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Opinión

12 de Octubre de 2014

Evo Morales: Retrato íntimo del Jefazo

La inédita estabilidad política en la inflamable Bolivia y el mejor momento económico del país explican la popularidad del Presidente que va camino a obtener una re-reelección, en un contexto en que la izquierda tambalea en Brasil y Uruguay y conoce su declinación en Venezuela. Los riesgos del personalismo y el Evismo para siempre.

Martin Sivak
Martin Sivak
Por

Jefazo-S
*
En su segunda gira neoyorquina, en septiembre de 2007, Juan Evo Morales Ayma desayunó en el Council de las Américas con inversores privados y funcionarios del Departamento del Estado. Les dio la cuota de exotismo que sus interlocutores podían buscar: contó que su padre se sacaba las muelas cariadas con una piedra, que en su vida de adulto sólo vio una película en cine –“una de Pelé”- y que llegó al Palacio Quemado sin entender cómo se generaba la inflación. Los inversores no supieron si se trataba de un chiste (Bolivia conoció una hiperinflación en 1985): algunos rieron, otros abrieron los ojos y el más ejecutivo pidió al interprete que repitiera la frase. Morales sacó de su bolsillo un machete con los primeros datos sobre inflación. Desde entonces y hasta 2014, se mantuvo por debajo de un dígito y el peso boliviano se revalorizó frente al dólar. Detrás de la verba encendida y radical, con recurrentes ataques al imperialismo y al capitalismo, Morales se ha rebelado como un gestor que, prioriza la reducción de la pobreza, la desigualdad, pero también valora la disciplina fiscal: este año ha recibido inesperados elogios del FMI y el Banco Mundial. Bolivia creció el año pasado al 6.5% anual, uno de los índices más altos de América Latina.

En un contexto de declinación del chavismo en Venezuela, el incierto resultado electoral del Partido de los Trabajadores en Brasil y el Frente Amplio en Uruguay y la imposibilidad del kirchnerismo puro de contar con un presidenciable competitivo, Evo Morales lleva una ventaja de 40 puntos a su principal oponente en las encuestas para las presidenciales del 12 de octubre. Se ha consolidad como el gran sobreviviente –y acaso exponente- del giro a la izquierda o el giro populista de las izquierdas de América del Sur al comienzo de este siglo.

Bolivia experimenta el período de mayor estabilidad política desde el regreso de la democracia en 1982 y de mayor bonanza económica de la historia del país. Los ingresos por exportaciones pasaron de 2000 millones de dólares a 10000 millones; las reservas empezaron en 3000 millones y alcanzaron un record con más de 14000 millones (casi 60% del PBI), existe casi pleno empleo (la construcción, clave en ese punto, se expande al 10% anual; entre 2006 y 2012 se construyeron el doble de kilómetros de carreteras que los 887 del período 2001-2005 con una inversión de 2000 millones de dólares, la más alta de la historia del país. Comparado con todos los países de la región, la pobreza tuvo su mayor baja: pasó del 62,4% al 36,3%, según la CEPAL La pobreza extrema urbana ha bajado de 24% a 14% y la pobreza extrema rural de 63% al 43%. 

En Brasil la baja performance económica de los últimos años, el comienzo del agotamiento del PT que ya gobernó tres periodos consecutivos y lleva más de tres décadas de gravitación en la vida pública brasileña y el surgimiento de una figura nueva y carismática como Marina Silva explican las dificultades que enfrenta Dilma Rousseff para conseguir su reelección (las últimas encuestas le dan una ventaja de 4% en el balotaje previsto para el 26 de Octubre).

En Bolivia, la legendaria inestabilidad política – “Palacio Quemado”, nombre del palacio de gobierno, ha contribuido a eternizar esa idea- ha conocido una meseta. En 2008, la gran prensa internacional describía al país en tránsito a una guerra civil y su desintegración por el conflicto entre el Presidente Morales y las elites del oriental departamento de Santa Cruz que reclamaban autonomía para tener mayor control sobre los recursos naturales. La Política, el Occidente boliviano, chocaba contra la Economía, el Oriente Boliviano. Morales derrotó políticamente a la derecha cruceña. Se reapropió del concepto de autonomía y lo incluyó en la Constitución, realizó importantes obras públicas y de infrasestructura, cooptó opositores, aisló a los más radicales y con la fuerza territorial de las organizaciones sociales ganó presencia. Si en 2008 el Presidente no podía aterrizar en los aeropuertos del Oriente, en octubre de este año cuenta con chances de ganar por primera vez en Santa Cruz.

