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Reportajes

23 de Noviembre de 2008

Odio a mi vecino: Historias de poblaciones enrejadas

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Son vecinos de hace años pero no se pescan. Unos viven en casas de dos pisos y los otros en pequeños departamentos. Aunque ganan casi lo mismo, se tratan de “cuicos” y “rotos”. Lo único que los separa es una inmensa reja. En Puente Alto existen alrededor de doscientas y en San Bernardo la mayoría están instaladas de manera ilegal. Son el decorado de los nuevos ghettos de la capital y uno de ellos protagonizó este año los peores disturbios del 11 de septiembre sin que se gritara el nombre de Pinochet. Por un portón mal puesto.

Por Claudio Pizarro • fotos: Alejandro Olivares

La rutina siempre es la misma. Jorge Muñoz se baja de la micro, camina un par de metros y de su pantalón saca un inmenso manojo de llaves. La primera le sirve para franquear el portón exterior de la villa, la siguiente para entrar al pasaje, la tercera para traspasar la reja de su domicilio, la cuarta para abrir una puerta de metal, y las dos últimas para ingresar definitivamente a su casa. Recién ahí respira aliviado y puede decir con propiedad: “hogar dulce hogar”.

Jorge vive en la villa Pacífico de Puente Alto, se crió allí hasta los 16 años y regresó hace siete meses a vivir de allegado en la casa de una familia amiga. Desde que tiene uso de razón la reja ha estado presente. Su padre, junto a otros vecinos, la instalaron en cuanto llegaron a la villa a mediados del año 96. La estructura se empina sobre los tres metros y se extiende por todo el frontis de la villa. Forma parte del paisaje. Un paisaje carcelario que cada día prolifera más en la periferia de Santiago gracias a la ley orgánica de municipalidades (18.695) que, por razones de seguridad ciudadana, permite el cierre de pasajes y calles. En la actualidad, en Puente Alto, existen alrededor de 200 rejas divisorias.

La razón del encierro, antes y ahora, es la delincuencia.

-Cuando todavía no entregaban todas las casas, uno veía como pasaban compadres con ventanas de aluminio, puertas y medidores de agua -recuerda Muñoz.

No fue difícil saber de dónde venían, el camino de regreso siempre conducía al mismo lugar: la Villa Padre Hurtado, un conjunto de departamentos de tres pisos entregados por el Serviu, ubicados frente a sus casas. Los blocks, en aquel entonces, estaban cubiertos de nylon. El contraste entre ambas viviendas era repugnante.

Los vecinos de la villa Padre Hurtado pagaban 25 mil pesos de dividendo, poco menos de la mitad que cancelaban sus vecinos del frente, que vivían en casas de dos pisos y tenían dos piezas. Sus departamentos, en cambio, poseían solo una habitación y la lluvia se filtraba por las paredes.

-Claro que era doloroso mirar para el otro lado a través del plástico y pensar que con un poco más de esfuerzo pudimos haber tenido una vivienda más digna -recuerda la señora Nancy de la villa Padre Hurtado. Luego agrega: “ a lo mejor cuando llegaron ellos vieron las casas de nylon y dijeron “ahhh, estos son últimos”. Por eso decidieron cerrar todo y apartarse”.

La diferencia obviamente generó anticuerpos. Muchos en la villa de departamentos se sintieron con el derecho de compensar las desigualdades a través del robo. Y, para justificarse, no encontraron nada mejor que decir que ellos también pasaron por lo mismo.

-Cuando nosotros llegamos acá nos robaba gente de los sectores más antiguos, por eso después les tocó a ellos ser el pájaro nuevo -comenta José Miranda.

Así comenzaron los roces, se agudizaron las desconfianzas y aparecieron los temores. La reja terminó por dividir al barrio y nadie tuvo tiempo de conocerse. Para colmo metieron a todos en el mismo saco. A un lado, “los delincuentes” y al otro, la gente de bien.

Un cartel pegado en la reja resume el clima enrarecido y paranoico que se vive en la Villa Pacífico. Dice así: “Atención, mantenga cerrado, si ve personas ajenas al vecindario esté muy alerta, su casa o la de sus vecinos corre peligro. Actuar con cautela”.

