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Poder

2 de Julio de 2014

El costo de la pacificación en Río de Janeiro

El Anuario Brasileño de Seguridad Pública acusa que cada día cinco personas son asesinadas por la policía en Brasil. Las cifras se han incrementado en los últimos años luego de la irrupción de las denominadas Unidades de Policías Pacificadoras (UPP), cuya tarea originaria era reducir los índices de violencia en vísperas del mundial de fútbol y las Olimpiadas de 2016. La desaparición de Amarildo Dias de Souza, en julio del año pasado, destapó una ola de protestas en contra de los organizadores del mundial. ¿Qué es de Amarildo?, se lee en las murallas de Río de Janeiro. Esta es la historia menos conocida del campeonato mundial.

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Como todos los domingos, el 14 de julio del año pasado, Amarildo Dias de Souza llegó a su casa como a las ocho de la noche con pescados para preparar la cena. Lo esperaba su compañera Elisabete Gomes da Silva, Bete, y sus seis hijos. Todos vivían en una casa de una sala de estar y dos cuartos en los altos de la Rocinha, la favela más grande de América Latina, estratégicamente ubicada en la zona sur de Río de Janeiro, la más rica de la ciudad.

Después de limpiar los pescados, Amarildo fue a comprar limón y ajo para aliñarlos escaleras abajo. No pasaron diez minutos cuando una vecina golpea la puerta de la casa de Bete y le cuenta que dos policías se habían llevado a Amarildo. La mujer partió a la segunda sede de las Unidades de Policía Pacificadora (UPP), ubicada a pocas cuadras de su hogar. En la puerta del cuartel policial, los policías le dijeron que solo estaban realizando una averiguación y que lo soltarían luego.

Al poco rato los policías sacan a Amarildo para llevarlo al Portón Rojo, base de las UPP ubicado en lo más alto del morro. “Me di cuenta de eso y junto a mis hijos mayores seguimos el carro policial en moto taxi. Al llegar allá no nos dejaron entrar y el mayor nos dijo que ya habían liberado a Amarildo. Les creí y volví a casa a esperarlo”, cuenta Bete.

La mujer regresó a casa y no lo encontró. Volvió al cuartel policial y los policías insistieron en que ya lo habían soltado. Esa misma noche Bete recorrió los cuarteles policiales de la Gávea y Leblón, buscando a su marido. Nadie quiso comer pescado esa noche. Al otro día fue a buscarlo a la casa de los parientes, a la morgue y al juzgado, pero nada. El pez se pudrió y Amarildo no regresó nunca más.

Semanas antes masivas protestas, gatilladas por el aumento en 25 centavos de la tarifa de los buses urbanos en São Paulo y Rio de Janeiro, sacudieron Brasil. Lo que en un momento los medios tildaron como “la protesta de los 20 centavos”, se transformó en una marcha contra los gastos de la Copa del Mundo y las próximas Olimpiadas. Por esos días en Brasil se desarrollaba la Copa de las Confederaciones y la presencia de miles de manifestantes en los distintos estados puso en jaque la realización del evento. En las calles las personas llevaban carteles diciendo “Queremos escuelas y hospitales padrón FIFA” y un grupo de jóvenes en Río de Janeiro montó un okupy frente a la casa del gobernador estadual, Sergio Cabral, principal blanco de las protestas.

Cuatro días tras la desaparición de Amarildo, y sin certeza alguna sobre su destino, Bete convocó una marcha hasta la casa del gobernador. Pidió ayuda a sus vecinos y miles de habitantes de la Rocinha bajaron del cerro y cruzaron el túnel Zuzu Ángel, de un kilómetro y medio de extensión, que los separaba del barrio de Leblón, uno de los más ricos de la ciudad.

El caso salió en televisión. La foto deslucida de un hombre negro de ojos profundos –Amarildo- se instaló como un profundo estigma en la conciencia de los brasileños. La frase “¿Qué es de Amarildo?, retumbó en los oídos de las autoridades y se esparció por las redes sociales. La inquietante pregunta apareció en un cartel de la marcha gay realizada en Copacabana meses después, en la caja de embalaje de una exposición de arte chino hecha en el Banco de Brasil y en los muros de la autopista que conduce al aeropuerto. El desaparecido Amarildo, desde su incógnita morada, comenzaba a inquietar a las autoridades.

Bete piensa que es primera vez que Brasil se preguntaba por una persona negra desaparecida en una favela. “Los negros son maltratados en las periferias urbanas. Mi pregunta es ¿qué es de los Amarildos de ayer? ¿Qué es de los Amarildos de Brasil? ¿Cuántos Amarildos murieron bajo tortura policial y la familia esconde el caso por miedo a gritar?”- reflexiona.

