Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Cultura

13 de Junio de 2010

Salvador Amenábar (37), pintor: “La Gracia Barrios me tiraba a partir en la escuela”

Macarena Gallo
Macarena Gallo
Por

POR MACARENA GALLO
Salvador Amenábar pinta desde chico, pero su opción por la pintura le fue impugnada por sus profesores y compañeros de arte, hasta que se choreó, se mandó a cambiar a Sevilla -donde tampoco encontró los maestros que buscaba- y finalmente se radicó en Valparaíso. A punto de inaugurar una exposición, habló con The Clinic quien es, hoy, uno de los pintores más cotizados del país.
______
Desde hace un tiempo que su nombre circula en las galerías más importantes de Santiago. Su trabajo evoca pasajes de la pintura tradicional, fragmentos de la pintura realista, retazos de la pintura impresionista. Sus obras las han comparado con la de los grandes. Incluso, Waldemar Sommer, crítico de arte de El Mercurio, ha dicho que los trabajos de Salvador Amenábar “recogen la bien digerida lección de Degas”. Pero costó que le reconocieran su trabajo. Cuando estudiaba Artes en la Finis Terrae, sus compañeros lo tildaban de costumbrista y de estar pegado en lo antiguo. “Era bastante peyorativo cómo me lo decían. Me defendía de ello, cuesta aceptar lo que uno hace sin saber bien por qué. Luego uno lo descubre, ve con otros ojos lo que antes no veía y lo acepta y trabaja en ello con toda la dedicación que estos descubrimientos van trayendo consigo. Tal vez soy convencional, no lo sé, tampoco me lo pregunto. Pinto, ese es mi oficio y pasión. No busco parecerme a nadie aunque admiro a muchos. Caer en demasiados cuestionamientos de lo que uno hace o deja de hacer no conduce a nada. La obra es más instintiva que racional. Prefiero dejarme llevar y que la mañana sea tarde y la tarde noche, y la noche de nuevo mañana o tarde. Los días son algo imperceptibles cuando alguien se sumerge en lo que hace sin medir cuan baja o profunda es la poza en la que entras”, dice Salvador.

Luego agrega: “No fui bien criticado en la escuela. Con la Gracia Barrios tenía la peor nota de pintura. Y creo que no era para tanto. Ella me pedía que pintara en grande. No podía. No me resultaba. No entendía su lógica algo volátil, por así decirlo. Si el curso se hubiese llamado “Pintar como Gracia”, yo hubiera aceptado. Pero el curso era libre. Entonces, pintaba unos cuadritos de pequeño porte, unos paisajitos chiquititos, que los hacía a pulso y sudor, y ella me los tiraba a partir. Nadie quería ver eso y me decían que estaba mirando para atrás. Y así es, miro para atrás y pinto hacia delante”, dice.

PINTOR REALISTA

Salvador desde niño estaba más interesado en los animales que en la pintura. Después surgen los trazados, las líneas, los colores, las formas: el campo. “A partir de los cuatro años pintaba animales. El mundo eran sólo animales. Nos pasábamos en el taller de pintura que tenía mi abuelo en Melipilla. Esa imagen del taller me quedó marcada. El olor de los solventes, la salamandra encendida, el campo en pequeñas ventanas que atestaban los muros. Él era el mejor, aunque mi madre me dijese que no. Cuando decidí ser pintor cursaba el primer año de arquitectura. La arquitectura me regresó al taller del abuelo y de ahí no pude salir. Llevaba medio año en arquitectura”, cuenta Salvador.

Entonces se metió a estudiar arte a la Finis Terrae, pero a los dos años congeló. No era lo que andaba buscando. La academia poco académica en su metodología lo aburrió. Se fue a vivir a San Antonio en el año 1995. Se fue de viaje en búsqueda de un maestro y de un oficio. “La escuela de arte no me lo entregaba y eso me desilusionó un poco. Quería ser un buen pintor realista. Saber cómo se utilizaban los pinceles, se mezclaban los colores, se creaban las formas. Quería eso. La escuela no me enseñaba eso. Eso me enojaba con ellos y conmigo. Buscaba otra cosa. Una escuela que tal vez no existía; tal vez sí, nunca la encontré. Sólo encontré la mía y ahí me refugié”.