QUEBRADOS PERO NO MUERTOS

¿Qué significa actuar con cautela? Llamar al 133 en voz baja o correr al clóset a sacar una pistola con silenciador. Nada de eso. Los vecinos de la Villa Pacífico son más eficientes de lo que parecen. Como no bastó con la reja se organizaron en una suerte de brigada antirrobos. La junta vecinal compró pitos (silbatos) y cada vez que suenan la gente sale de sus casas con lo que encuentra a mano: palos, fierros, bates, cuchillos y los más precavidos con algún arma de fuego. No en vano, el año pasado, Puente Alto registró la cifra más alta de denuncias por robos con fuerza en lugares habitados de la Región Metropolitana con 1.511 casos y ocupó el cuarto lugar a nivel nacional. Por eso, quizá, nadie confía en la policía. Prefieren que la justicia recaiga en sus manos, aunque sea por unos minutos. Tiempo suficiente para desquitarse con los “amigos de lo ajeno”.

-Es como la ley del más fuerte. El que cagó, cagó. El que tiene más corazón gana. Hay que ser careraja con los hueones -dice El Rucio, vecino de la Villa Pacífico.

El Rucio vive hace 10 años en la población y tiene una teoría que explica las relaciones con sus vecinos del frente:

-Si tú le pegaste a un hueón, van a venir a cobrar y van a dejarte la cagá. ¡Mejor mata al hueón! ¡Te lo pitiai! Yo sé que no es bueno, estoy pensando igual que ellos, pero tengo familia, gente atrás y sé que van a venir a reventarte la casa. Yo no soy cuático pero tampoco soy hueón -reflexiona.

Las detenciones de ladrones no han terminado en muertes pero sí han estado al borde del linchamiento. La señora Bernarda, otra vecina, recuerda que una vez pillaron a un tipo con una caja de herramientas y una máquina de soldar arrancando por uno de los pasajes. “Le aforramos entre todos y un vecino le tiró un balazo en la pierna. Los carabineros cuando llegaron nos dijeron que podíamos quebrarlo si queríamos, no les interesaba, mientras no lo matáramos”, relata de lo más natural.

El rucio cuenta que aquella vez un carabinero se puso a conversar con él y le reveló la “pulenta”.

-Me dijo que la ley que hay ahora viene de Estados Unidos, que ellos no pueden hacer nada y que los delincuentes tienen todas las de ganar. ¡Y así es, poh, socio! Los hueones están en la calle y nosotros encerrados.

La versión entregada por el carabinero es una adaptación pedestre de la tesis de la “puerta giratoria”. Es por esto que el Rucio justifica tener armas. De los cuatro amigos que tiene en la villa, todos poseen pistolas. “Hay que cuidar lo suyo”, asegura.

A tanto llegó la paranoia por los robos que, cuenta doña Bernarda, “mucha gente optó por poner los sillones en las puertas durante la noche”. El que se descuida en la villa pierde como en la guerra. Es un estilo de vida difícil de sobrellevar. A Jorge Muñoz le apesta.

-El solo hecho de pensar que no tení libertad, que estai entre rejas, que no podí dejar una guevá afuera de tu casa, te da lata, te caga el sistema de vida. Mirai pa afuera a cada rato. La guevá te sicosea- cuenta.

Pero la psicosis tiene diversas variantes. A la gente le cuesta entender que las diferencias no son tales. Existen, sí, pero no para creer que los otros sean el origen de todos los males. “Se les metió en la cabeza que porque pusimos la reja nos creemos la raja, somos paltones y andamos inflados por la vida, cuando en el fondo somos todos de la misma calaña”, dice el Rucio, quien estuvo preso varios años y conoce de lo que habla.

Las diferencias en la “pobla” se hacen sentir y siempre están ligadas al verbo poseer. Cualquier bien, por muy modesto que sea, pesa tanto como un lingote de oro.

-Los cabros del otro lado andan pendiente de lo que llevai en los bolsillos, de lo que sacai, un encendedor, un celular bonito. Siempre está la talla, el chirolazo, dicen allá está la plata. Andan en esa. Son detalles, pero los detalles marcan- cuenta Jorge Muñoz, de la Villa Pacífico.

La gente de la villa Padre Hurtado se defiende y comenta que el aislamiento en que han incurrido sus vecinos es una provocación. Alegan que si la reja no existiera habría más convivencia y nadie los “atacaría”.