UNA CIUDAD ‘PACIFICADA’ PARA EL MUNDIAL
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A la misma hora que Chile enfrentaba a Holanda el lunes, un centenar de personas descendían de la favela Chapeu Mangueira, ubicada en Copacabana, tras un cartel negro con letras blancas que decía: “La fiesta de los estadios no vale las lágrimas en las favelas”. La protesta fue organizada por familiares de personas asesinadas o heridas de gravedad por la policía en los últimos meses. En varias de esas muertes están envueltas las UPP, unidades de policía que supuestamente reducirían los índices de violencia de Río de Janeiro en vísperas de su preparación para ser sede del Mundial de Fútbol y las Olimpiadas de 2016.

Inspiradas en el modelo de policías comunitarias las UPP reclutaron policías jóvenes no relacionados con el tráfico. Una estrategia elaborada por el secretario de seguridad estadual, José Mariano Beltrame, para reducir los índices de violencia, quitar el territorio de las favelas a las bandas de narcotraficantes y preparar la ciudad para recibir el evento de la FIFA.

A partir de 2008 las UPP comenzaron a instalarse en las comunidades pobres de la zona sur de Río de Janeiro y en las proximidades del estadio Maracaná. El experimento se probó primero en el morro de Santa Marta, en Botafogo, y a partir de diciembre de 2010 se extendió, previa instalación del ejército, al Complexo do Alemão y Villa Cruzeiro en la zona norte de la ciudad. En septiembre de 2012 llegaron a la Rocinha y hoy son 37 unidades esparcidas por la ciudad. Sólo en la Rocinha trabajan hoy unos 700 policías, el mayor contingente de Río.

Con la llegada de las UPP los índices de violencia en las comunidades se han reducido. Datos de 2013, respecto al año anterior, dan cuenta de una reducción de muertos por violencia (26,5%), asaltos con violencia (14%) y aumento en los decomisos de drogas (23%). A la par, sin embargo, aumentaron los robos en las calles (7%) y de autos (5,8%).
La cifra más escalofriante, sin embargo, la otorga el Instituto de Seguridad Pública del Estado de Río de Janeiro, con un incremento de 87 a 133 desapariciones de personas –más de un 56%- en las 18 primeras comunidades que recibieron las UPP entre 2007 y 2012.

La misma policía habría reconocido, además, que durante el 2012 en Rio de Janeiro hubo 19 muertes, 7 más que en 2013. Todas producto de la intervención de las UPP.

‘HOMICIDIO DEBIDO A INTERVENCIÓN POLICIAL’
Durante las protestas de junio de 2013 el consultor en seguridad, Rodrigo Pimentel, criticó la violenta represión policial en el noticiario RJ TV de Globo diciendo que que “el fusil debe ser utilizado en guerra, en operaciones policiales en comunidades y favelas. No es un arma para ser usada en áreas urbanas”. Días después la muerte de un efectivo de la Policía Militar en la Maré, favela ubicada en la populosa Avenida Brasil, zona norte de Rio de Janeiro, provocó que de madrugada los policías entraran a la comunidad dejando un saldo de 9 muertos.

El Anuario Brasileño de Seguridad Pública acusa que cada día cinco personas son asesinadas por la policía en Brasil. En 2012 fueron 1.890 asesinadas por la policía, cifra que cuadriplica la misma estadística en Estados Unidos (410), país famoso por la severidad policial. Las policías de São Paulo, Río de Janeiro y Salvador de Bahía son responsables por 1.322 de esas muertes.

En Sao Paulo la letalidad policial aumentó en los meses previos al inicio de la Copa. Durante el primer trimestre de este año el número de muertes por enfrentamientos con la policía estadual se triplicó respecto del mismo período del año pasado, según la Secretaría de Seguridad Pública de esa ciudad. Los muertos por acción policial llegan a 85 personas sólo en la capital paulista, sumando 156 en todo el estado. Las cifras son las más altas en diez años. Personas heridas por la policía suman 142 en el estado y 73 en la capital. La Policía Civil en tanto es responsable de la muerte de 4 personas en Sao Paulo y 7 en todo el estado en supuestos enfrentamientos.

Otras cifras que podrían incrementar las estadísticas son las ejecuciones extrajudiciales: En 2012, 24 matanzas en Sao Paulo dejaron un saldo de 80 muertos. Sólo una fue esclarecida. El victimario resultó ser la misma policía.
Sólo en abril de 2014, cifras del Instituto de Seguridad Pública de Río de Janeiro dan cuenta de 36 muertes bajo el rótulo ‘Homicidio debido a intervención policial’. Cifras de 2013 acusan que la policía paulista es responsable de 7,5% de los asesinatos en el estado y la de Rio de Janeiro del 8,7%. La gran paradoja es que muchas de esas víctimas son negros, igual que gran parte del cuerpo policial.

