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Mundo

27 de Octubre de 2009

La compra hostil de la iglesia anglicana

Por

POR PEPE LEMPIRA
Desde Epitaciolândia, Acre, Brasil
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Quizá el informado lector sepa que la Iglesia Católica ha preparado un combo promocional para todo aquel anglicano que, siéndose incómodo por la apertura de su iglesia a los homosexuales y las mujeres, desee ingresar al papismo. El Vaticano ofrece a la facción homofóbica del anglicanismo un conveniente y sumario cambio de secta, uniéndose a una iglesia teóricamente heterosexual, garantizando que los sacerdotes usaran pantalones. En caso de aceptar la oferta, los antiguos herejes que siguieron a Enrique VIII podrán seguir haciendo sus ritos particulares y conservando sus rarezas propias, pues –gracias al común rechazo a colihuachos, lesbianas y sacerdotisas- esas viejas diferencias formales (que una vez pesaron lo suficiente como para que corriera sangre) hoy no parecen importarle a nadie en Roma.

Anteayer nada más se mataban a tunazos en Irlanda del Norte. Pero hace un rato que la diplomacia de la “santa sede” venía buscando una conversión en masa del rebaño británico, repartido por todo el mundo. Habían tentando todo tipo propuestas. Ahora la oportunidad definitiva parece haber llegado, propiciada por el rechazo a esos enemigos comunes, que hacen olvidar el odio de siglos.

La jerarquía anglicana viene siendo más progresista que su contraparte pontificia, desde que Karol Wojtyla, tras la conveniente muerte de Juan Pablo I, borrara buena parte de lo obrado por el sesentero Concilio Vaticano II con el codo. Pero aún así, liberales y conservadores viven en conflicto al interior de la descentralizada y más democrática comunidad anglicana. Los conservadores le hacen el asco a la posibilidad de que homosexuales y mujeres puedan ejercer el oficio del sacerdocio, en el que precisamente estos tipos de persona se vienen destacando hace milenios en casi todas las culturas de la Tierra.

En resumen, después de fingir durante décadas un afectado ecumenismo y buenas relaciones con la iglesia de Inglaterra, el Vaticano se propone realizar, en jerga empresarial, una compra hostil de un porcentaje importante de esa confesión. La adquisición se basa en el rechazo discriminatorio hacia diversos individuos, que sumados superan largamente más de la mitad de la especie humana. En el proceso, seguramente reconocerán los títulos de los obispos que se atrevan a desertar hacia sus filas y les conservaran un grado de autonomía, en la esperanza de quitárselas en un par de siglos. No hay prisa en estas cuestiones.

Estos tinglados, que tienen la sabrosura de lo anacrónico, deben dejar marcando ocupado a muchos católicos; partiendo por las mujeres, siguiendo por los homosexuales y terminando con los respetuosos. Por ejemplo, a poco de embarcarse a su autoexilio en África, el cura jesuita Felipe Berríos acaba de apoyar (con medias palabras) una hipotética legislación para las uniones civiles homosexuales. Dice: “Quien conozca a una lesbiana o a un homosexual sabrá que la gran mayoría –como la gran mayoría de los heterosexuales– es gente buena, que tienen valores y que no escogieron su condición”. Qué soledad la suya.

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