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Mundo

2 de Abril de 2013

El reportero que sobrevivió al apocalipsis

Vía LaInformación En la mañana del 18 de mayo de 1980, el joven fotógrafo David Crockett se encontraba en las proximidades del monte Saint Helens y tenía un presentimiento. El volcán llevaba varios días de actividad y él había conducido hasta allí la noche anterior, seguro de que iba a suceder algo. Eran las 8:32 a.m. cuando […]

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Vía LaInformación

En la mañana del 18 de mayo de 1980, el joven fotógrafo David Crockett se encontraba en las proximidades del monte Saint Helens y tenía un presentimiento. El volcán llevaba varios días de actividad y él había conducido hasta allí la noche anterior, seguro de que iba a suceder algo. Eran las 8:32 a.m. cuando una violenta explosión sacudió su coche y la montaña comenzó a derrumbarse literalmente detrás de él. “Miré por el retrovisor y había una pared de escombros”, recuerda. “El valle entero estaba desapareciendo a mi espalda”.

Lo que estaba presenciando Crockett era una de las mayores erupciones de la historia de Estados Unidos. La explosión arrancó una de las laderas de la montaña y provocó una avalancha de roca y barro que alcanzó los 250 kilómetros por hora y devastó un área de 31 kilómetros de largo por 37 de ancho. La erupción arrastró material suficiente como para enterrar la isla de Manhattan a una profundidad de 120 metros y la columna de humo depositó ceniza en 11 estados.

En su huida precipitada a través del valle, Crockett tuvo que pisar el freno. Delante de él la carretera había desaparecido por el corrimiento de tierras. “Salté fuera del coche y agarré mi cámara de vídeo”, recuerda. “Abrí la puerta y saltó la alarma, pero aquella era la menor de mis preocupaciones”. Frente a él, el volcán expulsaba al aire una gigantesca columna de ceniza y el cielo se oscurecía por momentos. Convencido de que debía de salir de allí a cualquier precio, Crockett se echó la cámara al hombro y comenzó a filmar los 11 minutos más apocalípticos de su vida, una escena que parece rodada por el mismo Dante.

En las primeras imágenes del vídeo se observa el coche de Crockett atrapado en la carretera, la inmensa nube de ceniza y el aviso que le ha dado tiempo a escribir encima del capó cubierto de ceniza. “Ladera arriba”, dice el mensaje acompañado de una flecha. Cuando empieza a ascender, la nube negra se le echa encima y se hace de noche ante sus ojos. “Querido Dios”, se le escucha decir en la grabación, “o quienquiera que encuentre esto. No lo podéis ver, está claro que está demasiado oscuro, pero he dejado el coche atrás. Como podéis deducir de estas imágenes, estoy caminando hacia la única luz que puedo ver en lo alto de la montaña”.

Durante toda la filmación Crockett sigue narrando lo que ve y lo que siente en ese momento. “Nunca pensé que diría esto”, asegura, “pero juro por Dios que en este momento creo que estoy muerto”.  “Noto la ceniza dentro de los ojos. Se me está haciendo muy difícil respirar, tengo problemas para hablar”. Un momento después es presa de la desesperación. “Está todo negro”, dice. “Estoy caminando por el Infierno en la Tierra”.

Una vez en lo alto de la ladera, el viento disipó un poco la ceniza y pudo empezar a respirar. Su primera reacción fue coger la cámara y hacerse un autorretrato en el que se le ve sonriente y con la cara llena de ceniza. “Cuando me di cuenta de que lo había conseguido y que iba a sobrevivir”, recordó posteriormente en la cadena local para la que trabajaba, Komo News, “empecé a reírme y a gritar como loco. Le estaba aullando a la montaña”.

Las otras víctimas de Saint Helens

Pero no todo el mundo tuvo tanta suerte como Dave Crockett aquel día. Hasta 57 personas murieron sepultadas o quemadas y muchas de ellas se encontraban a muchos kilómetros del volcán, fuera de la zona evacuada. El coche del fotógrafo Reid Blackburn, de 27 años, fue encontrado a casi 13 kilómetros sepultado por el barro. En el momento de la erupción Blackburn fotografiaba el volcán desde una distancia supuestamente segura cuando una lengua de destrucción se le vino encima. Cuando lo encontraron cuatro días después, su cuerpo estaba dentro del vehículo, las ventanillas estaban rotas y el interior estaba lleno de ceniza.

En una fotografía tomada solo 13 horas antes de la explosión, el vulcanólogo David Alexander Johnston aparece sonriente y sentado en una silla con su equipo de observación. Se encontraba apostado a unos diez kilómetros de la cima del monte Saint Helens y fue el primero en observar que la ladera norte se empezaba a desplazar y en dar el aviso.“¡Vancouver! ¡Vancouver! ¡Ahí lo tenemos!” – anunció desde su terminal de radio. Fueron sus últimas palabras. Irónicamente Johnston fue el único vulcanólogo que predijo que el Saint Helens explotaría de forma lateral, pero cometió el error de considerar que una distancia de diez kilómetros sería suficiente. Su cuerpo nunca fue encontrado.

A poco más de un kilómetro y medio del volcán, un anciano de 83 años se había convertido en una pequeña celebridad por su empeño en no abandonar la zona. Harry Randall Truman vivía solo con sus 16 gatos en su cabaña cuando se desató la erupción.  “El lago Spirit está entre la montaña y yo”,  había explicado a los periodistas unos días antes, “y la montaña está a más de una milla, no me va a hacer daño”.  Aquella mañana el lago Spirit desapareció y la cabaña del señor Truman fue enterrada bajo 46 metros de tierra y material volcánico. Fue una de las 200 casas que la erupción destruyó o se tragó en los alrededores.

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