LUCAS, CLAUDIA, FELIPE…
Pocas horas después de la partida de la Copa un niño de 12 años, Lucas Canuto, morador de Cidade de Deus fue alcanzado por una bala perdida que el parte policial acusó como un enfrentamiento entre policías y traficantes. Lucas soñaba con ser jugador de fútbol.

Después de la Rocinha, la UPP de Cidade de Deus es la más grande de Río de Janeiro. Instalada en 2009, tras su instalación las desapariciones aumentaron de 16 a 49 en sólo un año. Entre 2007 y 2012 hay 144 denuncias de desaparición.

Lucas se suma a Claudia Silva Ferreira, una mujer de la zona de Madureira que hizo noticia tras la grabación de su cuerpo inerte colgando de la parte trasera de un carro policial una mañana de domingo en marzo de este año. Su muerte fue explicada también como un enfrentamiento entre traficantes. Pocos meses después apareció el cuerpo sin vida de Douglas Rafael da Silva Pereira, bailarín del programa Esquenta! de la TV Globo, tras una arremetida policial en el morro de Catagalho, en la zona sur de Río de Janeiro. El parte policial decía que murió tras caer de un muro de 4 metros, pero una foto divulgada horas después mostraba evidentes señales de haber sido alcanzado por un disparo.

Fernando Rodrigues lleva en la marcha de Chapeu Mangueira la foto de su hijo Felipe Rodrigues, de 21 años, dedicado a hacer clases de skate y pintor. El 31 de mayo pasado Felipe tras una fiesta en la playa de madrugada pasó a tomar un café con un amigo de la familia. Cuando iba a comprar un cigarro fue abordado por policías que lo llevaron arriba de la favela. Ya antes había tenido un desencuentro con los policías, cuando respondió a ellos luego de tratarlo como ‘rata de alcantarilla’, manera habitual que usan los policías para llamar a los habitantes de las favelas.

Al llevarlo al cerro lo agacharon y le dijeron que bajara la cabeza. Cuando preguntó ¿por qué tengo que bajar la cabeza?, los policías respondieron: “para no salir mal en la foto”. Después le dieron dos tiros, uno el pecho. Un policía le dijo al otro “da dos tiros al aire y así parecerá un intercambio de disparos”. Los policías lo creyeron muerto y al irse dejaron una bolsa de cocaína en la bermuda del joven. Cuando bajaron del morro se enfrentaron a algunos vecinos de la comunidad que les preguntaron por Felipe. Estaba amaneciendo. La gente comenzó a aglomerarse y la compañera de Felipe inició la búsqueda, encontrándolo cerca de las 10 de la mañana. Pese a que ya llevaba dos horas perdiendo sangre, salvó con vida y contó la historia.

PACTO DE SILENCIO
Recién a mediados de octubre de 2013 un policía de la UPP Rocinha no pudo soportar el silencio y acusó a sus compañeros de haber torturado y golpeado hasta la muerte a Amarildo. El pescador sufría de epilepsia y no soportó los choques eléctricos y la asfixia con bolsa plástica a la que fue sometido. La revelación dio cuenta de que más de dos docenas de policías de dicha UPP acostumbraban a torturar a sus detenidos. El delegado de la investigación, Rivaldo Barbosa, ya recogió 22 testimonios de torturas y procesó a 25 policías, entre ellos el mayor Edson Santos, a cargo de la unidad el día de la desaparición de Amarildo. Bete piensa que “mientras yo volvía a casa, ellos estaban torturando a Amarildo”.

Pese a estar detenidos, los policías mantienen el pacto de silencio. El gobierno del estado se vio obligado a pagar una pensión mensual de 500 reales a Bete ($125 mil pesos). En una sesión del juicio la mujer enfrentó a los ojos a los policías implicados en la muerte de su compañero.

Bete dice que “ellos no mataron solo a Amarildo, mataron a la familia entera. Todos somos diferentes desde ese día”.

El mismo día que Brasil abría el Mundial en Sao Paulo, Mateus Alves dos Santos de 14 años, se sumó al obituario escrito por la policía carioca. Dos policías lo apresaron junto a un amigo por robar en el centro de la ciudad y los condujeron hasta el morro de Sumaré, donde los ejecutaron. Uno de los jóvenes sobrevivió a los impactos, se hizo el muerto y esperó la partida de sus verdugos para correr por ayuda. Su familia, por miedo, dudó varios días en hacer la denuncia.

Bete piensa que en su caso no tuvo “tiempo para tener miedo”. “Los negros no sólo de Río de Janeiro, sino que en varias periferias de Brasil están siendo maltratados. Torturas, humillaciones son cosas cotidianas”, dice.
En las paredes de la ciudad los turistas futboleros aún pueden leer la frase “¿Qué es de Amarildo?”. A Bete cuando sale a la calle de la Rocinha no falta quien la mira y le hace la misma pregunta. Bete los mira y dice: “Hasta ahora, nada”.

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