La oposición política ha heredado las consecuencias del fin de la “democracia pactada” que entre 1985 y 2002 organizó la política boliviana y le ha agregado sus propias limitaciones. En ese período el promedio electoral de los presidentes no supera el 30%: Morales sacó el 54% en 2005, 64.% en 2009. Los candidatos opositores para las elecciones del próximo 12 de octubre prefieren presentarse como mejores administradores de lo existente porque los trazos gruesos de la administración gozan de consenso social: la victoria cultural de Morales es que quienes planteen una revisión integral de su gobierno cuentan con limitadas chances de buen éxito.

La lectura dominante sobre el fenómeno evista fuera de Bolivia ha consistido en presentar a un caudillo conectado emocionalmente con las mayorías pobres e indígenas y decisivamente financiado e influido por Chávez. Ese retrato, barnizado por categorías como populismo y autoritarismo, no resulta suficiente para entender su popularidad.
Poco después de asumir Morales cumplió con un mandato social que lo trascendía: la aprobación de nueva constitución y las nacionalización de los hidrocarburos. Un régimen más racional en el sector de hidrocarburos –donde los beneficios fueran recibidos por el conjunto de la sociedad- y una Constitución que mejore la representación en un país marcado por las exclusiones. Cuando anunció las nacionalizaciones, dijo que las empresas trasnacionales se llevaba el 82% de ganancias y dejaban sólo el 18% al país y él invertiría ese número. Con la renegociación de los contratos las empresas pasaron a dejar alrededor del 50%. En algunos casos, el pragmatismo de Morales y su muñeca política se puede cuantificar.

La condición de Morales de “primer presidente indígena” tuvo un impacto notable. Pero el cambio de época no se limita a la presencia en el gobierno de campesinos, intelectuales e indígenas. Ni tampoco al efectivo slogan “Somos todos presidentes”. En el horizonte de esos sectores aparecieron nuevas aspiraciones: la posibilidad de “vivir bien” (slogan gubernamental que pretendía subir la conformista aspiración de “vivir mejor) y de ocupar lugares antes impensables para ellos. Por primera vez en la historia, pueden caminar por sitios de las ciudades que antes parecían restringidos a otros.

Entre los elementos concretos que explican la popularidad de Morales se encuentran los programas sociales destinados a los niños, ancianos y jóvenes embarazadas (bonos Juancito Pinto, Renta Dignidad y Juana Azurduy) por un total de 8 mil millones de dólares entre 2006 y 20014. También el plan de alfabetización: la UNESCO declaró a Bolivia país libre de analfabetismo.

Morales también consiguió instalar la idea de una nueva soberanía frente a Washington con lo que fortalece la vena nacionalista de su programa de gobierno. Morales echó al embajador de los Estados Unidos en septiembre de 2008 acusándolo de conspirar para derrocarlo y echó a la DEA, antiguo organizador de la lucha anti-drogas en Bolivia. En el más antinorteamericano de los países de Sudamérica, la nueva relación con los Estados Unidos goza de gran popularidad, aunque muchas de sus denuncias contra los Estados Unidos carecen de evidencia.

La percepción social de una baja de corrupción es también relevante. Santos Ramírez, ex presidente de YPFB y ex presidente del Senado, recibió en 2012 una condena de 12 años de prisión por recibir una coima cuando mandaba en la petrolera estatal. Desde que se hizo público el caso en enero de 2009, Ramírez estuvo en prisión y no recibió ninguna ayuda oficial. El Presidente cree que el discurso anti-corrupción no debe quedar en manos de los partidos liberales o conservadores de la región. Y que la percepción existente en Bolivia de una menor corrupción gubernamental es una de sus mayores fortalezas. Para Morales, la plata es maldita: muchos de sus compañeros, en su larga marcha a la presidencia, fueron comprados.

