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Opinión

31 de Octubre de 2012

Esa caprichosa clase media

A martillazos, como quien rompe piedras de distintos colores para hacer un mosaico, el poder político, sobre todo desde la dictadura hasta el día de hoy, ha fragmentado de diferentes formas a la clase media, ya sea con tecnicismos abstractos con relación a su identidad (C1, C2, C3 y D), como con la propagación de […]

Sergio Pinto
Sergio Pinto
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A martillazos, como quien rompe piedras de distintos colores para hacer un mosaico, el poder político, sobre todo desde la dictadura hasta el día de hoy, ha fragmentado de diferentes formas a la clase media, ya sea con tecnicismos abstractos con relación a su identidad (C1, C2, C3 y D), como con la propagación de mensajes de inseguridad y perplejidad con tal de reprimir su expresión y unidad, como ha sucedido en las últimas manifestaciones.

La clase media es el segmento mayoritario en Chile en lo que se refiere a la población, y el actual poder político le teme, porque reconoce que en la medida que tome una real conciencia de que es un agente de cambio sólido -como anteriormente lo fue el proletariado en tiempos de Allende-, puede reformular el establishment, ya que es factible que se convierta en un demandante constante de reformas estructurales que al día de hoy no sé si nuestros políticos quieren sacrificar.

Nuestra clase media es una adolescente y como toda joven busca su propia identidad y hará todo lo posible por conseguirlo, confundiéndose en diversos disfraces aunque sin perder los estribos. Es una clase social relativamente nueva, de un pasado muy activo, parte de ella la “querida chusma” de Arturo Alessandri –nuestro primer presidente de clase media-, formada principalmente entre los movimientos sociales de finales del siglo XIX y comienzos del XX, correspondiente aproximadamente a cuatro o cinco generaciones de personas provenientes de los sectores más desposeídos económicamente, de las migraciones campo-ciudad, de los inmigrantes europeos que buscaron mejores oportunidades o sencillamente de nuestro pueblo llano descendiente de los primeros conquistadores.

Es decir, buscadores de vida. Ahora sus retoños buscan estabilidad en todos los sentidos y ese esfuerzo de sus antepasados prefieren guardarlo perdidamente en algún álbum fotográfico.

Por ello es una clase social que se adapta a los diferentes novios, pero siempre con la condición de que ellos le prometan seguridad y estabilidad. Tiene una inocencia híbrida, mezcla de niña y adulta, con un “yo” débil que vive de referencias ajenas, externas (de ahí muchas veces el arribismo y las ansías de parecerse a la clase alta), y se conforma con tímidas y superficiales pruebas de cariño, por lo que le es fácil estar entre dos amantes. Por ejemplo, como ha sucedido en las últimas elecciones municipales: un día puede estar con el señor Coalisión y otro día sin pudor con el señor Concertación; y como toda pueril pasa por cambios bruscos de estados de ánimos y muchas veces se refugia con el primero que le escucha, que será el depositario de sus quejas y aspiraciones de ahí que no es raro que este sector vota, por lo general, por las personas y no por proyectos políticos partidistas.

Pero a pesar de lo anterior, que puede parecer sólo crítica, habría que ponerse tal vez en los zapatos de esta adolescente caprichosa. ¿Por qué esa capacidad de estar aquí y allá de forma tan esquizofrénica? Tal vez sobrevivencia, instinto, individualismo salvaje o volviendo al tema: sólo inmadurez. Un rico y un pobre no pierden nada. Esas son clases sociales adultas, lejanas a la adolescencia, ya que existen desde los cimientos de la historia, han pasado ya por corregir errores y por ello tienen las cosas muchísimo más claras en la medida que no se les desarma el mundo si las cosas van mal.

En ese sentido un pobre sigue siendo pobre o por el contrario, un rico sigue siendo rico si las cosas no resultan como se esperaban. La clase media, ante toda amenaza de inestabilidad, se siente una niña desamparada, miedosa de perder todo lo que han construido sus generaciones. Es reacia de reconocer su pasado y empezar de cero nuevamente, ya que le recuerda lo difícil que lo tuvieron sus antecesores y lo relativamente fácil que la vida le ha puesto las cosas hoy por hoy.

Por eso es una clase que gusta generalmente del orden en todo los ámbitos y ruega que las reglas de juego no sean cambiadas drásticamente. De ahí que es un sector que se ha sentido cómodo –por no decir confortable- en la dictadura, con la Concertación y actualmente con Piñera. Una comprensible lástima.

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