-En este mundo hay que saber vivir, de eso se trata, tener comunicación. Si no tení comunicación con tu vecino nunca vas a saber lo que le está pasando y él tampoco va a saber cómo es uno- sostiene José Miranda.

Así como están las cosas, Miranda prefiere no caminar por la vereda del frente. Para qué, dice, sino “tení a quién saludar”.

OJO AL CHARQUI

Hace dos años los vecinos de ambas villas vivieron una experiencia límite. Los rumores previos al 11 de septiembre del año 2006 pronosticaban una noche de terror.

-Se supo que la gente de la Padre Hurtado tenía planificado saquear los negocios que están a la entrada de nuestra villa- recuerda doña Bernarda.

Pero eso no era todo. La guinda de la torta vendría después. “Los locos tenían planeado pasarse a la villa y arrasar con todo”, agrega el rucio.

Pero los vecinos de la villa Pacífico no estaban para sorpresas. Esa tarde se reunió un grupo y preparó un asado tal como lo hacían antes de un partido de la selección. Era la “previa”. A las ocho de la noche empezó el movimiento. En cuanto oscureció los pendejos tiraron cadenas a los cables y el sector quedó en penumbras. La muchedumbre, al otro lado de la calle, se paseaba como una jauría hambrienta alrededor de los locales comerciales. El rumor era cierto.

A medianoche empezó el saqueo. Bastó que unos pocos se decidieran a actuar para que todos se abalanzaran sobre la panadería. Rompieron la cortina y arrasaron con todo lo que encontraron a su paso. Luego hicieron lo mismo con una carnicería y una botillería.

-A las cuatro de la mañana todavía se veía gente paseándose con sacos harineros llenos de botellas de pisco-recuerda la señora Bernarda.

La gente de la villa Padre Hurtado asegura que el saqueo no fue planificado sino “al peo” y que ellos no fueron los únicos que protagonizaron el incidente.

-También había gente de El Castillo, El Duraznal, hasta las viejas de la “Pacífico” andaban con carretillas sacando comida -cuenta Toby, un joven de 16 que participó en los desmanes.

Pero el saqueo no fue suficiente, después de llevarse todo y prenderle fuego a los locales, comenzaron a gritar “ahora les toca a los giles de la Pacífico”. El Rucio y sus amigos estaban preparados para defender lo suyo. Un piquete de carabineros custodiaba la villa.

-Nos gritaban cuicos culiaos, mamás, gallinas, ya se van a ir los pacos y vamos a ir a dejarles la cagá. Pero no pudieron entrar. Estábamos parapetados en la villa y meta balazos con los hueones, incluso quemaron un auto -cuenta el Rucio.

Cuando recuerda la pelea, el Rucio se remonta a sus años mozos en La Bandera. “Se han perdido los códigos del choro de antes”, dice.

-Ahora hay puros “domésticos” que le roban hasta las plantas al vecino. Antes, si había un problema, te agarrabas a combos o con cortaplumas en una esquina, la gente hacía una rueda y nadie se metía. Ahora no podí pelear con alguien porque sabí que van a llegar 20 hueones a reventarte la casa. Uno tiene que andar siempre ojo al charqui -se queja.

Aquel 11 de septiembre todo terminó de manera abrupta y de la peor forma posible. Una bala loca atravesó el techo de una casa en la Villa Pacífico y se incrustó en la cabeza de una niña de tres años. La pequeña Tiare fue trasladada al hospital y sobrevivió de milagro. Sus padres volvieron a buscar sus pertenencias y no regresaron más a la villa.

LOS CUICOS DE LOS MORROS

Cuando Jonathan se bajó de la micro, el 10 de septiembre de este año, en el paradero 40 de avenida Los Morros, en San Bernardo, supo de inmediato que algo raro estaba pasando en su villa. Caminó lentamente por avenida Condell y observó a lo lejos un tumulto. La gente cruzaba la calle, vociferaba y levantaba las manos. Por un momento pensó que se trataba de la típica “previa” del “11” pero, en cuanto llegó al lugar, su hermano le aclaró que el “atado” era porque los vecinos de la Eduardo Anguita, la villa del frente, estaban instalando un portón y la gente de su sector se oponía.

