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Opinión

19 de Febrero de 2009

Turismo presidencial: Bachelet visita “1959”

Patricio Araya González
Patricio Araya González
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Las últimas vacaciones veraniegas en su calidad de Presidenta de la República, serán inolvidables para Michelle Bachelet; tras pasar su primera semana a orillas del lago Caburgua, la mandataria tuvo que hacer un alto para volar por unos días a La Habana, donde se reunió con Fidel Castro, y quien –según el escritor chileno Roberto Ampuero– le manchó el poncho con el asunto de la reclamación marítima boliviana. A su regreso, Bachelet retomó su descanso en el sur.

Lo malo de hacer una gira en medio de las vacaciones, es que las cosas se hacen con cierto relajo. O mejor dicho, es como tomarse una semana de vacaciones en medio del descanso en La Serena para pegarse un piquecito a Iquique, a vitrinear a la Zofri, digo yo. Nadie pensaría en una tenida formal ni tampoco asumiría ese viajecito como algo muy trascendente. Para hacerlo más entretenido, a lo mejor, uno invitaría a algunos amigos, y en una de esas, si es que uno fuese una autoridad importante, tal vez sería recibido por el subrogante de la autoridad local, en un tono bastante coloquial y festivo, por cierto, así como hizo la recién electa alcaldesa de Isla de Pascua, Luz Zasso (DC), quien aprovechando la presencia de algunos senadores que turisteaban en la isla, los invitó a un Concejo municipal, donde ellos se mandaron sus respectivos carriles, para salir del paso.

Más que una gira presidencial, lo de Cuba debería entenderse como un viajecito de amigos en buena, en plan turístico, guitarra en mano y aprovisionados de harto copete y comida a destajo; porque llevar a Los Tres y a la hija de Violeta Parra y a una turba de funcionarios gubernamentales, para hacer una parodia disfrazada de homenaje a Salvador Allende, no sólo está lejos de ser un acto político, también es una falta de respeto hacia la figura del ex gobernante, que habla de improvisación y escaso cariño por él; suena como un cover winer en boca de un cantante en decadencia.

Si lo de Michelle Bachelet hubiera sido una visita de Estado de verdad, lo esperable sería que al descender del avión en La Habana, ella no se hubiera dedicado sólo a reproducir la obviedad de ser la primera mandataria en arribar a la isla “después de más de 37 años” en referencia al viaje de Allende en 1972 (¿?… se dice, “después de más de 30 años” o “a casi 40 años de”). Uno quisiera haber escuchado de su boca una frase más política, más comprometida, más militante, como esta: “Llego a un país donde se venera al compañero socialista Salvador Allende, a su revolución y a su epopeya; un país donde cientos de chilenos encontraron refugio durante la dictadura de Pinochet”. Pero, nada de eso.

Más bien parecía la Bolocco llegando a Colombia a inaugurar una multitienda. Mucho glamur y poca convicción. O lo que es mucho peor aún: la visita de Bachelet a La Habana posrevolucionaria puede ser vista como la que en estos días realizó la modelo Pamela Díaz al reality “1810” (UC TV), con el objeto de bajarle el perfil a una fierecilla encerrada, una tal Angélica Sepúlveda; lo de Bachelet es lo mismo, sólo que aquí la “bajada” es ella. Es Bachelet quien cruza la línea del tiempo y aterriza en “1959” –una ilusión histórica atrapada en el tiempo; una suerte de surrealismo sin magia– para encontrarse con los próceres del 26 de julio.

En fin. A los cubanos, Bachelet debe haberles sonado como un espécimen insípido, sin militancia ni valentía; una mujer muy diferente a la mítica Celia Sánchez. Una mujer sin la manifiesta voluntad de mostrarse al mundo como una socialista moderna, que alza el puño con orgullo frente a la arrogancia del capitalismo, que es capaz de convivir con él, sin renunciar a la justicia social. Por el contrario, la percibieron como una señorita frágil, vulnerable, tibia, continuadora del modelo económico pinochetista, incapaz de hacer respetar a los trabajadores, de manos atadas frente a la oligarquía criolla; una funcionaria de gobierno bastante dúctil, que al menor guiño para reunirse en privado con el ex líder de la revolución cubana, abandona atolondrada el supuesto homenaje a Allende, dejando a todos boquiabiertos, mientras un veterano combatiente la espera en la puerta para conducirla a las barbas de una revolución, que aún cree tener velas en todos los entierros latinoamericanos.

Imposible imaginar a Mitterand, o a otro político de fuste, salir corriendo a la siga de un ex colega que lo espera sin apuros en la puerta del cementerio, como si el mundo fuera acabarse en diez minutos, y luego volver con el traje manchado por la escasa vocación protocolar de éste, tal como le ocurrió a Michelle en su cita con Fidel. Ese servilismo disfrazado de cortesía ya no se utiliza a nivel diplomático, por el contrario, sabe a sometimiento. Y en eso Bachelet demuestra una debilidad impropia para un jefe de Estado; su actitud se condice mucho más con el típico comportamiento femenino frente a la autoridad masculina, machista si se quiere, de obedecer al chasquido de sus hombres, o de responder con sollozos cuando les hablan golpeado.

Michelle no es Condoleezza Rice, ni Margaret Tatcher, ni Indira Ghandi; ella no es ninguna de esas marimachas musculosas y esotéricas; ella es buena, gentil, amable, educada, y sobre todo, muy complaciente; Bachelet es la madre en cuyo voluptuoso pecho los chilenos podemos encontrar cobijo. (Ah, y por favor, no vengan los socialistas a rasgar vestiduras frente a este comentario, porque yo he escuchado a muchos de ellos referirse a Bachelet como “la guatona c…”, o “esa vieja de m…”). Por lo tanto, pedirle que salga a defender al país frente a una intromisión como la de Fidel, es una tarea demasiado compleja para su carácter conciliador. Lo de ella es la sonrisa, la buena onda, no meterse en honduras, sí visitar Honduras.

El saldo de las vacaciones presidenciales no es bueno; mucho menos, su piquecito al Caribe, donde también aprovechó de conocer Tegucigalpa. Lo mejor para la Presidenta habría sido quedarse en Caburgua, disfrutando de la quietud del lago, bañándose con sus hijas y la Jupi, jugando canasta con las amiguis (con las estelitas y las jupitas), leyendo a Coelho, o paseando con doña Ángela, recordando sus días en la RDA, mientras los molestosos santiaguinos se lamentan en el segundo cumpleaños del Transantiago, y el resto de los chilenos se tuesta en alguna playa, a la espera de la crisis.

Cuando dentro de poco tiempo Bachelet escriba sus memorias, este viajecito en medio de sus vacaciones, se convertirá en un insumo imperdible. Tal vez entonces conozcamos los sabrosos detalles de su encuentro con “Angélica”, o los chistes que le contó Raúl en el trayecto a esa reunión, o sus verdaderas motivaciones para emprender semejante aventura mediática a “1959”, ataviada de un trajecito verde oliva. Por el momento, sólo tendremos que conformarnos con la escuálida conclusión de que todo esto fue un gran error; que fue como haber ido a la Zofri y no haber encontrado nada interesante que traer; fue una pérdida de tiempo, una ofensa gratuita al merecido descanso, y un derroche (otro más) de plata, porque a Los Tres, y a todo el elenco estable que la acompaña, hay que ponerle hartas monedas en la mesa para que toquen, y para que viajen. Nos vemos en marzo, Michelle!!!!!!!!

Por Patricio Araya González, periodista

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