Evismo sacrifical

Como corresponsal del diario paceño “Hoy” entrevisté por primera vez a Morales en agosto de 1995 cuando él era un desconocido dirigente sindical del sindicato de los cocaleros. En los siguientes diez años, en los que se convirtió Presidente, fue dirigente cocalero, jefe cocalero, preso, torturado, perseguido, candidato al premio Nobel de la Paz; acusado de narcotraficante, de comunista, de ignorante, de seguidor  de las FARC de Colombia, de títere de Hugo Chávez, de Bin Laden andino; diputado, expulsado del parlamento, nuevamente diputado, segundo en la elección presidencial de 2002, líder opositor caído en desgraciada, líder opositor agraciado y, por último, Presidente.

Para escribir Jefazo: retrato íntimo de Evo Morales le pedí, pasar con él la mayor cantidad de tiempo posible para verlo gobernar. Ser testigo. Un testigo que pregunta lo mínimo indispensable y pasa lo más desapercibido posible en la cotidianeidad de un jefe de estado.  Durante los años que siguieron viajé por todo Bolivia con él, pasé meses en el Palacio Quemado, formé parte de las pequeñas comitivas presidenciales en las giras por África, Estados Unidos y América Latina. Lo vi dormir y despertar sobresaltado contándome que había soñado con la DEA; jugar al póker de la política con José Luis Rodríguez Zapatero, Hugo Chávez o Muammar Gadaffi, entre otros líderes; gritarle a un ministro en una reunión de gabinete porque se había comprometido a hacer un gasto sin su autorización;  le escuché decir a una  moza “de tus manos hasta veneno” después de que le ofreciera café o jugo; y disertar sobre las
diferencias entre las llamas y los hombres.

El día que empezó el libro, Morales me anticipó que no aguantaría el ritmo de su vida de Presidente, pero que lo intentara. Terminé la primera semana de gira por Bolivia apunado y con oxigeno artificial en una farmacia de La Paz: la agenda, de las 5 de la mañana a las 12 de la noche,  incluyó 20 viajes en avión, avioneta y helicópteros, más de 40 actos en lugares de Bolivia que no siempre figuran en los mapas escolares.

Morales me ha recordado muchas veces aquel apunamiento; mi debilidad. Su relación con el poder es sacrificial. No ha tomado vacaciones, no tiene una vida familiar, ni días libres. Vive al borde de sus posibilidades físicas. La muerte de Chávez no le hizo revisar su proyecto de reelección. En algún acto, al referirse a su integridad física y a los achaques de su cuerpo por el estilo de vida, aseguró que debería ir al médico con mayor frecuencia.

El principal drama de Morales no se encuentra en la oposición sino en las entrañas de su proyecto político: la imposibilidad –o la decisión- de no haber optado por una sucesión que no lo incluyera. Para las presidenciales de 2014 existían excelentes condiciones para ello. Con el boom económico, los buenos indicadores sociales, la popularidad del Presidente y la oposición inofensiva pudo haber inventado ese candidato o candidata.

Cuando la campaña electoral arrancaba, el Sports Boys Warnes de la primera división del fútbol boliviano anunció que el Presidente jugaría el próximo campeonato. Aunque compartiría equipo con dos veteranos argentinos, Esteban “Bichi” Fuertes y Cristian “Ogro” Fabbiani, Morales los superará con sus 55 años. El presidente del club informó que ganará 1480 bolivianos (214 dólares) por mes (salario mínimo legal). De concretarse, cumplirá su anhelo postergado de ser jugador profesional y, al mismo tiempo, se convertirá en el más veterano futbolista de un torneo profesional. Si consigue su segunda reelección será el Presidente que más años gobernó en la que era la más inestable de las naciones latinoamericanas. El Sport Boy Warnes y la jefatura de Estado prolongan su empeño en desafiar los límites de su propio cuerpo.

Martín Sivak
Autor de Jefazo, retrato íntimo de Evo Morales. Traducido al inglés, francés, italiano y chino, Debate acaba de lanzar una edición y actualizada.

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