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Opinión

18 de Julio de 2012

El cuco del poder económico

Columna de Rigoberta Menchú para Siglo 21 de Guatemala Aún con todas las intenciones que encierra y lo limitado con que se plantean las reformas constitucionales, de parte del Ejecutivo, cierto es que, en lo relacionado con los pueblos indígenas, la inclusión del tema suena a última hora. Qué fue lo que motivó la inclusión […]

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Columna de Rigoberta Menchú para Siglo 21 de Guatemala

Aún con todas las intenciones que encierra y lo limitado con que se plantean las reformas constitucionales, de parte del Ejecutivo, cierto es que, en lo relacionado con los pueblos indígenas, la inclusión del tema suena a última hora. Qué fue lo que motivó la inclusión tardía es un aspecto a analizar. Por un lado puede considerarse que se incluye a manera de carnada, con el fin de meter en la red a un amplio sector de población y tratar de equilibrar una propuesta bajo la filosofía del dando. Otra lectura es, incluir el tema para presentar una imagen de amplitud y coherencia con demandas históricas, aun sabiendo que la propuesta tendrá detractores que obligarán a limitarla aún más y en aras de las prioridades nacionales sacar el tema de la agenda. Estos detractores, no de la propuesta en sí, sino de quienes reivindican unos derechos históricos, tienen nombre y apellido; uno de ellos se llama Cacif.

Sin duda alguna, Guatemala ha avanzado en la comprensión de la naturaleza de la nación; no es casual y tampoco raro que hayan sido los propios pueblos indígenas los que, a través de sus organizaciones y movimientos, vengan forzando este entendimiento. Sin embargo, unos sectores avanzan más rápido que otros en esa comprensión y hay algunos que en definitiva, ante el tema, se presentan con una cerrazón increíblemente medieval. Nada raro, por supuesto, en un contexto en el que se ha permitido que estos sectores se arroguen el derecho de ver al país como su finca y a sus habitantes como sus colonos o como su propiedad, y que además se adjudiquen el derecho de hablar, pensar y sentir por ellos. Para ellos Guatemala es la Guatemala monocultural que se han encargado de erigir y establecer en el imaginario de la gente. Sin embargo, esa cerrazón con la que aparentemente se ve al país no es simple o ingenua; es profundamente conservadora.

En realidad, lo que hay detrás de esta cerrazón es el miedo de perder una hegemonía que permite no solo la exclusión y la discriminación, sino el privilegio de unos sectores de decidir sobre estos pueblos y con ello apoderarse de sus riquezas y sus recursos naturales, tal como en la historia lo han hecho y pretenden seguir haciendo. En ese sentido, la pregunta es, quién perderá más si no se encaran procesos de reconocimiento de derechos que en la práctica, en lugar de dividir, de su peso cae contribuirán a fortalecer la unidad de la nación. Las camisas de fuerza y la rigidez aumentan la conflictividad. La flexibilidad es un factor de entendimiento y de distensión. Ejemplos de estos abundan ya en países de América Latina en donde en la legislación se reconocen plenamente los derechos humanos de los pueblos indígenas.

Si con estas reformas limitadas que se plantean para pueblos indígenas los sectores tradicionales de poder ponen el grito en el cielo, qué no harán cuando se hable de no reformar el Estado sino de refundarlo. Más que decir, cuando se habla de reconocer la naturaleza pluricultural del país, ahí viene el cuco, lo que deben hacer es ahuyentar sus miedos y asumir el desafío de construir.

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