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Opinión

20 de Enero de 2012

El señor en su feudo

Sabat cree que es el dueño de Ñuñoa y de su gente y se comporta como tal. No le interesa la opinión de sus familias, ni se inquieta por sus reacciones. Es el patrón de la comuna y se hace lo que él quiere y de la forma que él elige. Tampoco le importa el […]

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Sabat cree que es el dueño de Ñuñoa y de su gente y se comporta como tal. No le interesa la opinión de sus familias, ni se inquieta por sus reacciones. Es el patrón de la comuna y se hace lo que él quiere y de la forma que él elige.

Tampoco le importa el uso de un lenguaje que no se debiera tolerar ni en la intimidad del hogar. Se excusa señalando que él es directo y sincero, que dice las cosas como son. Pero eso no es efectivo: su lenguaje es pura violencia, desprecio y recelo. Y así administra su feudo.

En Ñuñoa bulle el interés por ser parte de un nuevo tiempo, por tener un canal de expresión que permita cambios democráticos y bienestar equitativo. Durante las manifestaciones del año pasado, su gente se distinguió en el esfuerzo por expresarse, salir a las calles a exigir cambios, mejoras, hacerse notar. Porque, como muchos, no son oídos, ni a nivel nacional ni comunal. Y lo que reciben como respuesta es ultraje, descrédito y exclusión.

Sabat se ha movido de la sordera al insulto, pendular como su actitud de estos días. Preocupante desequilibrio en una autoridad que adopta y ejecuta decisiones que afectan a cerca de doscientas mil personas, familias enteras, jóvenes, ancianos.

Orgulloso de su impertinencia, la mantiene y refuerza. Cuando la preocupación de fondo es poder entregar a nuestros niños y jóvenes una educación de calidad, Sabat desvía el foco y lo dirige a unas estudiantes a las que denigra con sus dichos y con su actitud.

No se trata de ejercicio de libertad de expresión ni de relato a gritos de verdades. Tampoco de disfemismos graciosos, que pretendan graficar el caos que enfrenta. Los suyos son insultos directos, sin eufemismos ni disfraces, a las pretensiones de las estudiantes en toma y a sus reivindicaciones; a su honor e intimidad. Insultos a su esfuerzo por alcanzar sus anhelos.

Aunque lo intentó, no pudo sacarlas ni con violencia y por ello recurre a la agresividad verbal, para desprestigiar sus afanes y atrevimientos, compartidos por tantos y tantos.

Al alcalde Sabat le gustan las listas negras. Ya lo hizo hace un tiempo publicando “logros” contra la delincuencia. Hoy lo hace distinguiendo a profesores y estudiantes a quienes no les da cabida en su feudo y expulsa.

Hay quienes dicen que las declaraciones de Sabat (da pudor decirle alcalde, aunque lo sea formalmente) son impropias o que no corresponde que se exprese públicamente así de estudiantes de su comuna. Sin embargo, el problema es mucho más de fondo. El prejuicio y la discriminación que contienen es el signo de los tiempos, pero de aquellos que queremos desterrar. Sus palabras soeces son producto también de la violencia que le genera la impotencia de no ver sus designios plasmados en la realidad.

Llevarle la contra es peligroso. Salvo que mostremos la dignidad del rechazo ciudadano por su virulencia furiosa y destemplada. Salvo que le hagamos ver que no queremos gobernantes regios, sordos y autoritarios sino atentos a los intereses de su comunidad.

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