¿Y por qué se te ocurrió ir a buscar un maestro a San Antonio? ¿Por qué allá?
-Fui en busca de un maestro que encontré en las calles, en el puerto, en los personajes, en los paisajes. El maestro fue la naturaleza, como decía Monet. La naturaleza caótica de San Antonio

Tiempo después, Amenábar partió a Europa a buscar esa escuela o ese maestro. “Llegué a Sevilla a una escuela académica pero tampoco coincidía con esta idea que tenía. Soñaba con las escuelas de 1800 a finales del siglo XX. Suele suceder”.

¿Cómo te las imaginabas?
-Quizá como el taller de mi abuelo. Saliendo con un maestro a retratar paisajes con grandes atriles. Una casa de piedra, un brasero, un tipo con monóculo entrando a visitar al pintor. Pero Europa había cambiado. Me dediqué a vagar por las ciudades. Ese fue mi cuadro. Estuve como dos meses, poco tiempo. Hasta que me dije que en vez de estar lavando platos y pintando un ratito en Europa, mejor me volvía a Chile. Y me declaré pintor autodidacta. Fui a Valparaíso y ahí me quedé.

Leí que te gustaba recorrer Valparaíso caballete en mano.
-Sí, de seguro, me encanta y me acabas de recordar que hace mucho no lo hago. Me gustaba salir a pintar gente en bares y a buscar modelos en la calle. Ahora, en cambio, estoy más en mi taller pintando mujeres, concertistas y autorretratos. Hace cinco años que me sumergí en el bosque de mi taller. A veces siento que me he adentrado tanto que no puedo encontrar la salida. Pasa, todos nos perdemos en nuestro jardín. Ir de la casa al taller y del taller a la casa puede ser parte de este perderse en el taller. Paso muchas horas pintando. Estoy todo el día en eso, aunque a veces el pincel ni se mueva de su posición. Llego en la mañana, a las diez, y me voy a las diez de la noche a la casa. Doce horas recorriendo el jardín y todavía no sé dónde termina”.

Pero eso no es vida.
-Pero he aprendido a vivir así.

Salvador cuenta que en hacer un cuadro se puede demorar hasta 20 sesiones de cinco horas cada una. “El resultado del cuadro no siempre tiene que ver con el número de sesiones. Es relativo. Depende de la transparencia y opacidad. ¿Se entiende? Uno va descifrando, es algo espontáneo y a veces se traba, uno va hacia otro lado, se da cuenta pero sigue para saber hasta dónde llega para luego retroceder. Es parte de la dinámica. Supongo que en la escritura, en la escultura y en las otras artes pasa lo mismo. Hay momentos en que el cuadro no se termina y uno lo da por terminado. Y ahí se terminó. Vamos al siguiente”.

ARTE FRITO

¿Qué pintores admiras?
– Delacroix, los pintores de la corriente oriental que trabajan con paños arabescos, los que están detrás de los decorados de África y Medio Oriente. Muchos de los que admiro son anónimos. También está Manet, que si bien no sigue la corriente de Delacroix, se nutre de Goya y Velázquez. Grandes maestros de los que he aprendido mucho. Eso sí, por libros. Se me ocurre también Matisse, que toma la huella de Delacroix, me gusta mucho por la luz y el espacio que da a su obra.

¿Algún pintor chileno?
-Nacionales, José Cruz Covarrubias y Adolfo Couve. Y Pablo Burchard

¿Qué piensas del arte contemporáneo? ¿Sientes que de repente cae en pajas que nadie entiende?
-Sí, creo que cae en pajas que nadie entiende. Creo que el soporte bidimensional de la tela tiene posibilidades infinitas. Prefiero el plano por el momento. El arte contemporáneo es demasiado intelectualizado, se guía mucho por la ocurrencia más que por la construcción de la idea. No quiero generalizar con lo que digo, es otra idea y sólo eso. De la pintura abstracta contemporánea Pollock y Rotko tienen colores que están vibrando y no hay intelectualización en sus cuadros.

A mediados de mes, Amenábar inaugura la exposición “Un concertista, 12 mujeres y un pintor atribulado” en la Galería Marlborough, que consta de 60 cuadros en óleo sobre tela. Sobre la muestra, dice: “No son escenas inquietantes. En “Bares” –la muestra anterior- los personajes estaban en movimiento, en tensión. Ahora son doce bellas mujeres en actitudes pasivas. En esta exposición hay una línea estética hacia la neutralidad. Por eso después las empecé a pintar de espaldas”.

¿Cómo?
-Primero empecé con el retrato. Y terminaron girándose contra la pared. Y eso fue bonito, porque hay un giro en la exposición que genera un movimiento hacia algo más abierto.

Notas relacionadas

Deja tu comentario