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Cultura

7 de Julio de 2015

Columna: Mucho estilo

Los ochos cuentos de “Antecesor”, primer libro de Rodrigo Torres, le son fieles a la idea del estilo como omisión. A excepción del malogrado “17 de octubre” –que dice más de la cuenta y mal– y “Caracaro”, en los otros cuentos se silencian ciertos aspectos para sólo enunciar la acción. Así, abundan los diálogos, desde […]

Tal Pinto
Tal Pinto
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CON-MUCHO-ESTILO

Los ochos cuentos de “Antecesor”, primer libro de Rodrigo Torres, le son fieles a la idea del estilo como omisión. A excepción del malogrado “17 de octubre” –que dice más de la cuenta y mal– y “Caracaro”, en los otros cuentos se silencian ciertos aspectos para sólo enunciar la acción. Así, abundan los diálogos, desde los muy buenos (“José González. Así me llamo. ¿Y cómo te dicen? José González”) hasta otros, una modesta mayoría, en que ni estalla el sinsentido ni la extrañeza, dos de los efectos “colaterales” que buscan los educados en Hemingway (y Carver). Por otra parte, los cuentos son prácticamente iguales a un nivel estructural: inicio-desarrollo-fin, cada cual bien delimitado; los finales, todos, broches a partir de un detalle hasta entonces circunstancial, es decir, elípticos.

El estilo que Torres emplea, o del cual es empleado, domina la narrativa actual casi sin contrapesos. (Apenas es un juicio descriptivo. Muchos de los mejores cuentos de todos los tiempos se escribieron siguiendo estos preceptos.) Millones de páginas han sido escritas con la misma intención, el mismo sonido, la misma búsqueda de esa esquiva inminencia que no se produce. Es cierto: la repetición cansa. Como también es cierto que hay escritores de esta laya que se distinguen por manejar un elemento de este estilo y maximizan sus posibilidades.
En el caso de Rodrigo Torres ese aspecto es el de la epifanía.

“El grito del zorzal” es el mejor cuento de este libro. Y lo es porque Torres transforma un hecho minúsculo en una epifanía emocionante. Un pequeño zorzal, separado de su madre por azares de la naturaleza, simboliza para el protagonista una indeseable metáfora de su propia vida, espesada por la ausencia o represión de los anhelos, quizás por un traspié amoroso, la muerte de un hijo u otra cosa. Lo cierto es que ese crío, esa ave desamparada y bajo la sombra de la muerte, es como una marejada que rompe las barreras que el protagonista había colocado para frenar su dolor. Es un cuento magnífico.

Ninguno de los otros cuentos alcanza esa intensidad. Los hay tan tristes, y mucho más terribles, como “Antecesor”, en que un hijo paleontólogo sigue las pistas que le entregara cuando niño su padre abusador para descubrir, en medio de la más desoladora agitación, que este es un criminal. O como “Carnotauro”, que trata de la antigua juventud y el antiguo amor de una pareja y cómo se cierne sobre ellos la muerte en las alturas de la cordillera, pero cuyo desarrollo es tan similar al de algunos cuentos de Hemingway que no puede sino leérselo como un homenaje, o remedo.
A pesar de que los tópicos y el estilo de Torres requieren con urgencia una vuelta de tuerca, un alejamiento de sus mayores, es imposible dejar de ver en “Antecesor” la mano de un escritor.

Antecesor
Rodrigo Torres
Librosdementira, 2014, 130 páginas

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