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Opinión

17 de Diciembre de 2014

Columna: Marco y la sucesión presidencial

* “¡Huy! falta todavía tanto tiempo”. “Recién comienza este gobierno “son argumentos corrientemente esgrimidos para evitar referirse a la futura elección presidencial. Es cierto, resulta en principio extemporáneo gastar energía en un evento lejano sometido a muchas interrogantes y una fuerte dosis de incertidumbre. Comparto plenamente la necesidad de agudizar la mirada, movilizar la inteligencia […]

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“¡Huy! falta todavía tanto tiempo”. “Recién comienza este gobierno “son argumentos corrientemente esgrimidos para evitar referirse a la futura elección presidencial. Es cierto, resulta en principio extemporáneo gastar energía en un evento lejano sometido a muchas interrogantes y una fuerte dosis de incertidumbre.

Comparto plenamente la necesidad de agudizar la mirada, movilizar la inteligencia disponible y desplegar todas las fuerzas para asegurar el éxito del proceso reformador. Son muchas las cosas que están en juego. En especial, la capacidad de la democracia de traducir en actos la esperanza de un pueblo que muy mayoritariamente se pronunció a favor de cambios profundos. Se trata de cumplir con la palabra empeñada, de demostrar que las aspiraciones ciudadanas no son quimeras irrealizables. El sistema político enfrenta una prueba difícil. Esto lo saben los sectores conservadores. Están empeñados en demostrar la imposibilidad del cambio, la naturalidad de los abusos y las desigualdades. La batalla que se libra no es simplemente política. Es cultural, puesto que un proceso de reforma exitoso pone en cuestión el paradigma conservador bajo el cual se construyó Chile a partir de 1973. Y eso no es poco. De ahí la virulencia de la ofensiva que despliegan los adversarios del cambio. Más que unos pesos más; producto de la reforma tributaria o unos colegios privados menos; producto de la reforma educacional, están defendiendo un cierto orden, un modo de organización de la sociedad que les asegura la reproducción de su superioridad.

PROYECTO Y PROGRAMA

En el fragor de la lucha actual aparecería como una decisión lógica dejar de lado cualquier especulación sobre los escenarios electorales futuros. Para ello se argumenta que la apertura de ese debate desvía la atención de lo principal, siembra divisiones y termina restando fuerzas.

Esa visión, “políticamente correcta” tiene algo de simplismo y mucho de ingenuidad.

Ingenuidad, porque la cuestión presidencial está absolutamente presente en los cálculos y las estrategias del mundo político. El hecho que para algunos pueda resultar una preocupación inconfesable no la hace por ello menos relevante a la hora de tomar tal o cual decisión. En esto, nada nuevo bajo el sol. Nada más parecido a la política convencional que la adecuación del discurso a las preferencias, verdaderas o supuestas, de las audiencias.
El argumento de la extemporaneidad peca también de simplismo. Estos ocho meses de gobierno muestran la necesidad de situar las reformas en un horizonte de tiempos largos. Las reformas estructurales están comenzando con el gobierno de Bachelet pero no terminan en él. Esta es una definición fundamental. No es razonable pedirle a un gobierno de cuatro años que resuelva problemas que se vienen arrastrando por décadas.

El balance de Bachelet será ampliamente positivo si en marzo del 2018 puede mostrar un avance sustantivo en educación pública, una economía que recupera dinamismo con unas finanzas públicas fortalecidas por una reforma tributaria que rinde tres puntos de producto, un nuevo sistema electoral y una legislación laboral que le permite a los trabajadores mejorar su capacidad de negociación.

A estas alturas, sería iluso pedirle al gobierno que deje como legado una Nueva Constitución. Esa promesa no podrá ser cumplida. La Nueva Constitución no era una reforma más. Es la madre de todas las reformas. Debió partirse por ella, movilizando todo el respaldo y la legitimidad del aplastante triunfo electoral. Desgraciadamente no fue esa la opción. Habrá que esperar nuevos tiempos. La falla geológica de la República que no ha podido resolverse en más de doscientos años, seguirá acompañándonos. Para abrir paso a un proceso constituyente se requiere más conciencia de la sociedad y más convicción del mundo político. Es una tarea pendiente.

La principal exigencia que pesa sobre este gobierno es la de asegurar la continuidad del impulso reformador. Así cómo no se le puede pedir que deje finiquitadas todas las reformas que se han anunciado, lo que importa es que mantenga el impulso; que las reformas continúen siendo un camino por el cual la sociedad quiera seguir transitando, que los conservadores se mantengan como una franca minoría.

Ojalá que el gobierno pueda cumplir la mayor parte de su programa. Es sin embargo evidente que tendrá que hacer más de algún sacrificio. Las dificultades económicas y las diferencias al interior de su coalición lo obligarán a compromisos y también a algunas renuncias. Lo que debe preservarse es la integridad del proyecto cuyo horizonte temporal desborda ampliamente los cuatro años del período gubernamental. Para decirlo en corto: el proyecto es aún más importante que el programa.

LA SUCESIÓN PRESIDENCIAL

La ejecución del programa de gobierno tendrá efectos determinantes en la vigencia del proyecto. Por su parte, la noción de proyecto ayuda a organizar el quehacer del gobierno, definir sus prioridades y disminuir los riesgos de fracaso producto de una agenda excesivamente congestionada. Si el impulso reformador no se agota en el actual gobierno, este debe necesariamente proyectarse en el tiempo. En esa perspectiva, la naturaleza de la sucesión presidencial adquiere una evidente actualidad.

El tema es ciertamente espinoso. La mayoría trata de evitarlo. Marco es el único candidato que ha sincerado sus intenciones reconociendo derechamente su disposición a someterse nuevamente a la soberanía popular.
Su primera candidatura, el 2009, fue claramente reactiva y respondía a un cierto estado de ánimo. En estos cinco años han pasado muchas cosas. La principal: la maduración de un proyecto político. Es mérito de Marco ser parte importante de la construcción de ese proyecto. Es un hecho de la causa que los grandes temas de la campaña de Bachelet el 2013, como las reformas tributaria y educacional y la nueva Constitución, habían sido adelantados en la campaña del 2009.

Esta es la primera vez que Marco tiene la posibilidad real de ganar la elección presidencial. A diferencia de las elecciones anteriores parte esta vez en la “pole position”. Esa condición no ha sido ni un regalo ni una casualidad. La verdad es que ha llegado hasta ahí por su obstinada decisión de encabezar un recambio, de rechazar la vía fácil del acomodo y construir una opción desde las convicciones. Y no soy solo yo y unos pocos más los que así lo vemos. A estas alturas son muchos y muchas los que piensan que ahora sí la tercera puede ser la vencida.

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