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Opinión

21 de Abril de 2012

Dios es inconsciente

De manera obstinada el gobierno de Sebastián Piñera se ha encargado de dar a sus ciudadanos una permanente catequesis. Ya clásico es el evento en donde Ximena Ossandón en pleno shock posterremoto colocó una estatua de la Virgen María de un metro y medio en la entrada del edificio institucional de la Junji en la […]

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De manera obstinada el gobierno de Sebastián Piñera se ha encargado de dar a sus ciudadanos una permanente catequesis. Ya clásico es el evento en donde Ximena Ossandón en pleno shock posterremoto colocó una estatua de la Virgen María de un metro y medio en la entrada del edificio institucional de la Junji en la comuna de Providencia. No estoy muy seguro si me resulta más escandalosa la instalación, que las propias explicaciones que diera en aquél entonces la Ossandón, señalando que: “El trabajo hecho al alero de la Virgen es mucho más eficiente.”

A este suceso memorable de devoción política se añade la reciente exposición de semana santa en la Plaza de la Constitución, al frente del Palacio de Gobierno en la ciudad de Santiago de Chile. Un vía crucis compuesto por 53 estatuas y 11 cruces encargadas a Italia por la Municipalidad de Coquimbo y la Fundación Cruz del Tercer Milenio. Según el diario chileno La Nación, el costo de esta colosal mole bordeó los 820,000 euros. Poco más de un millón de dólares. El destino final para este lujoso Via Crucis a escala del narcisista será la ciudad de Coquimbo, capital de la cuarta región que, de acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística INE, durante el 2011 lideraba a nivel nacional en su tasa de cesantía con un 8,5 por ciento.

Y es aquí donde se me ocurre hacer la primera digresión de esta columna que he titulado DIOS ES INCOSNCIENTE. Algunos lectores pensarán que estoy haciendo referencia a ese dios objetivado al que uno eleva sus plegarias, padrenuestros, ruegos y quejas. No estoy pensando en ese. Otros lectores pensarán que hago referencia al dios innombrable y por consecuencia indescriptible, al que sólo le caben filosóficamente apelativos negativos, es decir: lo que dios no es, ya que cada expresión afirmativa caería presa de sentido restringiendo su misma inconmensurabilidad. No, tampoco hago referencia a ese dios. Al dios que me remito es un poco más sencillo. Aquél que nace de la cháchara política, del champurreado de palabras con la que nos alambicamos para definir esa palabra tan espinosa.

Si, es cierto, dios es una palabra llena de espinas, de la misma forma como lo son amor, odio, fe, infinito, sexo, confianza, familia, paz. Y los chilenos siempre estamos pinchándonos con esas palabras. Recuerdo por ejemplo haber estado en plena clase sobre el sentido estético de la tragedia en Nietszche en el curso que dicté durante cuatro años, paradojalmente, en la Universidad Católica de Temuco, cuando un alumno me preguntó: —profe, usted cree en dios? Escribiendo en el pizarrón, esa sorpresiva pregunta cayó sobre mi espalda como quién recibe un disparo que te rompe la columna haciéndotela mierda. Como era de esperar, salí del paso con una broma, pero extrañamente cargada de honestidad, respondí: —Creo en dios sólo cuando viajo en avión. Recuerdo que la sala se llenó carcajadas.

Y es que luego de cumplir treinta mi vida se llenó de viajes académicos y conferencias. De esperas largas en aeropuertos y por supuesto, de esos despegues que me hacen preguntar siempre si aquél mecánico de vuelo no habrá descuidado un alicate, cortado por error un cable u olvidado cambiar un fusible que convierta un “error humano” en una tragedia, la que luego pasaran los días domingos por Discovery Channel.

A 35 mil pies, y estando tan lejos de la tierra es más fácil sentirse cerca de dios. Algunos pensarán que soy poco consecuente, que es fácil creer en dios y despedirse de él una vez pisada la loza del aeropuerto luego del favor concedido. Como quién se despide del amante luego de un polvo. Ojalá fuera así de fácil, pero no. Dios así como los amantes, permanecen como susurro en la solapa, sigilosos esperando hacerte gesticular un lapsus que traicione tu boca. A fin de cuentas, sabido es que por la boca siempre muere el pez.

Si, dios es inconsciente, usando la ya clásica expresión propuesta por Jacques Lacan, sus límites son nuestra propia existencia. En cualquiera de los casos, dios es una invasión infatigable, una conspiración que nace desde lo más profundo del iceber que somos, atravesando aquella lámina que llamamos conciencia. La mejor imagen de dios que he podido experimentar está en la película “Allien, el 8° pasajero”. Una presencia incontenible, casi orgásmica que sabemos está dentro de nosotros intentando perforar nuestro pecho, o nuestra cabeza.

De igual forma, el vía crucis de Piñera es una instantánea del camino al Gólgota que han significado estos dos años de su gobierno. Un terremoto y tsunami que le arrebató por completo las expectativas de transformarse en la mejor administración, ejemplo del sistema económico. De aquí, pasó simplemente a ser el gobierno de la reconstrucción. Y luego las marchas. Avalanchas de manifestaciones públicas de estudiantes, de trabajadores, de homosexuales y unos muchos furiosos y hartos de cualquier cosa.