Jonathan escuchó un rato los alegatos, le parecieron divertidos, y decidió grabarlos en su celular. Lo primero que hizo fue enfocar al “Ceja”, un vecino de su villa, Cordillera, que le decía a una señora rubia “querí poner la muralla china, te creí Mao Tse Tung”. La mujer, sin entender demasiado, levantó el dedo índice y le respondió que estaba en su derecho porque “nosotros pagamos dividendo”. La frase encendió a las mujeres del otro lado del portón, beneficiadas con la condonación de deudas otorgada por el gobierno, que contestaron a coro: “y que tanto se quiebran si no tienen con qué parar la olla”.

-A nosotros nos sobra la plata -retrucó una mujer parapetada al lado de la rubia.

-Y si tienen tanta plata por qué no se van a vivir a La Dehesa… son terrible levantados de raja -gritó una robusta vecina de Cordillera.

-Cállate, guatona ordinaria -respondió la rubia.

-Te creí pelolais y no salvai a nadie refunfuñó la gorda.

Los comentarios fueron subiendo de tono. Los maridos, recién llegados del trabajo, engrosaron ambos bandos. El celular de Jonathan no paró de registrar cada detalle.

Juana Silva, dirigente de Andha Chile y pobladora de la villa Cordillera, no estaba dispuesta a dejarse humillar por una tropa de recién llegados al barrio. Se encaramó en un poste y arengó a los suyos a botar el portón. Una horda de pendejos hizo eco de sus palabras y en un par de segundos echó abajo la reja. Las piedras empezaron a llover de ambos lados. Se escuchó un disparo. Luego otro y otro. Los vecinos, atrincherados a ambos costados de la calle, sacaron cuchillos, palos, pistolas y escopetas. Al cabo de un par de horas más de 200 personas libraban una verdadera batalla campal.

Carabineros envió efectivos de Fuerzas Especiales pero no dieron abasto. El lumpen aprovechó el caos y saqueó las primeras casas de la villa Anguita. Omar Riveros, dueño de una de las viviendas afectadas, tuvo que huir con su familia y dejar sus pertenencias botadas.

-Echaron abajo la pandereta, se pasaron a mi casa y destrozaron los muebles. Perdí casi todo. Lo único que atiné fue a sacar a mi señora y mi hija de la casa -recuerda.

Su mujer, embarazada de 4 meses, fue trasladada al hospital con síntomas de pérdida.

La situación era incontrolable. Premunidos de armas, cuchillos y estoques “los cuicos” se abalanzaron sobre la villa de los “rotos”. Alguien identificó la casa de Juana Silva y partieron a cobrar revancha.

-Le reventaron el portón, sacaron un auto que tenía y se lo trataron de quemar, afuera gritaban que “salga la guatona culiá”, mientras raspaban los cuchillos en el pavimento -recuerda David, hermano de Jonathan.

El “zorrillo” y el “guanaco” intentaron en vano dispersar a la turba. La hermana de la dirigente de Andha Chile recibió las esquirlas de un escopetazo. En total hubo ocho heridos.

A las tres de la madrugada la policía pudo controlar los desmanes. El portón había desaparecido. Ya no existía ninguna barrera que separara a los “cuicos” de los “rotos”. Pero había otra barrera que nadie vio y que aún permanece enquistada en la mente de los pobladores. Una mezcla de desconfianza, resentimiento, incomunicación, envidia y arribismo.

PARIENTES

Todos los días a las seis de la mañana en el paradero de avenida Condell, la calle que separa ambas villas, un bus de la empresa Carozzi se detiene a buscar trabajadores. De ambos lados de la calle llegan hombres con bolsos y rostros somnolientos. Todos son obreros de la fábrica de pastas.

-En ninguno de los dos lados hay gerentes, ni jefes de personal, son todos trabajadores comunes y corrientes que no ganan más de doscientas cincuenta mil pesos al mes -asegura la señora Bernarda, vecina de la Villa Anguita.

Un par de horas mas tarde, por la misma calle donde hace tres meses se agarraron a balazos, transitan las madres de ambas villas a dejar a sus hijos al colegio municipal Padre Hurtado. Sus retoños son compañeros del mismo establecimiento, juegan a la pelota en el patio y se vienen juntos del colegio.

