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Opinión

10 de Marzo de 2010

¿Por qué a nosotros?

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Por Gonzalo

En esta hora de dolor nacional, todos nos preguntamos ¿Por qué a nosotros?¿Que hemos hecho para merecer el castigo de esta tierra furibunda?
Evo Morales ha dicho que la Pachamama está enojada por el maltrato que le hemos dado. Es una explicación plausible, si consideramos que la tierra es un ente vivo, en proceso de evolución. A veces, como espinillas, los volcanes brotan desde sus fauces púberes, o protesta con hecatombes como las que sufrimos el 27 de febrero pasado por el castigo que le infringimos con nuestra emisión de gases, deforestación y contaminación de todo tipo.
La explicación científica es más compleja pero también más creíble para el mundo positivista: El choque de las placas tectónicas cada ciertos años, que provocan movimientos oro y pirogenéticos, de lo cual, generalmente derivan tsunamis y/o maremotos con un resultado terrible para los humanos y sus pertenencias.
La lectura escatológica la dejo a los cielos y a sus cultores…
En este aterrizaje a Chile, franja extraña que Dios nos dio cercada entre cordillera y mar, apreciamos un terreno joven en el contexto de la evolución planetaria. Fruto de la escisión del Estrecho de Bering, permaneció oculta por siglos para el resto del mundo, hasta que a unos barbones españoles se les ocurrió descubrirla. Acá no había oro ni plata, sino salvajes, tierras fértiles,-como dijera Alonso de Ercilla,- y catástrofes naturales de todo orden. ¿Por qué se quedaron, entonces, esos caballeros?¿No tenían acaso la posibilidad de retornar al continente?¿Sufrieron el embrujo de las tierras recién descubiertas?
El nuevo país experimentó los regulares cataclismos y la inclemencia del tiempo como bofetadas que bien pudieron conducir a su definitivo abandono o a la resignación inactiva de sus habitantes. A esas tragedias, se sumaban las guerras o, mejor dicho, aplastamientos indianos, el pillaje de las tribus, los incendios, las escaramuzas de los corsarios en los principales puertos, las erupciones volcánicas a lo largo del territorio (Chile fue bendecido prácticamente con un volcán en cada unas de sus cuidadas), maremotos, terremotos, avalanchas. ¿Alguna otra cosita?
Según los historiadores Arnold Toynbee y Benedetto Croce, tarde o temprano las civilizaciones experimentan un reto, fuere desde la naturaleza o bien desde otros pueblos. Los primeros han sepultado a varias, quedando sólo sus cenizas para la posteridad, como fue el caso de Pompeya y su colapso definitivo en las barbas ardientes del Vesubio. Roma tuvo los suyos, cayendo ante la invasión bárbara y, quizás, a causa de su propia decadencia interna. Así también pasó, en nuestra América morena, con los aztecas y los incas que sucumbieron bajo la égida del imperio español.
Chile, en cambio, sin haber conformado una civilización como tal, logró transitar desde una capitanía general a una colonia de bajo perfil, que devino en una pequeña república afianzada desde la época portaliana de estancos tabacaleros. Ya en esa época, sus principales ciudades, si pudieran denominarse así, habían sido reconstruidas varias veces merced de los constantes cataclismos.
¿Cuánto sufrimiento humano y cuántas pérdidas materiales se acumularon a través de los siglos hasta hoy? Todos hemos escuchado de nuestros abuelos relatos escabrosos de cómo escaparon de tal o cual terremoto; cómo salvaron a algún indefenso o que pasó con parientes y amigos que sucumbieron ante el embate de mares procelosos o vaivenes mortales de la tierra. Siempre el pueblo se las arregló, como pudo, para volver a levantarse, resignado a una fe ciegaLa tierra se cobra cada ciertas décadas, casi previsibles, y lo hace de esta manera. Los marinos y la genuina gente de pueblo lo saben, en contraste con autoridades de todo orden preocupadas de otras cosas, menos de leer con prolijidad sus instrumentos de prevención. Cuando olvidamos nuestro origen telúrico, concibiéndonos como entes superiores inmersos en la era digital, estos movimientos implacables nos retornan a nuestra realidad. ¿Seremos capaces de trasmitirles a nuestros hijos esta historia? ¿Serán capaces nuestros profesores, académicos, arquitectos, constructores y gobiernos, – acaso los más responsables de llevar la seguridad a nuestras hogares e instituciones -, de construir un país activa y preventivamente consciente de esta condición geográfica fundamental? en Dios y sus “designios insondables”.
¿Nos olvidamos de esa historia? ¿Fue la ilusión de vivir en un país moderno la que alteró nuestro sentido de realidad, como si la tierra se tragara esos cuentos y se retirara humillada hacia el inmovilismo de sus placas tectónicas?

No me referiré al pillaje y a la barbarie post terremoto porque ya harto se ha dicho, condenándolo, en un país donde todos defienden a ultranza sus derechos pero no quieren admitir ni asumir sus responsabilidades. Pues, ahí está creo yo el meollo del asunto. Cómo pasar de adolescentes a ciudadanos adultos, proceso que no se deja a la suerte o a la mano divina, sino que se orienta a través de programas concretos, bien pensados y en conjunto “con” la sociedad civil y no “para” la sociedad civil; en una palabra, “construyendo comunidad”, empoderando a la gente para avanzar hacia esa sociedad justa, fraterna, culta, de buenas costumbres, próspera y de vida austera que todos quisiéramos alcanzar a ver algún día. Aunque hay algunos balbuceos, lejos estamos de dar una respuesta cabal a ese reto de la historia, y el terremoto del 27 de febrero pasado lo puso al descubierto.

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#Chile#fatalidad#terremoto

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