Opinión
1 de Julio de 2015Columna: Crecer y disminuir la desigualdad
Si hay una diferencia entre la izquierda y la derecha es que la derecha aspira a crecer sin distribuir y la izquierda quiere crecer y distribuir, hay una diferencia no menos importante al interior de la izquierda entre aquellos que creen que la distribución debe hacerse independientemente de si hay crecimiento y los que pensamos que es inconducente pretender distribuir sin antes asegurarnos de que haya una tasa de crecimiento que haga políticamente factible, económicamente viable y socialmente sustentable en el corto, mediano y largo plazo reducir los niveles de desigualdad inmoralmente altos que existen en Chile.
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Si hay una diferencia entre la izquierda y la derecha es que la derecha aspira a crecer sin distribuir y la izquierda quiere crecer y distribuir, hay una diferencia no menos importante al interior de la izquierda entre aquellos que creen que la distribución debe hacerse independientemente de si hay crecimiento y los que pensamos que es inconducente pretender distribuir sin antes asegurarnos de que haya una tasa de crecimiento que haga políticamente factible, económicamente viable y socialmente sustentable en el corto, mediano y largo plazo reducir los niveles de desigualdad inmoralmente altos que existen en Chile.
En periodos de alto crecimiento, la excusa típica de la derecha para evitar implementar políticas redistributivas es que la mayor injerencia del Estado matará a la gallina de los huevos de oro. En periodos cuando las condiciones internacionales son desfavorables para el modelo de crecimiento impulsado por las exportaciones de materias primas es que un mayor esfuerzo redistributivo ahuyentará a la ya debilitada inversión extranjera y el país no podrá retomar la senda del crecimiento. Para la derecha, nunca es un buen momento para distribuir.
En la izquierda, el anhelo por acelerar la reducción en la desigualdad hace que muchos olviden las condiciones externas. En 2013, la Presidenta Bachelet prometió combatir la desigualdad. Pero su programa de gobierno no se hizo cargo del fin del ciclo de los commodities. Los términos de intercambio de la economía chilena habían sido altamente favorables por más de 10 años. Pero ya hacia fines del gobierno del Presidente Piñera, la caída en el precio del cobre y de otras exportaciones—sumado al comienzo del fin de la expansión cuantitativa de la Reserva Federal estadounidense—cambiaron las esas condiciones internacionales favorables. Así, las buenas intenciones de un gobierno comprometido con reducir la desigualdad se ha enfrentado a una realidad internacional compleja para la economía chilena.
La derecha y los conservadores dirán que es momento de dejar de lado las banderas de la igualdad y hacer fuerza juntos por recuperar el crecimiento. Pero la derecha no sabe cómo recuperar el crecimiento ni es cierto que debamos abandonar las banderas de la igualdad. Podemos hacer ambas cosas a la vez. La forma de hacerlo es entender que el mercado y el Estado son necesarios para avanzar en recuperar altas tasas de crecimiento y en reducir la desigualdad, ampliando las oportunidades y construyendo una sociedad donde el lugar del nacimiento no determine el lugar que ocuparán los chilenos en la sociedad.
Con la economía frenada, el Estado puede ayudar a retomar el sendero del crecimiento. El gasto público inteligente—en infraestructura para mejorar la competitividad, en educación y salud, para mejorar la competitividad y fortalecer las bases del tejido social—puede echar a andar la economía. Es cierto que hay muchos empresarios que aspiran a imponer sus valores y visiones conservadoras de mundo, pero hay muchos más que se mueven por los espíritus del capitalismo y que responden a los incentivos que entrega el Estado. Por eso las reglas claras y las certezas son importantes. Aquí se trata de que Chile entregue un marco jurídico serio y confiable, con reglas claras, con un mercado laboral sea moderno, con trabajadores con protección e incentivos para ser cada vez más competitivos y con remuneraciones que reflejen esa competitividad y la promuevan.
Equivocadamente, algunos creen que Chile debe repetir aquello que se hizo en los 90. Pero los problemas que enfrenta Chile hoy—el fin del ciclo de las commodities en un país de 23 mil dólares per cápita con profundos niveles de desigualdad y ciudadanos empoderados—son distintos a los de los 90. Tenemos desafíos más difíciles, pero también tenemos más y mejores herramientas para enfrentarlos. Un país en el capital y el trabajo entiendan que el Estado puede ser un aliado del mercado, fortaleciéndolo y regulándolo—para desatar su potencial pero también proteger a los más débiles y darle iguales oportunidades a todos, corrigiendo desigualdades de origen—es un país que puede avanzar y dar ese salto al desarrollo. Podemos ser el primer país de América Latina en lograrlo, pero mejor aún, lo podemos hacer de tal forma que todos los chilenos—los que participan del capital y los que contribuyen con su trabajo—compartan los beneficios de esa tierra prometida en la que sea una realidad la frase de que cuando a Chile le va bien, a todos los chilenos les va bien.