Pero, lo más paradójico, es que muchos propietarios de la Villa Anguita vienen precisamente del otro lado de la calle Condell donde aseguran que están “los delincuentes, los rotos y los picantes”. En su mayoría son hijos, nietos o sobrinos de los habitantes del otro sector. ¿Es posible, entonces, hablar de una pugna entre “cuicos” y “rotos”?

Es evidente que el caso de San Bernardo es muy distinto a la construcción del muro de Lo Barnechea. Acá las diferencias socio-económicas brillan por su ausencia. Aunque sí existe algo que los hace sentirse diferentes: las viviendas que habitan.

Para Irene Villalón, asistente social de la Municipalidad de San Bernardo, las residencias se han transformado en un símbolo de estatus. “Cada villa posee viviendas que corresponden a una política pública distinta. Los beneficiarios de la Villa Cordillera han recibido lo peor: departamentos prácticamente pelados, sin colegios, sin jardines, sin plazas. Los de la villa Anguita, en cambio, tienen una infraestructura con multicanchas, sedes sociales y plazas. Esto es lo que termina acentuando las diferencias”.

María Retamal vive hace 11 años en la Villa Cordillera junto a su marido y dos hijos. Su vivienda pertenece a un conjunto habitacional de departamentos de tres pisos, de 42 metros cuadrados y una pieza. María ha debido lidiar con la estrechez de su casa y con esfuerzo logró ampliarse hacia atrás. “Ahora tengo tres piezas y vivo un poco más desahogada”, asegura. La extensión de su casa es una medida desesperada que muchos de sus vecinos han implementado a costa de reducir los espacios comunitarios que, en conjunto, no superan el tres por ciento del terreno total de la villa. Cifra que ratifica que San Bernardo, junto a El Bosque, La Pintana y La Granja, es una de las comunas con menos metros cuadrados de área verde por habitante en Santiago.

Al frente, el panorama es completamente distinto. La villa Eduardo Anguita es un conjunto de casas de dos pisos, pareadas por un lado, de 48 metros cuadrados, con living-comedor, dos piezas, antejardín y patio trasero. Los propietarios han sido beneficiados con la nueva política habitacional de vivienda que ha aumentado los metros cuadrados, las áreas verdes y ha dotado de infraestructura comunitaria a la villa. Las diferencias son evidentes y eso ha generado odios.

-Desde que llegaron siempre nos han mirado por encima del hombro, se creen más que nosotros, nos hacen sentir como delincuentes -asegura la señora María, vecina de la Villa Cordillera.

El hecho de vivir en casas y tener patios les ha subido “el pelo” a sus vecinos. Hasta el día de hoy no son pocos los que comentan que viven en un condominio. Recién ahora, a raíz del conflicto del portón, se han dado cuenta que pertenecen a una villa como cualquier otra. Y les duele.

-Lo que pasa es que Conavicoop nos dijo que íbamos a vivir en un barrio privado, con guardias y que íbamos a tener un colegio y un consultorio, nos ofreció un estilo de vida, por eso la gente se hizo expectativas -cuenta Margarita.

Conavicoop se lava las manos. “El problema de los portones es un conflicto entre vecinos y a los socios se le entregó sus casas conforme a lo que se le había ofrecido. Nunca ha existido publicidad engañosa”, aseguran en la empresa.

EN REMATE

Una vez entregadas las casas los guardias desaparecieron y el sueño de una villa idílica se esfumó. Los jóvenes de la Villa Cordillera llegaron al barrio y se instalaron en “sus” plazas. Era lógico. En su villa no tienen áreas verdes, ni canchas iluminadas y la mayoría se crió en la calle. Para muchos caminar al otro lado de la calle Condell es una suerte de paseo diario. Pero hubo un inconveniente.

-Al ver todo lo que no tenían, la brecha se hizo más grande y empezaron a ver con ojos de envidia -comenta Tamara Vallejos, dirigente de la villa Los Héroes, también afectada por el cierre perimetral.

Fue así como comenzaron los destrozos. Los fines de semana las casas eran apedreadas y empezaron a desaparecer artefactos de las casas sin habitar. Para Patricio Ortiz, jefe del plan comunal de seguridad pública de la comuna, “el problema es que la gente está acostumbrada a resolver los conflictos de manera violenta sobre todo en los sectores con más desigualdad”. El año pasado San Bernardo registró 2.047 denuncias por lesiones, ubicándose en el cuarto lugar de la Región Metropolitana.

