Nacional
15 de Marzo de 2010Conmemoración de desastres
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Por Luis S.
Luego de presenciar por televisión la interminable lluvia de imágenes de destrucción y dolor, y finalmente las muestras de solidaridad del pueblo chileno en la campaña “Chile Ayuda a Chile”, me queda dando vueltas una gran preocupación: cómo seremos capaces en el futuro de enfrentar los desastres naturales que permanentemente seguirán afectándonos generación tras generación. Esto va más allá de los sistemas de monitoreo y alarma, y las políticas públicas de prevención y mitigación; tiene que ver directamente con la creación de una Memoria Colectiva capaz de recordarnos constantemente en nuestro inconsciente el peligro latente al que estamos expuestos.
Esto surgió a raíz de una conversación con un geólogo y amigo acerca de cómo otros pueblos, comunidades y países afrontan los cataclismos que recurrentemente los golpean. La zona afectada el pasado 27 de febrero cuenta con una larga historia de terremotos de gran magnitud desde el primer registro que data de 1570. En la mayoría de ellos se registraron tsunamis y gran número de víctimas fatales. Sería lógico suponer entonces que, en un país que hasta antes del 27 febrero se jactaba de su gran cultura sísmica, los chilenos (incluyendo a las autoridades) eran capaces de actuar para protegerse en concordancia con el aprendizaje adquirido históricamente. De hecho, una buena parte de la población logró guarecerse debido a campañas educativas previas que permitieron reaccionar oportunamente a la comunidad. Sin embargo, las autoridades y gran parte de los turistas que visitaban la región fueron víctimas de la ineptitud e inoperancia en el caso de los primeros, y la confusión y el terror en los segundos. Lamentablemente, los grandes terremotos ocurren cada veinte o veinticinco años, tiempo más que suficiente para olvidar, reconstruir las ciudades en los mismos lugares, y volver a cometer los mismos errores de siempre.
En otros lugares como en Nueva Zelanda, Estados Unidos, Japón, e India, por nombrar algunos, la ciudadanía apoyada por programas gubernamentales o las mismas comunidades organizadas espontáneamente, conmemoran periódicamente las catástrofes, no sólo para condolecerse y recordar a las víctimas, sino que para traspasar a las personas y sobretodo a las nuevas generaciones la experiencia adquirida, y grabar a fuego en ellas una suerte de “memoria colectiva” que los prepare para afrontar los desastres naturales. Durante estos aniversarios, además de toda la emotividad que los caracteriza, las autoridades y la comunidad promueven medidas de prevención a través videos, folletos y otros medios; se organizan charlas educativas y visitas a vestigios de los desastres.
La idea fundamental detrás de estas actividades es crear una forma de vida, que debe ser practicada por cada individuo para construir una sociedad de mayor resiliencia. Desafortunadamente nuestra tendencia es creer que sólo se trata de actos de consuelo o simples medidas de mitigación. Sin embargo, creo que la importancia de estas actividades es crucial y no puede ser despreciada; por el contrario, debieran ser apoyadas y reforzadas en conjunto con las políticas públicas de educación y prevención, al punto de convertirlas en parte de nuestra vida diaria.