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22 de Agosto de 2009

La Carne: La máquina del juego

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El primer juego sexual que recuerdo era uno que jugaba sola. Era chica, no sé qué edad, pero calculo que no más de ocho años. Lo hacía cuando estaba en mi cama y aunque es medio difuso lo que recuerdo, el juego era que estaba secuestrada por una tribu, que me tenían atada de manos y pies y que estaba rodeada, amarrada a una especie de poste. Todos los que me rodeaban eran hombres, sin recordarlos bien, sé que eran hombres y que estar atada en esa situación imaginaria era algo que no le contaba a nadie, no era un juego que yo hiciera con mis amigas. Me acuerdo que sudaba estando así con la manos detrás de la espalda. El segundo juego que recuerdo ya era literal. Fue con una amiga del colegio. Yo estaba acostada en el suelo de espalda y ella estaba sobre mí moviéndose como si me estuviera penetrando, pero entre medio nos separaba un cojín. Estoy casi segura que eso no fue mi idea, sino la de ella. Estábamos en su casa en la playa y ella era fea. Luego vino la mejor etapa de mi niñez sexuada. Mi mejor amiga y yo teníamos un juego que durante varios años fue casi como una rutina. Una hacía de una especie de esclava o sometida sexual y la otra de un tipo que la maltrataba. Eso me gustaba mucho. Nunca nos tocamos, pero parte de las escenas que hacíamos eran sin ropa.
La que mejor tengo grabada es una que mi amiga hacía de malo. Estaba recostada en la cama y yo, de esclava era empujada al rincón donde lloraba y gemía como una escena de película antigua con mucho quejido falso. Tengo escrito en mi diario de vida algo así como “Querido diario: Hoy fui al la casa de la XX y jugamos como pololos”, pero después de escribirlo lo rayé. Imagino que debió haberme dado vergüenza luego de verlo escrito. No sé a quién se le ocurrió este juego, ni en qué minuto empezamos a hacerlo, ni cuándo dejamos de jugar a eso, pero jamás lo he vuelto hablar con mi amiga. Estudiamos en el mismo colegio de monjas y ella era una chica discreta, pudorosa, tímida con los hombres y selectiva. Yo era más bien lo contrario. Ahora de grandes para el sexo somos bien parecidas, nos gustan las pornos guarras, la entrepierna bien depilada, un buen sexo y hombres que tengan buena verga y algo de maldad. En lo que ella no ha cambiado es en que sigue siendo más discreta, y decente que yo.

Con el tema de los Juegos Sexuales, partí con mis recuerdos más antiguos, porque creo que ahí está el juego más inconsciente, el infantil. De grande, una de las acepciones de lo que se entiende como juegos sexuales es una suerte de catálogo de preámbulos previos al sexo. Y si del catálogo se trata, pues vamos a los que adoro y odio:

JUEGOS SEXUALES QUE ODIO
*Cualquier tipo de juego que incluya la cena romántica con velitas.
*A los preámbulos que los hombres inventan para minas. Esos tipos que te hablan “desde lo femenino” para poder sacarte un revolcón.
*Los que son sin alcohol y drogas de por medio.
*Los lentos, cariñosos y besuqueados.
*Los biográficos, esos en los que te cuentan estupideces aburridas del tipo laboral o personal.

JUEGOS SEXUALES QUE ADORO
*El que se da en la pista de baile. Sin más dato que el nombre y un par de frases sueltas.
*El borracho-violento.
*El drogado-inconsciente.
*El agresor.
*El honesto-brutal.

Ahora bien, existe otra categoría que podría considerarse Juegos Sexuales, pero que sería muy larga detallarla. Esa incluye absolutamente todo. Cada vez que uno se acerca con interés sexual a otro, entra la primera ficha a la máquina. De ahí en adelante cada uno elige su juego. Aunque uno crea que es una víctima de la banca, igual uno está en el juego. Aquí hay winner, looser, lúcidos, sanos, enfermos, perversos, adictos, idiotas, suertudos, privilegiados, cobardes, fomes… En fin.
Al menos para mí, la única cagada es no jugar.

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