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LA CALLE

13 de Noviembre de 2012

Los “Toros” de Linares y su “rumeado” subcampeonato

Una barra viaja 300 kilómetros con la esperanza de ver a su equipo campeón. Las cosas no salen como esperaban: la copa se pierde, un grupo de hinchas se van presos y un barrista se suicida en vísperas del partido. Pese a todo, aún les queda la chance de ganar la liguilla de la Tercera División y volver luego de 18 años al fútbol profesional.

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Fotos: alejandro olivares.

El cuerpo de un hincha de Deportes Linares cae desde el tercer escalón de la gradería. No alcanza a volver en sí cuando dos carabineros de Fuerzas Especiales lo toman como un bulto y se lo llevan.

-Oye, déjenlo, déjenlo –grita el Pelao, el manicero encargado de la porra oficial, mientras sigue a la policía. Ambos van ebrios y no vuelven a la galucha.

Cerca de 30 policías custodian a los casi 500 hinchas de la Lujuria Albirroja, la barra de Deportes Linares que ha llegado hasta el Estadio de La Pintana para ver el partido de su club frente a Trasandino de Los Andes, por la final del torneo de Tercera División. Hay abuelos, padres, esposas, jóvenes, niños y guaguas, mientras en la Séptima Región, el resto de los linarenses sigue el partido por “Depo TV”, algo así como un CDF de los pobres que un grupo de jóvenes de la comuna armó para transmitir la temporada por streaming.

Los fanáticos cuentan que los carabineros, haciendo cumplir el plan Estadio Seguro, se han llevado a siete hinchas y que no les dejaron entrar el bombo ni los lienzos.

Llegar a esta final ha costado. Hasta el año pasado el equipo jugaba en los potreros de la Tercera División B y hoy está a un paso de volver al fútbol profesional. La última vez que Deportes Linares salió campeón de un torneo fue hace 18 años, cuando en 1994 ascendieron a la Segunda División. En ese tiempo el equipo se llamaba Fruti Linares.

Los comentaristas dan cuenta de eso y también se quejan del estadio.
-¡A nuestros auditores les cuento que estamos en unas casetas miserables! Son para dos personas, una delante y otra atrás –reclama el locutor de Radio Ancoa.

A las cuatro de la tarde comienza el partido. La hinchada está nerviosa, porque los primeros minutos son dominados por Trasandino. A los 10, el árbitro cobra penal en favor del equipo de Los Andes. Un hincha abuelo se lamenta. No puede creer el cobro. 1-0.

En la galería el calor apenas se soporta. Los niños se han colocado a la sombra de un arbusto y en la cancha el juego se detiene para que los jugadores se refresquen.

Es día de muertos y la barra de Linares, por mala coincidencia, carga con uno propio. Antes de viajar a Santiago, un hincha de 16 años, conocido como el Cachorro, se ahorcó. “El partido es en honor a él” -dice el Coipi, un viejo barrista. La hinchada canta: “Cachorro, Cachorro querido, esta barra jamás te olvidará”.

La derrota temprana del equipo hace reaccionar a la afición. Los más viejos están enojados y le meten presión a los jugadores. Los más jóvenes se entretienen gritándole al guarda líneas.

-¡Laiman culiao, celebra el gol ahora! –aúllan a menos de tres metros de distancia.

Así se la pasan hasta los primeros quince minutos del segundo tiempo. El fútbol mezquino dispersa la atención de la hinchada. Son pocos los que prestan total atención al partido. Algunos se entretienen mirando a la senadora Ximena Rincón, que llegó al estadio en busca de votos.
-Dama, tome asiento acá, con nosotros -le dice un hincha, mientras otros le tiran besos y le chiflan.

Rincón pasa sonriente. Su presencia no es suficiente para calmar la impaciencia de los viejos linarenses que, desesperadamente, insultan a sus propios jugadores.

-Tírate al suelo y pide cambio, hueón –le gritan a un volante.

En los descuentos Trasandino marca otro gol. La barra de Linares se queda muda. Sólo dos hinchas carraspean un cántico.

El camarín linarense está silencioso. El segundo lugar no da para celebraciones. Jaime Nova, el entrenador, da entrevistas a la televisión. Atrás suyo la copa ha quedado olvidada en una esquina. Nadie la quiere cerca. Un jugador pasa al lado de ella y amaga el gesto de una patada. Fernando Rosselot, un empresario maulino que es dueño del club, toma el trofeo y se fotografía con él.

-Otra copa de segundo lugar para esta ciudad -balbucea, mientras sonríe frente a la prensa.

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