Ante la ruinosa tragedia donde aún los fantasmas de Balmaceda y Allende caminan traspasando los muros de La Moneda, la fábrica de delirios paranóicos clama por la calma que sólo la presencia divina puede traer. Si los pretores romanos lo hicieron, creyendo más en los dioses que en ellos mismos. Si incluso Robespierre sucumbió ante la tentación de instalar la diosa suprema razón en pleno reino del terror ¿por qué no habría de hacerlo un nervioso chicago boy lleno de tics?

Y es ahí en donde la imagen del Cristo sufriente elaborada en cobre, fatigado cayendo al suelo, hostigado por soldados romanos, aparece como un show de arte renacentista y autorreferente. Lo que más impresiona no es lo realista de las imágenes con el modelo del relato bíblico, sino el realismo con el que se representa el propio vía crucis que la derecha ha debido atravesar durante estos dos años. De aquí nuevamente que la agonía del Cristo no es lo que más importa, sino la proyección del desconsuelo, amalgamado con una mueca de optimismo ante un descontento ciudadano reflejado en flojas encuestas que se niegan a remontar.

Hace pocos días atrás tuve la oportunidad de ver en el Festival de Cine Latinoamericano de Montreal la película “Joven y Alocada”, dirigida por Marialy Rivas. La película nos muestra la historia de Daniela, la niña de 17 años hija de fanáticos evangélicos. Lejos de agradecerle a directores y productores habernos provisto de la mejor escena de sexo lésbico del cine chileno. Cuestión que por lo demás era una deuda tan histórica como la de los profesores. Llegué a la conclusión que es más fácil escapar a los designios de dios que a la fatalidad de una sociedad que no sabe que mierda hacer con diosito al momento de gozar. Incluso preferiríamos dar vuelta hacia la pared la imagen del Karol Wojtyla, porque simplemente no queremos que nadie santifique nuestras propias, justas y pequeñas perversiones en la cama.

Y es así como la historia de Daniela, lejos de transformarse en una película de bajo presupuesto que utiliza imágenes cargadas de erotismo para llenar los cines y así pagarle al banco Estado, se torna en una llamada de atención que nos recuerda que dios está en todas partes. Está en la historia, en la educación, en la ciencia, en el arte, en la economía, en la familia, en el sexo, en el lenguaje, en el pensamiento marxista, incluso me atrevería a decir que dios está en la religión.

Yo diría que el ojo de Marialy Rivas nos ofrece una radiografía aún más profunda de cómo somos los chilenos: devotos y creyentes, y al igual que la Ossandón, trabajamos mejor, más tranquilos y eficientes si consagramos nuestros propios destinos a la intervención de diosito. Entre tanto terremoto y tsunami, hemos aprendido a creer en dios, pero cargamos con la sospecha fatal que él cree mucho menos en nosotros. Es por ello que cada cierto tiempo nos castiga con gobiernos con mentalidad de patrones de fundo. Y que el flagelo de ser una isla donde mora el decoro y el exceso de escrúpulo, está remarcado por tajantes montañas, desiertos y océanos profundos que esconden monstruos imaginarios. De aquí que hemos crecido como sociedad que admira con envidia el goce de los argentinos y tildamos de desfachatez cuando el gobierno de Cristina Kirchner decide estatizar YPF. Como sociedad, los chilenos hemos crecido con la amenaza del cuco, y ese cuco tiene nombre: miedo a gozar. Lo que para nuestra Daniela, joven y alocada se traduce a fornicar nuestros propios cercos mentales. Ya lo dijo el ministro de economía de Chile Pablo Longueira hace algunos días: “los inversionistas mirarán a otras regiones del planeta más amables a recibir el capital.”

¿Quiénes son esos inversionistas?, ¿qué es el capital para la neurótica semántica del ministro Longueira? En lo personal no me importa tanto su persona sino la omnipotencia del pensamiento expresado en su discurso. En donde el capital actúa como un agente psicotizante que, como diosito, bajará algún día del cielo a castigar a argentinos, cubanos, venezolanos y quizá brasileños por igual. Mientras tanto, nosotros, “chilenos todos” —como solía decir un viejo dictador— alcanzaremos la salvación y nos saltaremos el fuego eterno. Todo esto porque hemos aprendido a hacer las tareas encargadas por ese señor llamado capital, a postergar nuestro propio deseo, a masturbarnos carentes de imágenes para no caer en la idolatría.

Llegado a este punto, debo reconocer que me resulta molesto tener que discutir sobre la existencia de dios. Incluso el debate me parece trasnochado, melancólico y demodé. Si hay algo que Daniela, así como la instalación de estas estatuas de cobre nos recuerdan, es que diosito existe en el inconsciente de cada chileno, y que actúa como una ley obscena, como represión primigenia que acosa todas, absolutamente todas nuestras fantasías. Pero, utilizando libremente las palabras de Ossandón, su presencia nos hace “más eficientes”.

Gentileza de Aberlardo León:

http://abelardoleon.wordpress.com/2012/04/21/dios-es-incosnciente/

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