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Opinión

18 de Enero de 2010

¿Frente en alto?

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Por Luis Molina Vega / Ex-precandidato presidencial

En estos días de derrota se ha repetido con insistencia la idea originaria de Ricardo
Lagos respecto a defender la ‘gran obra’ de la Concertación; más aún en la derrota, a la
cual se ha llamado un fin de etapa, como justificando lo ocurrido. Para ser justos, el
mismo Lagos también ha asumido que han habido errores, aunque todo muestra que la
situación es mucho peor. Luego de lo ocurrido en esta segunda vuelta, tratando de
explicarme la mezcla de pena y rabia que sentí -aún no habiendo votado por Frei, sino
anulado mi voto-, he entendido que lo que molesta es que la Concertación ha sido
finalmente un fracaso en su esencia misma, y por lo tanto un fracaso en su obra total.
Y hay que decirlo crudamente, porque debemos pasar la cuenta.
Aceptando el legítimo triunfo de Piñera, es indudable que parte de este nuevo gobierno
serán aquellos que no han asumido su responsabilidad política, al menos por omisión, de
lo ocurrido en el gobierno de Pinochet. Pero eso no es lo más triste, a pesar de esta
carga tan seria con que delatamos a esa derecha, Chile ha decidido castigar a esta
Concertación, y ello es culpa absoluta de la misma Concertación, y especifiquemos de ‘la
organización’ que está tras ella, la que tenía el poder. Si tuviéramos una coalición
gobernante fiel a sus raíces, fiel a los sueños que nos vendieron en aquellos finales de
los 80’s, en aquella épica del No, entonces no habría ocurrido este triunfo que es aún
temprano para gran parte de este país, hoy minoría.
La Concertación ha hecho de este país un país materialista, práctico, interesado, por lo
mismo los que creen que su obra, un montón de guarismos estadísticos que en realidad
muestran lo que cualquier gobierno medianamente aceptable hubiera hecho, no incluye
logros profundos, estructurales, espirituales, que es justamente lo que provoca
“alegría” y no “enfermedad”, stress, depresión, y todo aquello que justifica el gran
negocio de las farmacias.
Esa misma practicidad que nace de esta “obra” ha permitido, a mi entender, lo que
representa el descalabro de este conglomerado político: un temprano, histórico,
cogobierno de aquellos que no debían gobernar. En realidad la Concertación ha logrado lo
inimaginable: darle puntos al mismo Pinochet.
Esta coalición, que decidió partir con nada menos que Patricio Aylwin como presidente,
que adoptó el sistema económico de Pinochet, no por obligación sino porque le agradaba
(leer a Edgardo Boeninger), esta coalición ha creado a Girardi, a Navarro, a Zaldívar, a
Escalona, a Flores y Shaulson, pero también a Patricio Navia, a Jorge Edwards, a Justo
Pastor Mellado, a los Enríquez-Ominami, y más aún, ha creado a los progres tan bien
descritos por Óscar Contardo. Todos estereotipos que son replicados en la sociedad. Un
legado que muestra la verdadera obra, un castigo por el olvido, la peor derrota.
Piñera aún tiene la oportunidad de gobernar con los que han hecho un verdadero mea
culpa, o tragarse el lastre del gobierno autoritario. Pero si realmente gobierna sin ese
pasado oscuro no será porque la Concertación lo logró, sino porque la derecha se habrá
convertido en una alternativa democrática legítima, lo que sólo permitirá la crítica por
su futura gestión de gobierno y no por su historia reciente. Ojalá así sea, pues
entonces de verdad habremos avanzado.
Yo no creo en Piñera, no creo en lo que dice, no creo que tenga la integridad que debe
tener un presidente. Lo veo ridículo, ambicioso hasta la glotonería, un explotador por
esencia, pero quien sabe, me puede tapar la boca… y ojalá sea así.
Como no puede haber un vacío de poder, primero la Concertación debe renovarse. Todo
dirigente conocido de la vieja guardia debe retirarse y los nuevos no deben llegar a
quedarse con los restos, no. Deben llegar a eliminar el binominal, a eliminar las
reelecciones, deben cambiar la ley de partidos políticos de tal manera que nadie se
nombre entre cuatro paredes, deben generar facilidades para la participación y
competencia de los independientes de los partidos. En definitiva debe desagregar el
poder político. Sólo así podrán ser una nueva alternativa, en competencia con nuevas
fuerzas, aún con la posibilidad de, por lo mismo, desaparecer; un sacrificio que lleve a
que la política vuelva a ganarse un lugar decente en nuestra historia, un sacrificio que
quizás pueda mejorar el recuerdo que tendremos de esta Concertación.

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