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Opinión

29 de Abril de 2012

A Medina le gusta por detrás

Desde que el cardenal Jorge Medina se pusiera a ladrar en el programa de Julio César Rodríguez, lo recordamos por su sospechosa afinidad con el mundo canino. En aquella entrevista, el músico “Charquicán” lo invitó a hacer un peculiar coro en una canción. La jugarreta seguramente ya la conocen, mientras Charquicán tarareaba la canción del […]

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Desde que el cardenal Jorge Medina se pusiera a ladrar en el programa de Julio César Rodríguez, lo recordamos por su sospechosa afinidad con el mundo canino. En aquella entrevista, el músico “Charquicán” lo invitó a hacer un peculiar coro en una canción. La jugarreta seguramente ya la conocen, mientras Charquicán tarareaba la canción del grupo pop moldavo-rumano O-Zone, “Dragostea di Tei”, el cardenal debía dar sus mejores ladridos elevando de esta forma el rating del programa.

Lo que el circunspecto cardenal ignoraba con total seguridad, es que la canción que tan alegremente “ladraba” se trataba de la misma que en la versión alternativa para España y Latinoamérica fue popularizada por el grupo “Los Morancos de Triana”, agrupación que se hizo conocida por hacer de la melodía original una cómica y festiva versión en código rosa. De esta forma, el coro “marica quién, marica tú, marica yo, marica ha-ha” desplazó a los joviales, guapos y olvidables moldavo-rumanos y su letra que -a menos que usted sepa rumano- resulta imposible de repetir.

Es el mismo cardenal quién, en la versión del día 27 de abril de la revista Caras, volvió nuevamente a “ladrar”, esta vez comparando a los homosexuales con un niño que nace sin un brazo. El contenido de sus dichos se propagó por noticiarios on-line como fuego en el pasto seco. Como era de esperar, también generó reacciones en agrupaciones de derechos LGBT como el MOVILH, el que calificó sus palabras como “una violación que goza de absoluta impunidad, en especial porque cuentan con el silencio cómplice o respaldo inmoral explícito de toda la alta jerarquía de la iglesia católica.”

¿Deberíamos estar acostumbrados a las permanentes provocaciones y cuestionamientos de marcado tilde fascista del cardenal, a sus años de servicio como pastor de la iglesia chilena y a su amena gracia de comunicarse con los perros? Estimo que no. En este sentido, la observación del MOVILH no deja de ser elocuente en un punto que resulta muy delicado. Es decir, sus dichos no son más perturbadores que el hecho que cuenten con el respaldo de un sector poderoso de la sociedad chilena, elque ve en sus sentencias y delirios paranoicos una cátedrateológica fundamental. De igual forma, existen también quienes, aturdidos entre tanta sarta de estupideces dichas en televisión, se han acostumbrado a ver a Medinacomo un tata chocho de 85 años que ya forma parte del paisaje criollo.A simple vista, diera la impresión que los chilenos, o padecemos de memoria a corto plazo de forma colectiva o simplemente este tipo de personajes nos atrapa la atención de manera obsesivamente morbosa toda vez que ladran.

Así, preferimos olvidarnos que fue el mismo cardenal quien apoyó al “innombrable” y celebró la misa del primer aniversario de su fallecimiento en la solitaria parcela de Los Boldos. Seguramente olvidamos también que siendo Arzobispo de Valparaíso se opuso a las JOCAS (Jornadas de Conversación sobre Afectividad y Sexualidad) y, como si fuera poco, salió a comprar a los quioscos del centro de la misma ciudad revistas pornográficas usando plata de la Iglesia, liderando así una cruzada en contra de lo que consideró “asqueroso”. Quizá también, muchos han preferido olvidar que ante el controversial caso Karadima, el cardenal, distinguió entre niños y adolescentes, argumentando que ciertos casos de abusos a menores no debieran considerarse pedofilia. Entre tanta castración simbólica, sustitución del goce y finalmente hastío al ver como Medina justifica y defiende los excesos del clero y del poder,hemos caído en una especie de olvido motivado;arrinconando de esta forma la imagen de la autoridad tullida del cardenal y quedándonos con un “ameno” tatita que se ríe con Julio César Rodríguez ladrando “pluma, pluma gay”.

