres”, pienso que es un dispositivo peligrosísimo, porque es tomar el lenguaje como un instrumento. Como si tú pudieras instrumentalizar la lengua, como si la lengua fuera algo apropiable, como si fuera algo realmente que está a nuestra disposición, bueno, la verdadera experiencia subversiva es que estamos a disposición de la lengua, no que es un instrumento nuestro.

¿Por qué eso es subversivo?

Porque eso sería la única forma de entender que nuestro suelo natal no es el poder. Si realmente es instrumentalizable, es que hemos nacido para el poder.

Y alguien tiene que tener el poder…

Claro, y entonces tendrían razón los foucaultianos de que lo que nos ha constituido es el poder. Foucault no habla siempre del poder sino de relaciones de poder y de relaciones de fuerza y yo pienso que lo natal del sujeto es la lengua. En la medida en que haga justamente la experiencia de habitarla, de tal modo que la lengua no esté a su disposición, es decir, que sea él el que ha sido tomado, capturado, apresado por la lengua.

¿Y esta fase del capitalismo qué tiene que ver con el surgimiento de los nacionalismos?

Laclau y también mi queridísima amiga Chantal Mouffe llaman a esto “populismo de derecha” y yo no lo veo populismo, sino como lo que Lacan describiría como la “lógica masculina”: movimientos identitarios que tratan de construir un universal desde la identidad y la excepción. Creo que el reverso del neoliberalismo es una especie de reforzamiento de los movimientos identitarios y está pasando. Hay nostalgia del amo.

¿Y Trump es esa nostalgia del padre?

Usada perversamente, porque todos saben que no va a volver el padre, el mismo Trump es la prueba de que él no es así, es decir, él no es un vaquero de Texas, es un hombre de Nueva York, de la merca. Es un hombre de la noche, de las estrellas, de las pornostar.

 

Rock and Roll is dead

¿Por qué decías que el mundo está muy aburrido?

Una de las objeciones que tengo al capitalismo, si es verdad que ya no hay un sujeto de la revolución y si es verdad que no se puede esperar nada del progreso y si es verdad que la revolución no se puede dar como hecho necesario garantizado, queda el problema del tedio. Es decir, es verdad que hay todos los días series nuevas, que yo las veo y sigo atento a todas las nuevas formas de arte, música y escritura, pero uno no deja de tener y primero me tomé el trabajo de saber si era un problema nostálgico, porque yo soy un rockero de los años ’70 y no, al final he confirmado hablando muchísimo con mis amigos más jóvenes, que todo son principios de variación.

¿Qué quiere decir eso?

Que hay géneros que ya han agotado su combinatoria y que ahora, simplemente se varía, se recrea sobre eso, es decir que el jazz terminó, que el rock and roll terminó, que el arte podrá discutir si terminó con Duchamp o con Madelvic o con Picasso o con quien quieras.

O sea, hay después de todo un fin de la historia

No, porque vivir después del arte y vivir después de la revolución es, también, un nuevo modo de enfrentar la historia. El fin de la historia, en el sentido hegeliano de que ya hay un saber absoluto, que se ha encontrado con la verdad, me parece un idealismo. El de Fukuyama era una versión legitimadora de la democracia, todo el mundo tenía que ir a la democracia liberal y al mercado americano, en ese sentido, no veo un fin de la historia, pero sí veo que vivimos en el tiempo en donde, por ejemplo, escribir un texto o hacer una obra de arte exige situarse frente a la idea de que algo ha culminado y de esa culminación se puede vivir o de una manera nostálgica y reaccionaria o puede ser una apertura, ¿cómo hago arte después del final del arte? o ¿cómo escribo un libro después que ya se ha escrito?

¿Y la izquierda después de la izquierda?

Algunos colegas míos con un poquito de mala voluntad, dicen yo quería volver de izquierda a los lacanianos, cuando en realidad quise llevar a Lacan a la izquierda y esta es mi idea. Yo me he vinculado siempre sin idealizar las opciones políticas concretas, pero tratando de introducir, dentro de los resquicios, algunos elementos de la experiencia analítica al debate. Por suerte ahora la izquierda necesita un poco debatir quién es y ya no tiene las certezas que antes tenía sobre el relato que la sustentaba. Como Podemos de España.

Algunos podrían decir que el Podemos fracasó

En eso, citando a Samuel Beckett “fracasa, cada vez mejor”, fracasa una y otra vez y cada vez mejor. No me preocupa fracasar sino fracasar del modo que corresponde: según la apuesta por tu causa, o sea, para mí eso no es fracasar, para mí fracasar es abandonar la causa

¿Hoy día qué podría ser resistencia?

Insistir.

 

 

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