-Ellos tuvieron áreas verdes y las destruyeron, no es una cuestión de clasismo sino que tratamos de cuidar lo nuestro y defendernos -asegura Jeannette Rojas, vecina del sector nuevo.

Los vecinos de la villa Anguita se sintieron vulnerables. El fantasma de la delincuencia asomó. La solución: instalar portones en toda la villa. Portones que, por lo demás, nunca estuvieron autorizados. Roberto Fernández, Director de Obras del municipio, asegura que el “99% de las rejas instaladas en las calles y pasajes de San Bernardo son ilegales”.

-El problema es que si yo envío a los inspectores municipales a sacarlos, capaz que se agarren a bombazos o nos vengan a disparar al municipio -explica Fernández.

Los vecinos de Villa Cordillera dejaron pasar el cierre de siete pasajes, pero, cuando se enteraron que iban a cerrar el último acceso, pusieron el grito en el cielo. “Imagínese ir a dejar a los niños al colegio con lluvia y darse la mansa vuelta por Los Morros, es inhumano”, alegaron.

Desde entonces bautizaron a sus vecinos como los “nuevos ricos” de la Anguita. Jeanette Rojas, quien antes de comprar su casa vivió de allegada en el departamento de una prima en la Villa Cordillera, defiende a sus vecinos: “no somos millonarios sino pura gente decente que quiere cuidar lo suyo”. La mujer, que llegó a la villa hace seis meses, dice que los otros “viven el día a día, les gusta andar jaraneando, son desordenados, no saben administrar su plata y por eso no surgen y nos miran a nosotros como si fuéramos gente de plata”.

Pero el dinero no es algo que sobra en la villa Anguita. De las 3 mil 800 familias que viven en el lugar alrededor de 2 mil 700 están atrasadas en sus dividendos y, según la ficha de protección social, su calificación es menor a los 8 mil quinientos puntos. “Esto significa que pertenecen al primer quintil donde están las familias más vulnerables que no trabajan con liquidaciones de sueldo y tienen ingresos inestables”, aclara Carmen Salgado, residente de la villa y dirigente del Movimiento Social por una Vivienda Digna.

¿Cómo se explica entonces que hayan adquirido casas entre 520 y 640 Unidades de Fomento?

Miguel Pávez, también dirigente de los deudores habitacionales, sostiene que al implementar el Programa Especial de Trabajadores (PEP), en el gobierno de Frei, bajaron los estándares crediticios y las inmobiliarias aprovecharon el boom para instalar una verdadera industria de la “falsificación de documentos”.

-Las inmobiliarias se encargaban de recomendar a la gente que fuera a una notaría a justificar ingresos o derechamente adulterar las liquidaciones de sueldo -afirma.

Para los bancos, asegura Carmen Salgado, ha sido un pingüe negocio. “A ellos lo único que les interesa es otorgar créditos porque, en caso de que la gente no pague, existe una garantía estatal para cubrir el dinero prestado. Por eso cuando las casas se van a remate, las rematan ellos mismos y después se la venden a otro pobre. Negocio redondo”, asegura.

En la villa Anguita hay muchos vecinos que tienen notificación de remate. Margarita Nuñez es una de las afectadas. Sufre de artritis severa, vive con su hijo, y recibe una pensión de 83 mil pesos (3 mil pesos menos que el monto de su dividendo). Desde que se enfermó, hace 17 meses, que no cancela su deuda. “Estoy desesperada, el municipio me ha ayudado con canastas familiares pero igual no me alcanza. He tenido que vender un equipo de música, un ropero y una máquina de coser, no sé en qué va a terminar todo esto”, detalla angustiada.

Si al 30 de noviembre no regulariza su deuda, su casa se irá a remate. Margarita está angustiada y se pone en el peor de los escenarios. “Tendré que sacar mis cosas, irme a un sitio eriazo y armarme una casa de cartón”, comenta resignada. Todavía no entiende por qué sus vecinos se enfrentaron con la villa del frente si al final, asegura, “estamos todos con el agua hasta al cuello”.

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