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Planeta

29 de Octubre de 2009

La marcha de las abuelas del Tatio

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POR MACARENA GALLO
Amelia Mamami y Sonia Ramos caminaron la increíble cifra de 1.574 kilómetros desde San Pedro de
Atacama a Santiago. Después de dos semanas de mucho cansancio y aventuras, estas dos atacameñas llegaron a la capital para hablar con Michelle Bachelet y solicitarle la cancelación definitiva de los permisos que la Empresa Geotérmica del Norte tiene para explorar los Géiseres del Tatio. Bachelet nunca las recibió. Aquí su historia.
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La madrugada del 8 de octubre, Amelia Mamami (55) y Sonia Ramos (58) dejaron sus trabajos, sus familias y sus casas en San Pedro de Atacama y partieron rumbo a Santiago en una insólita y silenciosa caminata. Las dos pertenecen a las comunidades atacameñas del norte y querían hablar personalmente con la presidenta Michelle Bachelet y solicitarle el fin de los permisos que la Empresa Geotérmica del Norte tiene para explorar en los Géiseres del Tatio. Iban con miedo y una maleta con más de 30 mil firmas de sus vecinos. No le habían comentado a su familia de su loca peregrinación. No quisieron que nadie las acompañara. Querían ser libres.

Venían planeando la aventura desde hace más de un año. Hace tres meses Sonia empezó a alistarse espiritualmente y se alejó de sus hijos. Dejó de llamarlos por teléfono. Pensaba que moriría en la carretera y se despidió de todo lo que quería, incluidas sus mascotas.

El camino fue duro. Pero conocieron mucha gente mientras lo hacían. Compartieron con camioneros que se compadecían de verlas caminando en la pampa y las llevaban a lugares donde refugiarse en la fría noche. “En un momento, pensamos que íbamos a dormir en una carpa a la orilla de la carretera, pero afortunadante no ocurrió. Ellos nos daban ánimo y nos recomendaban posadas donde quedarnos. También hablábamos con mucha gente que nos contaba de su dolor. Ellos encontraban que lo que hacíamos era muy profundo y se sentían en la necesidad de contarnos sus problemas. El viaje fue muy lindo”, cuenta Sonia. No sólo les contaban sus penas, también les convidaban agua y comida.

Un fotógrafo se les unió en Copiapó y las acompañó sacándoles fotos para la posteridad. En la misma ciudad, un cura las llevó a la catedral y bendijo a los pueblos originarios. “Ahí entendí por qué estaba caminando, ahí se me hizo más liviano caminar y todo se hizo más fácil. Era como si alguien fuera acompañándonos todo el viaje”, recuerda Sonia.

En La Serena sufrieron una crisis. “En la desesperación, llegamos a caminar más de 30 kilómetros en un día. Pensé que al otro día no me iba a poder levantar, pero no fue así. Al caminar, se me pasaba todo el dolor”, recuerda. También extrañaban a sus familias, sobre todo Amelia, que echaba de menos a su hijo de 14 años. Fue tanto que Sonia pensó seguir el viaje sola, pero luego de reflexionar decidieron continuar la caminata.

-Ya estábamos en ésto, no podíamos dejar todo botado y agarrar un bus de vuelta -recuerda Sonia.

En la carretera, nunca tuvieron tiempo para aburrirse y se sintieron más libres que nunca. “En esos días, Amelia y yo fuimos las personas más libres del planeta”, dice Sonia.

Caminaron dos semanas hasta llegar a Santiago. No cumplieron su meta de hablar con la Presidenta en La Moneda. Bachelet no las atendió nunca. “Con la caminata quedó claro que los indígenas no tenemos autoridad y que son las transnacionales quienes nos gobiernan. La Primera Mandataria no nos recibió y eso que caminamos pacíficamente, sin tirar ni una sola piedra. Como mujer, podría habernos escuchado pero no lo hizo. Menos mal que no le di mi voto a ella, sino me estaría arrepintiendo”, suspira Sonia.

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