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Opinión

18 de Febrero de 2013

Yo no perdono a Charly García

Por Nicole Ayala. Cuando uno, entera engrupida con cara de novia de Tanguito después de follar en la calle, le dice a cualquier cuasi amigo que va a asistir a un concierto de Charly, no falta el pelutudo que empieza con la lata de “pero si Charly está hecho mierda”. Y como si leyera los […]

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Por Nicole Ayala.

Cuando uno, entera engrupida con cara de novia de Tanguito después de follar en la calle, le dice a cualquier cuasi amigo que va a asistir a un concierto de Charly, no falta el pelutudo que empieza con la lata de “pero si Charly está hecho mierda”. Y como si leyera los diez mandamientos, el imbécil de turno enumera: que ya no canta como antes, que está viejo, que con los fármacos para mantenerlo fuera de las drogas ya no sabe ni dónde está parado. Y saca, de yapa, el datito de que el año pasado gritó: “¡Hola, Mendoza!”, en pleno Movistar Arena. Una, entonces, pone su mejor cara de nada, y va igual feliz a escuchar a Charly.

Porque yo a Charly García le perdono todo. Todo, todo, todo. Desde que una amiga una vez me contó que nunca vio al Flaco Spinetta en vivo antes de morir y que si revivieran al Flaco en las mismas condiciones que hoy está Charly, iría corriendo a cantar por última vez con él, decidí no contarme el cuento de que los ídolos viven para siempre e ir a todos los conciertos de Charly que pueda. Y a los del Flaco si resucita y si no, también.

Porque Charly, hecho mierda y todo, siempre va a actuar con el peso de su misma leyenda. Aquella de cantar Botas Locas en plena dictadura argentina y dedicarle Dinosaurios a Augusto Pinochet y Rafael Videla. Además, Charly podría estar peor, aunque parezca casi imposible. Charly podría mantener una voz de jovencito, una mente rehabilitada y una boca que no arrastrara las palabras, y dedicarse a recitar como lo hizo Bob Dylan el año pasado.

Es más: a Charly uno debe perdonarle todo, condonarle hasta el 99% de todas sus faltas o deudas. Predico con el ejemplo e incluso le perdono la hora tarde que empezó su show el viernes, y las 40 lucas que costaba la entrada más barata.

Pero hay una cosa que a Charly no le perdono aunque sé que el podrá seguir durmiendo con o sin mi absolución: no puedo, no quiero ni voy a perdonarle un show como el que hizo en el Casino Enjoy, un casino tan pelolais y cuico que él mismo se burló del público tan fifi y dijo: “Uy, parece programa de televisión esto, a ver, ¡aplaudan!”. Aclaro: nunca me imaginé a Charly cantándole a un público sentadito y bien formalito que pagó entre 120 y 140 lucas para tener una buena entrada numerada. Y da igual que las entradas cuesten como la mitad de un sueldo mínimo si alguien las quiere pagar, pero cómo no va a ser una paja, que salga Charly y empiece con Influencia mientras en las primeras filas están más preocupados de contar en Facebook que están viendo a Charly que de escucharlo y cantar con él. Bueno, rectifico, soy medio resentida y estoy hasta el orto de que las productoras hayan matado la colectividad de los conciertos con sus entradas ultra caras. Los vip, golden, platinum le arrancaron la sangre al carrete en los conciertos. Mataron el bailoteo, los saltos, los caños que pasan de mano en mano, y la emoción, las ganas de llorar cuando Charly empieza con Rezo por Vos y a uno no le queda voz de tanto gritarle que también lo dejamos todo por esta soledad y rezamos con vos y con el difunto Flaco.

Pero lo que no le perdono a Charly no es eso, porque la verdad es que esa historia es más culpa del negocio que de él. Lo que no le perdono es que el concierto del viernes, en que él mismo invitó a entrar en la “Dimensión desconocida”, fue muchísimo mejor que el de la gira 60×60 que dio en el Movistar Arena el año pasado. El viernes Charly partió diciendo que este era un “concierto extraño”, porque “no tiene nada de lo nuevo, es por elección y porque estamos en la dimensión desconocida”. Y así fue como tocó canciones de Sui Generis, como Tango en segunda e Instituciones; de Seru Giran, como La gracia de las capitales y Cinema de verité; de La máquina de hacer pájaros, como Marilyn, la cenicienta y otras mujeres. Y varias otras que no se escucharon en el Movistar Arena el año pasado, como Asesíname, Mucho más fuerte Sin tu amor (que para los intelectualoides les aviso que es un cover de I feel a whole better without you, de The Byrds) y Eiti Leda. También tocó mucho más y mucho mejor el piano y los teclados. Y sí, la voz no lo acompaña tanto como en los ‘70, pero todo lo demás en el concierto podía hacerte retroceder fácilmente 30 años.

Y eso si que es imperdonable y da para hacerle un juicio: que guardó lo mejor de su mito para un público fome y posero y unos cuantos jugados fanáticos, los menos, que lograron llegar al Enjoy. Porque el resto de los feligreses de Charly, por más distancia económica que física -el casino está a 60 km nomás de Santiago, el ticket mucho más lejos de la mayoría de los bolsillos- no pudieron llegar a un show donde no se llenó ni la cancha y donde Charly fue más Charly que nunca.

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