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Opinión

13 de Diciembre de 2013

Columna: Más allá de la abstención

Es un hecho que este final de año estuvo marcado por las elecciones presidenciales. El debate público se ha centrado en cómo las apuestas de las candidaturas pueden hacerse cargo de las necesidades del pueblo chileno, que se han hecho mucho más visibles en los últimos años. La fuerza de las movilizaciones, manifestada en su […]

Melissa Sepúlveda
Melissa Sepúlveda
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Es un hecho que este final de año estuvo marcado por las elecciones presidenciales. El debate público se ha centrado en cómo las apuestas de las candidaturas pueden hacerse cargo de las necesidades del pueblo chileno, que se han hecho mucho más visibles en los últimos años. La fuerza de las movilizaciones, manifestada en su masividad y en las reivindicaciones que esta vez atacaban de manera directa los pilares del modelo político y económico, posicionaron las demandas de las distintas organizaciones sociales en el sentido común de los y las chilenos.

Frente a este escenario, la candidatura de Evelyn Matthei ha hecho caso omiso a la necesidad de responder de algún modo a las demandas levantadas durante el proceso de movilizaciones, haciendo una defensa a ultranza del modelo instituido en dictadura. Su apuesta no se presenta como una alternativa razonable para la mayoría de los chilenos y chilenas, que requieren la solución a los conflictos que durante los últimos años hemos ido instalando. Los resultados de la primera vuelta así lo demostraron.

Por su parte, la candidatura levantada por la Nueva Mayoría se promociona como una alternativa que busca dar respuesta a los conflictos. Sin embargo, en su propuesta sólo se encuentran transformaciones parciales al modelo, maquillajes “por arriba”, cuando lo que Chile requiere son cambios de fondo. En el mayor de los casos, las ambigüedades en los cómo y cuándo de las reformas inquietan.

Las diferencias con estas candidaturas son programáticas: apuntamos a un enfoque y contenido distinto. Por ejemplo, el programa de la Nueva Mayoría no se hace cargo con claridad de la educación gratuita, pues a la hora de enfrentar este debate y darle sustento técnico a la consigna, la gratuidad en la educación debe contribuir a la redistribución de la riqueza en Chile. Es decir, debe ser subvencionada a través de una verdadera reforma tributaria para aumentar la recaudación fiscal. Debe financiar directamente a las instituciones estatales, abandonando la lógica del financiamiento a la demanda a través de becas y créditos.

En cuanto al fin al lucro en la educación, su posición apunta a la eliminación de este sólo en instituciones que reciban financiamiento estatal, cuando el movimiento estudiantil ha sido enfático en señalar que la educación no puede ser un lugar para el negocio pues lo comprendemos como un derecho social fundamental. En ese sentido, la propuesta debería ser la abolición del lucro efectivo en todos los niveles del sistema educativo. Además, las declaraciones de algunos miembros de la Nueva Mayoría respecto a permitir las “ganancias legítimas” ponen en duda la real voluntad de terminar con el lucro.

A lo largo de los últimos años hemos señalado que la demanda estudiantil es la reestructuración del modelo educativo chileno, superando con creces el enfoque meramente económico y de fin del endeudamiento. Necesitamos pensar un proyecto educativo nuevo para el pueblo chileno, cuya finalidad sea la generación de personas conscientes y críticas, a través de instituciones que a su vez tengan como norte responder a las necesidades del país, que integrando a las y los miembros de sus comunidades en las definiciones de los proyectos educativos en forma amplia y democrática.

Si bien existen ciertos aspectos que han sido recogidos por el programa de la Nueva Mayoría, dentro del mismo conglomerado residen las razones para sospechar. Las distintas fuerzas y disputas internas que existen dentro de la Concertación nos hacen dudar respecto a la posibilidad de la realización y aprobación de las reformas en el Congreso. Estas diferencias en un arco tan amplio como el que va desde el PC hasta la DC, se enmarcan en lo que se ha llamado el cierre institucional que amarra la Constitución de la dictadura. El cierre se expresa en el sistema binominal, en la necesidad de lograr quórums extraordinarios para poder hacer reformas profundas al sistema y en la existencia del Tribunal Constitucional, que custodia el desborde los márgenes elaborados por Jaime Guzmán.

En estas circunstancias, una alternativa como la mía -de abstención a nivel personal- o en otros casos el votar nulo, se observa como absolutamente válida. En los últimos años se ha interpelado siempre en segunda vuelta a los sectores de izquierda para que voten por el mal menor frente a la posibilidad de que la derecha resulte electa. Sostengo que en una elección como esta, en un escenario como el presente, luego de todo el ciclo de movilizaciones de los últimos años y los que vendrán, no se puede seguir naturalizando el voto por el o la candidata que sea -o parezca- más de izquierda. Se hace necesario que los chilenos y chilenas tengan consciencia de los programas y sobre la base de éstos tomen una decisión que no se agote en el acto del voto.

Dicho todo esto, el centro de la discusión, más allá de lo que yo haga o no haga este domingo, debiera estar en lo que sucederá los próximos cuatro años. Nosotros como estudiantes movilizados estaremos atentos. Estamos dispuestos y dispuestas a seguir en las calles luchando por las transformaciones que aún no son una realidad en nuestro país. La historia de los últimos años nos ha demostrado que sin ese esfuerzo tales transformaciones no ocurrirán.

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