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Opinión

14 de Marzo de 2013

Mal de ojo

Hace un par de años fui al consultorio Cruz Melo de Independencia a renovar mi receta para gafas ópticas, ya que se recomienda cambiarlas cada tanto. Ahí me dijeron que primero tenían que tratarme el estrabismo, que no me podían dar la receta si no me trataban antes. Me derivaron al Hospital J.J. Aguirre de […]

Germán Carrasco
Germán Carrasco
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Hace un par de años fui al consultorio Cruz Melo de Independencia a renovar mi receta para gafas ópticas, ya que se recomienda cambiarlas cada tanto. Ahí me dijeron que primero tenían que tratarme el estrabismo, que no me podían dar la receta si no me trataban antes. Me derivaron al Hospital J.J. Aguirre de Santos Dumont. Aún espero la hora que se supone me iban a dar. Jamás me llamaron.

Pero uno ejercita por su cuenta los ojos, porque la poesía consiste en mirar, en encuadrar la realidad cotidiana para que no se nos pase de largo la vida. Después de todo se mira con la mente, y la aventura de la percepción es un ejercicio supremo, femenino. Más que la resignación a un sistema de salud que no funciona, está la idea de prescindir lo más posible de la medicina sanándose solo, sanándose mirando. Los amantes, por ejemplo, se cuidan los ojos mutuamente, hacen una enorme producción de la luz que van a ocupar en su sesión; le comenté algo de eso una vez a una terapeuta colombiana y su imaginario era infinitamente colorido y tropical.

En alguna ocasión la poeta mexicana Carla Faesler me dijo que su hija, a quien me imagino tan guapa como ella, tenía estrabismo como el que tengo yo, y que la niña se acomplejaba. Le sugerí que le mostrara todas las imágenes de mujeres hermosas del cine de Hollywood o modelos como la sublime Kate Moss, por ejemplo. Que recopilara a todas las que tuvieran esa misma característica, ya fuera divergente (hacia afuera) o convergente (hacia adentro), pero que no se las mostrara directamente a la niña, sino que pusiera las revistas por ahí encima, como que no quiere la cosa. Puras minas y minos con su mismo defecto.

Carlos Fuentes habla de divinidades precolombinas con estrabismo, que estaba asociado al sexo. Personalmente, me causó mucha simpatía saber que uno de mis poetas preferidos, Robert Creeley, hubiese pasado su infancia con un ojo parchado, que luego perdió. Creeley no tenía estrabismo: quedó tuerto cuando en la infancia le cayó una brasa de carbón en el ojo, pero ese defecto me hermanaba de alguna manera con él porque yo también pasé la infancia con un ojo parchado. Por eso lo leí prejuiciado positivamente y traduje su biografía que prologué como si se tratara de un familiar cercano. En alguna ocasión, el poeta Chico Figueroa me preguntaba: “¿A quién estás mirando? ¿A mí?” Y luego cerraba los ojos con un ademán entre comprensivo y decía acariciándome la cabeza “pobrecito…”, mientras los demás se reían con la broma. Yo les trataba de explicar que con un ojo leía prosa y con el otro poesía, simultáneamente.

Si uno tiene estrabismo y va al acupunturista, por ejemplo, siempre le preguntan si toma drogas. Antes me molestaba pero ahora simplemente contesto que no, las veces que sea necesario y con mucha paciencia. Algo de cara de caliente o de loco, o alguna sospecha siempre provoca el estrabismo, pero a alguna gente le llama la atención. Es porque el ojo tiene un músculo que no tiene fuerza y por lo mismo no puede traducir el estímulo en emoción, y eso le da un toque equívoco a la mirada, como de zombi.

Quizás los que padecemos estrabismo tenemos efectivamente una manera distinta de ver las cosas: un ojo ve bien, y el otro ojo se niega a encuadrar y a hacer foco, ese ojo ve las cosas como si se tratara de un cuadro impresionista. Se mira con la mente y un pequeño handicap hace quizás ponerle más atención al sentido que lo padece. Algunos cineastas de avanzada pensaban en liberar al ojo de las leyes de perspectiva, de los nombres de los colores, de deseducar completamente la mirada y partir desde cero la aventura perceptiva.

Aunque no recomiendo la poesía concreta, porque no hay manera de abordarla y se presta para todo tipo de chamullos, acepté que una alumna me mostrara sus poemas concretos. Se trataba de ojos recortados de revistas. Ojos de varios personajes públicos: venían en forma de una torre los ojos desorbitados de Evelyn Matthei que dejarían llorando a una guagua, ojos con cataratas sin tratar de algún expediente médico, los ojos de Betty Davis, los ojos de Isabelle Huppert con lágrimas, los ojos de Condorito cuando está loco o los de la serpiente Kaa en El Libro de la Selva, los ojos siempre cubiertos con gafas de Godard y Kurosawa, los ojos de los manga japoneses. Y nos quedamos jugando con ella a partir de las fotografías, hablando de cómo la madre y el padre notan la virginidad o la pérdida de virginidad en la mirada de sus hijos; de, por ejemplo, las miradas completamente estúpidas y duras de la gente conservadora, de las miradas serenas de algunas instructoras de yoga. Y recordamos los versos de Mirta Rosenberg: no puedo pegar un ojo / por miedo a no ver el cambio/ en la forma de las cosas.

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