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LA CALLE

8 de Marzo de 2010

El terremoto y los cimientos del contrato social

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Por Juan Pablo Hermosilla

Se ha dicho que las tragedias brutales como la que hemos vivido, sacan lo mejor y lo peor de nosotros. Vemos a gente preocupada por sus vecinos y organizándose para ayudar a los más afectados. También vemos cómo aflora la violencia, saqueos, robos y sensación de caos y descontrol. Me parece que ambas caras de la realidad son expresión de un mismo fenómeno que es previsible y por lo tanto evitable o al menos controlable.


Municipalidad de Peralillo. Foto: Alvaro Díaz

La razón por la que nos agrupamos y coordinamos formando Sociedades y Estados, es justamente para protegernos y lograr condiciones mejores y más seguras para nuestro desarrollo individual y colectivo. Esa es la base del contrato social. Por lo mismo no hay nada que simbolice tanto la presencia de civilización como el agua potable, la electricidad, los caminos y –hoy– las comunicaciones. No hay que ser un sociólogo experto en conductas colectivas o un psicólogo social para saber que es habitual que cuando ocurren tragedias naturales de envergadura como los terremotos, el deterioro brusco del entorno social, el temor y la incertidumbre, generan conductas colectivas agresivas, debido a una rápida regresión a una “posición paranoide”, diría Melanie Klein, que se potencia con una regresión similar en las formas de asociatividad. La angustia aumenta –individual y colectivamente– hasta que se desborda y se proyecta hacia fuera violentamente. Esto se sabe. Para detener estos procesos que evolucionan vertiginosamente, alimentándose de rumores y verdades exageradas –además de la propia y angustiante realidad circundante– es necesario que el Estado (y la civilización) se haga presente en forma nítida y enérgica con la presencia de la autoridad y el simbolismo inequívoco que representa la presencia de las Fuerzas Armadas y Policiales. De otra forma, el necesario diagnóstico acabado de la situación y la ayuda de emergencia no se podrán canalizar. No se trata de ser autoritario, no lo soy, es que no hay alternativa. Más que restaurar el orden, se requiere presencia firme y sólida del Estado en todos los lugares, presencia que en sí misma producirá un efecto de contención, que es probablemente lo que más se necesita desde un punto de vista de salud mental. Al contrario, el percibir que el Estado (las policías u autoridades municipales por ejemplo) es sobrepasado por grupos descontrolados, se reafirma la sensación de que el contrato social fue anulado y que cada uno está entregado a su suerte, lo que aumenta el espiral de angustia y de la consiguiente violencia. No se trata de justificar una especie de catarsis del poder militar del Estado en contra de ciudadanos desesperados y desconcertados, sino que estoy convencido de que esta presencia firme y decidida del poder del Estado previene males mayores. El Estado de Derecho debe regir con más fuerza que nunca, pero el monopolio de la fuerza debe quedar claro en manos de quien está.
Hoy por hoy, en nuestra sociedad post moderna, además de marcar presencia firme con las Fuerzas Armadas, se requiere adecuar la comunicación del Estado en este mismo sentido. La ausencia de información clara, las vocerías dubitativas, no hacen más que reforzar la percepción de caos y desorden, incluso en áreas menos dañadas. Se requiere una vocería permanente, firme y clara. Que en forma regular y preestablecida entregue información fiable y seria. Se requiere que se entreguen periódicamente estados de avance de la situación en cada lugar afectado. Se requiere informar en detalle del despliegue de las fuerzas de orden, de rescate, sanitarias, etc, como también de la situación de servicios básicos.
Si bien estoy de acuerdo que no es el momento de las críticas, me parece bien extraño que uno tenga la sensación de que el Estado fue pillado de sorpresa por este terremoto que todos sabíamos que venía, no sabíamos exactamente dónde, pero si sabíamos que venía. Lo importante es que todavía estamos a tiempo para hacer bien las cosas y evitar males que pueden ser aún peores. El Estado (y la civilización) al final no es más que una idea, un estado mental colectivo, que hay que reforzar firmemente en situaciones como la que estamos viviendo.
Las angustias vividas individualmente por millones de compatriotas han sido brutales. Han sido angustias de muerte. Se requiere contención por parte del Estado, el sentir de que hay gente firme con las cosas claras a cargo de la situación. La tranquilidad y la confianza en el pacto social es lo primero que hay que reconstruir, hay que calmar las angustias para aliviar el sufrimiento, así el resto se hará más fácil.
 

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#Chile#estado#terremoto

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