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Opinión

9 de Octubre de 2013

Townley, el sicario

GTA V no es cualquier juego, me digo, mientras atravieso la ciudad en un bólido escapando de la policía, luego de comprar la última versión para PS3 en el Eurocentro. Los diálogos se escuchan reales. Murmullos que critican mi auto o ropa barata. Las prostitutas me llaman desde la esquina. Unas cuadras más allá, alguien […]

Richard Moira Lupin
Richard Moira Lupin
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GTA V no es cualquier juego, me digo, mientras atravieso la ciudad en un bólido escapando de la policía, luego de comprar la última versión para PS3 en el Eurocentro. Los diálogos se escuchan reales. Murmullos que critican mi auto o ropa barata. Las prostitutas me llaman desde la esquina. Unas cuadras más allá, alguien grita por auxilio. Es un tipo que acaba de ser asaltado.

Los videojuegos se han vuelto una parte importante de mi vida. También de la de miles de chilenos. Basta con recordar la Festigame 2013 que se realizó en agosto en la Estación Mapocho -donde se pudo testear la futura PS4- y que congregó a miles de fanáticos. Allí se pudo apreciar la influencia de algunos personajes ficticios en la vida de los cosplayers, personas que se caracterizan como personajes de animé.

¿Pero qué pasa cuando, por casualidad o propósito oculto, los videojuegos nos ofrecen personajes que existen en el mundo real? Y no me refiero a los marketeros juegos de deportes, donde claramente los personajes son gente real y el propósito es claro; ni tampoco algunos videojuegos históricos donde repetimos o cambiamos el curso de la historia.

Me refiero más bien a aquellos donde la ficción y la realidad se relacionan extrañamente. Uno de los personajes más conocidos en este ámbito es Gordon Freeman de la saga Half-life, un Ph. D en física teórica cuyas investigaciones en el campo del teletransporte abren accidentalmente un portal a otra dimensión, dando inicio al juego donde éste deberá salvar a la humanidad del exterminio. En la vida real el Ph. D Gordon Freeman de la universidad de Harvard también es un héroe, claro que salvando vidas a través de sus investigaciones sobre el cáncer.

Ahora que continúo atravesando la ciudad a toda velocidad, armado y con una chica a mi lado, me llama la atención uno de los protagonistas de esta última versión de Grand Theft Auto. Michael de Santa es un ex-ladrón de bancos que vive resguardado por el programa de protección a testigos del FIB (homólogo en el juego al FBI) y cuyo verdadero nombre es Michael Townley. Sí, Michael Townley, idéntico nombre del agente sicario de la CIA, sindicado como autor material del asesinato de Orlando Letelier en Estados Unidos. Sigo jugando. Allí está él poniéndole una bomba a un teléfono celular que hará estallar la cabeza del creador de LifeInvader, una red social similar a nuestro Facebook.

A medida que me adentro peligrosamente en el juego, me entero que su esposa lo engaña con el instructor de yoga y su hijo acaba de darle un LSD escondido dentro de un nugget de pollo. Michael alucina, es raptado por unos aliens que lo dejan caer desde la nave a las alturas de Los Santos (Los Ángeles en el mundo real) y comienza una caída libre interminable, un vuelo psicodélico que sólo puede disfrutarse si uno mismo está tocado. Los colores y la animación son notables, la sensación de estar allí mismo es impagable. El efecto del LSD termina en cuanto Townley toca tierra y despierta semi desnudo en una plaza. Ya son las 3:00 am, también toco tierra, y guardo el avance mientras vuelven a mí las preocupaciones mundanas. La realidad supera infinitamente la ficción.

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