Y es que sinceramente creo que nos hemos acostumbrado tanto a que este sacerdote nos impugne con su moral totalizante y paranoica, que olvidamos que Medina siempre ha estado correteándonos con su varilla de coligüe, amenazando nuestros trastes.De esta forma, su omnipresencia lo transforma en una especie de severo inspector de patio que pone atenta y sigilosa mirada sobre las inocentes jugarretas de los chilenos y chilenas. Rebrotan acaso con fuerza mis recuerdos de infancia cuando mi abuelo me decía: “mijito no culpe al chancho, busque al que le da el afrecho.”
Lo anterior me hace recordar una ingrataanécdota de mis días de internado en un colegio de hombres de la Sexta Región. En aquél lugar, heredero orgulloso de sus tradiciones “guasas” y de su marcado catolicismo, los juegos rudos y la clásica mofa impregnada de insinuaciones sexuales formaban parte de una práctica clandestinamente aceptada por el mundo masculino. En tal contexto, un compañero casualmente apellidado Medina, de gestos evidentemente femeninos, era objeto permanente de lo que hoy llamaríamos bullying escolar. Mucho antes de que la misma palabra existiera en nuestro imaginario local, el joven Medina debía sufrir la chacota de sus compañeros que lo tildaban de maricón. Recuerdo un día en particular haber preguntado de qué se reían mis compañeros, y uno de ellos, como quien comparte una confidencia que te da acceso a una cofradía de machos me dijo: “Lo que pasa es que a Medina le gusta por detrás.”

Lejos de comprender a cabalidad lo que significaba la expresión “detrás”, intuí que la burla hacia Medina —mi compañero— tenía como motivo sus gestos incorregiblemente delicados, y que aquello todavía distante llamado sexo escondía posiciones prohibidas para los machos. Esto último, sumado a mi renuencia a jugar fútbol y mi acostumbrada práctica de eximirse de educación física me hacía compartir con Medina esa zona incómoda, desde la cual me preguntaba con espanto si, al igual que Medina, algún día también compartiría el mismo “bizarro” gusto.

Volviendo a Medina -el viejo- creo que lo aberrante de su comparación, no radica en sostener que a los homosexuales la naturaleza los privó de esa “extremidad” que los deja fuera del patrón de la naturaleza. Lo obsceno está, entre otras cosas, en intentar poner como aliados estratégicos a ciencia y religión en un debate donde se olvidan cosas tan simples como que ciencia y credo los hacen los hombres. Sin ir más lejos hace no más de diez años, distintos artículos científicos cuestionaban comer huevo todos los días, y sin embargo hoy, la misma ciencia -acaso coludida con el mercado- ha cambiado de posición sosteniendo que el colesterol del huevo es bueno para el organismo. Ahora bien, si nos queremos remontar en los pasillos exquisitos de la historia, el mismo padre del método científico, René Descartes, debió sufrir los acosos de detractores y autoridades de la Iglesia, obligándolo a refugiarse en Suecia, donde murió de una sospechosa pulmonía.

Otro aspecto no menos importante es la insistencia del cardenal Medina por criminalizar a los homosexuales, sosteniendo que éstos “llegan a extremos de violencia y asesinatos de manera mucho más frecuente que los heterosexuales”. Aquí es donde se impone la analogía con el discurso totalitario del patriarca, en donde su autoridad aparentemente nos obliga a aceptar sus declaraciones cargadas de odiosidad hacia un sector de la población.

Entonces, a menos de un mes del funeral de Daniel Zamudio,le pregunto directamente al señor Medina ¿no cree acaso que su propia acusación constituye un parricidio simbólico sobre este joven de 24 años?, ¿acaso no significa poner una esvástica más sobre su mutilado cuerpo?

Si de buscar un antecedente en el cine se trata, es de uso frecuente comparar a altas autoridades de la iglesia con temibles personajes de la saga de la “Guerra de las Galaxias” como DarthSidious o DarthTyranus. Sin embargo, solemos no poner atención en su proyecto más destructivo, la creación de la poderosa, oscura y temible “Estrella de la Muerte”. Esta arma capaz de destruir planetas completos -entiéndase formas culturales consideradas pervertidas o contrarias a la moral- ejemplifica la forma en que el discurso religioso conservador actúa en Chile, elaborando una maquinaria ideológica de censura amparada en la ciencia o la ley natural para mostrarla homosexualidad como cuna fecunda de delincuentes que nada saben del amor.

A pesar de lo amargo de las declaraciones de Medina, concuerdo con él en que los homosexuales -cuál más, cuál menos- vivimos una falta, pero dicha falta no sólo se restringe al mundo gay, ni menos se relaciona con la lamentable metáfora del niño que le falta un brazo. La falta es constitutiva a todo ser humano. Es por ello que desde niños buscamos completarla dentro de la organización misma de la sociedad. En este sentido, lo que Medina promueve con su sonrisa de anciano, “pelando los dientes” con hipocresía, es la expatriación de todo un sector social que, si de algo sufre es de los efectos de la deportación misma.

Del otro Medina, mi ex compañero de colegio, nunca más supe. Sin embargo, espero que algún día haya consumado el objeto fantasioso del que por años fue víctima de burlas. Espero además, que a pesar de aquellos perros que suelen ladrar y gruñir, Medina, el joven, más que ignorarlos haya aprendido de estos animales cosas más gratas que también suelen hacer.

Puede leer también en http://abelardoleon.wordpress.com/2012/04/29/a-medina-le-gusta-por-detras/

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