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Cultura

26 de Julio de 2011

“Me tengo que ver curada sin estarlo”

Su primer amor lo tiene a los doce años. Se llama Mariah Carey. La conoce por un video que le muestran en clases de música en el colegio. El segundo viene quince años después. Se llama Amy Winehouse -la chica que murió a los veintisiete como no sé cuántos otros- y parte como un amor […]

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Su primer amor lo tiene a los doce años. Se llama Mariah Carey. La conoce por un video que le muestran en clases de música en el colegio.

El segundo viene quince años después. Se llama Amy Winehouse -la chica que murió a los veintisiete como no sé cuántos otros- y parte como un amor más o menos interesado. Empieza a imitarla para ir al casting de Mi nombre es de canal 13 porque un amigo le dice que por qué no va, que se parece.

Y se parece más o menos. Como una versión de Amy saludable y desmaquillada que también tiene 27, que también se hizo un piercing tipo lunar-Marilyn Monroe, que también se tiñó el pelo negro pero que vive lejos de un departamento en Londres. Francia Valdés vive en Pudahuel con sus papás y no le gusta cantar borracha.

-Me tengo que subir al escenario y me tengo que ver curada sin estarlo, tengo que verme volada sin estarlo y drogada sin estarlo. Una vez me curé, sí. Una vez. Sabís que fue también una especie de experimento. Igual lo hice en un lugar súper familiar. Un bar donde siempre voy. Nunca había cantado curada y pensé en qué onda se irá esta mina también. Y claro. Te desinhibís todo el rato. Es que no estai preocupada de si te vai a desafinar, que si te vai a equivocar. No estai ni ahí. Cantai no más.

-¿Pudiste entenderla?
-Sí.

A veces los amores que parten seminteresados funcionan. De tanto ver videos y buscar el timbre perfecto, y el carraspeo preciso, y la manera de moverse, Francia termina molestándose cuando pronuncian el apellido como Guinjause o termina sabiendo cada detallito de Amy: nació un 14 de septiembre de 1983, no me mide más de un metro sesenta, es insegura, no le gusta estar sola.

Pasa cuando suceden cosas importantes: uno se acuerda de todo. Francia tiene los detalles exactos de qué hacía cuando supo que Amy estaba muerta. La noche antes se junta con unos amigos y -fatalidad, o lo que sea- se aburre como nunca (“Y yo soy muy prendida”), no va a la salsoteca que va siempre y se acuesta pronto.

-En la mañana me levanto. Fui a la panadería, a la esquina. Estoy comprando mis cosas y de repente suena el teléfono, y era mi mánager. “Supiste”, dice. “¿Qué?”. Pensé: “Me va a contar una copucha”. Porque me cuenta copuchas de la farándula y me da risa. “¿Qué pasó?”, le digo. “Se murió la Amy”. “¿Me estai hueveando?”. “De verdad que murió la Amy”, me lo dijo serio. Y me dió un bajón. Me puse mal. Porque igual de cierta manera me encariñé. Empecé a saber cosas de ella como persona, como de vida. Empecé a meterme en su mente para imitarla. Y me dio mucha pena. Mucha pena. Y yo decía: “No sé por qué tengo tanta pena, si al final es un artista no más”.

Después llora, termina de comprar las cosas -con la cabeza en cualquier planeta-, vuelve a su casa, entra corriendo porque quiere prender la tele para ver las noticias pero la llaman los diarios, la tele y los amigos como si Amy Winehouse fuera su hermana o su mamá, o su mejor amiga.

Ella responde como zombie y mira videos, y videos -ya no para aprenderse canciones- si no, no más, porque tiene pena, porque hay cosas que también se pierden y se mueren con Amy Winehouse, como que nunca podrá, y nunca pudo, verla en vivo. O como que diga:

-Quedé con más ganas de ella.

O pensar:

-Fue un cachetazo en la cara. Ahora tengo que imitar a alguien que ya no existe. Recrearla. Un amigo me dijo: “la Amy es la mujer que todas las niñas quieren ser pero que ningún papá quiere tener de hija”.

Dice Francia y la frase no parece un mal epitafio.

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