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Opinión

26 de Junio de 2015

Columna: Tejiendo redes culturales en Bolivia

De vuelta en Iquique, después de un largo viaje en bus desde Cochabamba soportando las películas de artes marciales tailandesas y una mexicana sobre emigrantes ilegales que cruzaban a EE.UU. que sacó lágrimas a los emigrantes bolivianos que viajaban con nosotros, lancé un libro, no sin antes haber escuchado en un bar guachaca al dúo Los Genitales.

Marcelo Mellado
Marcelo Mellado
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Tuve que sacarme mi traje de jardinero para pitutear de escritor (lo hacen los parlamentarios y ministros, por qué no yo). Y partí a Iquique, primera escala de una gira cultural organizada por mi sobrino y que me llevaría a distintas localidades del altiplano boliviano. Mi primer traspié fue que en la trastienda operativa de LAN, tras entregar mi mochila como equipaje, me robaron de ella un tablet (Chile, como siempre, dañando a su gente), por lo que debí trabajar en cibercafés y en locutorios con Internet durante toda la travesía.

Crucé a Bolivia por Colchane (me encantó el charqui de llamo) y continué vía Pisiga hasta llegar a Oruro, lo que sería un gran acontecimiento. Allá tuve el privilegio de asistir, como espectador, a un evento municipal.

Homenajeaban a artistas locales. Dirigía la ceremonia el director de la Secretaría Municipal de Cultura, un escultor llamado Rolando Rocha, quien se emocionó en mitad de su discurso y lloró a moco tendido frente al público y a las otras autoridades, por lo que tuvo que ser asistido afectivamente. Retengo los nombres de Tito Chambi y de Crisólogo Quintanilla como grandes artistas locales, reconocidos por un certificado, uno ligado a la danza (hay que recordar el Carnaval de Oruro) y el otro a la música. Se entenderá que yo, como experto en políticas culturales municipales, no pude permanecer indiferente frente al espectáculo que se me presentaba. Todo esto ocurría en el teatro de la Casa de la Cultura, donde debía juntarme con un periodista de La Patria de Oruro, llamado Johan Romero, quien también fue premiado y me entrevistó para su importante medio.

Él quedó muy impresionado cuando le conté que yo pertenecía a un colectivo que copiaba el concepto de Mar para Bolivia (Mar para Valparaíso), porque el Estado chileno también niega el mar a su propio pueblo con sus políticas antinacionales, ya sea a nivel portuario o de acceso al borde costero y por la Ley de Pesca, por poner algunos ejemplos. Quizás debería consignar que hacía poquito rato yo me había cortado el pelo en la peluquería Face Look, cerca del terminal de la ciudad. El corte me pareció excelente, nunca me habían dejado tan bien. A quienes tengan la posibilidad de visitar Oruro, les recomiendo tanto el corte como el lugar.

En Sucre, por su parte, me sorprendieron gratamente unas cebras callejeras que educan a los transeúntes. Recordé a la Gotita de Esval, que es un colaborador del Taller Buceo Táctico que, cada vez que la pega lo requiere, en función de la optimización del uso del agua domiciliaria, debe ponerse una especie de condón abultado que simula ser una gotita de agua en que se caga de calor y sufre el acoso de niños insoportables. Yo viajaba, a todo esto, con mi sobrino Pablo, que estaba obsesionado con comer caldo de cardán, una sopa de pichula de toro que servían en una picada de Cochabamba.

Esto generó una ficción productiva en el ámbito musical: decidimos crear un dúo de pop rock llamado Los Cardanes, cuya ópera prima la constituiría un disco intitulado Echaurren. El título surge de un juego lingüístico que armó mi sobrino con aquellos sujetos chilensis echados de la casa por sus mujeres, porque nos dimos cuenta de que casi todos los miembros de nuestra generación (y la de ahora) hemos sido victimados por mujeres que nos echan cagando de la casa, de ahí el nombre lúdico, Echaurren. Este relato vendría a ser potenciado por la madre de uno de nuestros amigos bolivianos, quien nos contó de un dicho vernáculo según el cual había que cuidarse de tener un amigo peruano, de la policía boliviana y de la mujer chilena; las chilenas tienen fama de terribles en el ámbito latinoamericano. Nosotros, hay que decirlo, corroboramos esta imagen levemente negativizada, como echáurrenes que somos. Todo esto lo trabajamos en el centro cultural El Martadero de Cochabamba, una iniciativa dirigida por un arquitecto boliviano español, Fernando García. Se trata una operación cultural de altísima calidad, tanto a nivel comunitario como de producción de obra.

De vuelta en Iquique, después de un largo viaje en bus desde Cochabamba soportando las películas de artes marciales tailandesas y una mexicana sobre emigrantes ilegales que cruzaban a EE.UU. que sacó lágrimas a los emigrantes bolivianos que viajaban con nosotros, lancé un libro, no sin antes haber escuchado en un bar guachaca al dúo Los Genitales. Pregunté por el nombre del grupo, se llamaban así porque uno cantaba como el pico y el otro tocaba como las huevas. Obviamente son toda una inspiración para el dúo Los Cardanes que estamos armando con mi sobrino. Alojé en varias casas antes de volver, en la del Fredy y en la del Jaime, ambos tributarios del sistema Echaurren de vida, como casi todos nuestros amigos. La mamá del Jaime, a todo esto, me preguntó por un proyecto de libro testimonial a propósito de las mujeres que estuvieron detenidas en Pisagua; tuvimos una plática del tipo taller literario que fue muy productiva para ambos.

Ya emprendo la vuelta a mi cerro porteño con la certeza absoluta de culpabilidad. Desaparecer dos semanas tiene costos de trabajo y afectivos, en un país que necesita de culpables.

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