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Opinión

17 de Julio de 2014

Margarita Urra, dirigente social y comunista: “La desilusión con este Gobierno es grande porque no aprendieron de los porrazos”

Margarita es concejal de la comuna de El Bosque por el PC. Trabajó porque Michelle Bachelet ganara la elección y se declara decepcionada: lleva dos meses esperando que el Serviu acelere la entrega de 700 viviendas sociales que están habitables desde fines de abril. Asegura que tras la demora, que no seguirá tolerando, hay desidia. También se queja de que la gente no exija sus derechos. "Si alguien no sabe que está encadenado, está puro hueviando. No es normal que uno salga de la casa endeudado y vuelva a la casa endeudado, cómo vas a dormir así, huevón. Cómo va a ser decente que haya que andar haciendo bingos porque la gente tiene cáncer, porque se murió el abuelo y no hay cómo enterrarlo, cómo va a ser normal nacer y morir endeudado, que un libro y un remedio estén prohibidos para la gente pobre", dice.

Ivonne Toro Agurto
Ivonne Toro Agurto
Por

urra
“En El Bosque hay 25 mil personas viviendo como allegados. Después de años de lucha, logramos construir una población para 700 familias. Son casas de 46 metros cuadrados y departamentos de 56 metros por el que cada familia pagó, en total, $260 mil. Y no deben ni un peso más. Desde fines abril están listos, habitables, con luz, agua y gas, pero ni el Serviu ni la municipalidad de San Bernando -el terreno está en el límite de las comunas-, ha querido acelerar la entrega de las viviendas. Dicen que es por temas formales, la verdad es que les da lo mismo. Hay un tema de desidia: a las autoridades no les importa si nuestra gente vive un día más hacinada, les da lo mismo que mi amiga, Claudia Bustamante, viva desde hace siete años arrinconada en una pieza con su esposo y sus dos hijos.

En las oficinas públicas del Gobierno por el que trabajé nos ven como viejas locas y no nos dan prioridad. Es doloroso, pero no me sorprende. La desilusión con este Gobierno es grande porque no aprendieron de los porrazos. Son egoístas. Se preocupan de firmar acuerdos de espaldas a la gente mientras nos tienen acá, esperando. Acá no están las cinco familias más ricas, están las 700 más pobres, por eso nos postergan.

También, es cierto, hay culpa de la gente, porque no exige sus derechos y vota a cambio de una polera o porque el candidato les dio la mano y olía bien. O por la ingenuidad de creer que ahora iba a ser distinto. Yo, por ejemplo, creí y estoy decepcionada.

Esto pasa porque la gente no tiene herramientas, porque la dictadura no sólo hizo desaparecer gente, también hizo desaparecer la conciencia del pueblo, las ganas de la gente de luchar. Es triste que nuestro pueblo sea ignorante. Están todos atomizados, como durmiendo. Y yo no sé cómo pueden estar así si todo lo que nos rodea es malo, desde el consultorio hasta la escuela, todo es malo malo. Y no es que yo sea pesimista, todo lo contrario. Soy de las que les dice a las vecinas, ’empujen, empujen, hay que empujar hasta que se abran las puertas’ entonces no es de amargada. Es que las cosas de verdad están mal.

Pero todo se paga, tarde o temprano. Tengo claro lo que significa un acuerdo con galletitas, pero eso, creo yo, no es el principal problema. El problema es que la gente no ha despertado. Nosotros tenemos un ejercicio bien bueno que le damos a quienes asisten a las asambleas. Es bien sencillo: donde no te atiendan bien, saca el encendedor y amenaza con quemar toda la hueá, como vieja loca. Si no te dan el inhalador para el cabro chico, amenaza con que vas a quemar el consultorio, deja la media cagá, empieza a patalear. Y la gente lo ha hecho, y corren a atenderla.

Es el consejo de una mujer simple. Yo con suerte terminé cuarto medio, y de noche. Hay muchas cosas que no sé, que no capto, pero las necesidades de la calle, me las sé de memoria. Y sé que de espaldas a la calle no se puede construir un país, y sé que los cambios no van a venir ni del Congreso, ni de La Moneda. Van a venir de la gente despierta.

Creo, con toda humildad, que el poder hace que la gente pierda la memoria, yo trato de no perderla. Me crié en la ciudad del niño, porque mis papás no podían cuidarme. Yo no olvido. La gracia es no olvidar. En mi oficina de concejal hay un sillón, trato de no usarlo para no achancharme, para no olvidar que nuestro país está jodido por la gente cómoda y por la ignorancia.

Si alguien no sabe que está encadenado, está puro hueviando. No es normal que uno salga de la casa endeudado y vuelva a la casa endeudado, cómo vas a dormir así, huevón. Cómo va a ser decente que haya que andar haciendo bingos porque la gente tiene cáncer, porque se murió el abuelo y no hay cómo enterrarlo, cómo va a ser normal nacer y morir endeudado, que un libro y un remedio estén prohibidos para la gente pobre.

Una vez la ex ministra Magdalena Matte me dijo ‘Margarita, tranquila, yo sé lo que se siente’ y yo le dije, ‘no, pues, no sabe’. ¿Cómo va a saber si siempre se ha ido a acostar en una casa caliente, si nunca le ha dolido la guata de hambre, si no se ha despertado en invierno noche tras noche porque se le está lloviendo la casa? No, ella no sabe, cree saber, pero no.

Y las autoridades del Serviu tampoco saben. Cuando les dijimos que queríamos plantar manzanos y duraznos en las áreas verdes nos prohibieron hacerlo. ‘¿Quiénes van a cosechar esas frutas?’, nos dijeron. Cinco años o más de universidad para hacer esa pregunta tan tonta. ¡Los niños se van a comer la fruta!, les contesté. No nos autorizaron. Para qué hablar de sus tiempos burocráticos. Consideran normal que pasen 15 años desde que alguien se da cuenta de que necesita una casa hasta que tiene las llaves de su hogar. Eso no son los tiempos de nuestra gente que lleva años esperando una casa digna. Ahora las tenemos y nos la podemos usar, pero estamos bien despiertos: si de aquí al lunes no hay respuesta, aplicaremos el consejo que le damos a nuestra gente: Es bien sencillo: donde no te atiendan bien, saca el encendedor y amenaza con quemar toda la hueá”.

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