Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Opinión

10 de Septiembre de 2015

En memoria del Profesor Miguel Ignat Deleanu

Pero quien especialmente tiene una deuda de gratitud con Miguel Ignat es Chile entero. Sus esfuerzos por caracterizar mecánicamente nuestro cobre y así ponerlo como producto en lo más alto del podio mundial son ejemplares. Regresó al país el año 2009, luego de jubilar en Grenoble. Para ello, y evitando que su incorporación significara desembolsar dinero para una institución pública nacional,se consiguió de forma externa su propio financiamiento, con lo cual se pagaba el sueldo y tuvo recursos para montar un laboratorio, con equipamiento de primera línea que consiguió traer de Francia.

Gonzalo Gutiérrez
Gonzalo Gutiérrez
Por

Plebiscito por el cobre
Quiero decir estas breves palabras en homenaje al Profesor Miguel Ignat no solamente como Presidente de la Sociedad Chilena de Física y profesor de la Universidad de Chile, sino sobre todo como colega y amigo de Miguel.

Sí, como amigo, a pesar que sólo nos conocimos en estos últimos cinco años. Me atrevo a decir que a pesar del corto tiempo que compartimos, cultivamos una amistad profunda, porque creo, tal como otros ya lo han expresado aquí, que ese era uno de los rasgos distintivos de Miguel: un espíritu amistoso, donde resaltaba su generosidad, su calidez, su trasparencia y su pasión.

Nos conocimos un día, ya no recuerdo cuándo, conversando acerca de la posibilidad de calcular las propiedades mecánicas de los cátodos de cobre. Estaba interesado en conocer si mediante simulaciones se podía estimar la influencia que ejercen las impurezas en la resistencia mecánica del cobre.

Me contó de sus experimentos de tracción realizados tanto en Grenoble como aquí en Santiago, y de sus sueños de ponerle valor agregado a nuestro cobre: caracterizar desde el punto de vista mecánico los ánodos y cátodos, y ojalá proponer -desde Chile- una norma internacional al respecto. Pero también soñaba con el día en que pudiéramos producir alambrones, alambres finos, y otros productos más sofisticados a partir de nuestras materias primas.

Su obsesión era poner ciencia, tecnología, inteligencia, a nuestro principal recurso natural.

Congeniamos de inmediato. No era difícil sentirse en confianza con Miguel y hablar de todo: lo humano, lo divino, y el resto. Hablar desde los asuntos triviales hasta los más profundos. A través de éstas conversaciones fue que pude conocer sobre su infancia en Rancagua, sus estudios –becado- en la Alianza Francesa, así como aspectos sobre nuestra universidad en los años ’60s, el proceso de reforma, los avances en ciencia y tecnología.

También nos acercamos a la vida en Europa, la educación y … el exilio. Él estaba ya en Francia para el año ’73, realizando su doctorado, y recibió a muchos compatriotas en su propio hogar.

No dudó en incorporarse y aportar para lograr la recuperación de la democracia en Chile. Seguramente allí cuajó esa insobornable lealtad con los principios de la solidaridad y justicia que luego le conocí.

Pronto se convirtió en amigo y maestro de todo nuestro grupo de investigación. Con él aprendimos sobre metalurgia, ciencia de los materiales, medición de propiedades mecánicas. Nos sentíamos como en aquellos talleres medievales, donde el discípulo aprende en el hacer, bajo la atenta mirada del maestro.

Allí conocimos de su modestia e infinita generosidad con sus conocimientos. Además allí aprendimos otro valor, tan escaso en la academia actual: conocimos a un científico con conciencia social.

Sé que el término puede sonar añejo, en desuso, en el Chile de hoy; pero eso era también Miguel: podía investigar el tema más abstracto, ocuparse de lo que le ocurre a los átomos con la propagación de tal o cual dislocación, pero siempre estaba pensando en cómo eso podría servir para formar alumnos, como contribuiría a mejorar la universidad, qué ganaría el país con ello, cómo se podría traducir en hacer más feliz a la gente.

En ese sentido, para nosotros, formados en las décadas de los ‘80s y ‘90s, sin referentes claros en este aspecto -salvo honrosas excepciones- Miguel Ignat significó una conexión con un país del que sólo sabíamos de oídas, con una alegre esperanza que la ciencia y tecnología debía estar al servicio del bien común, centrando la actividad más en la colaboración que en la competencia, más en el valor de las personas que en sus títulos y jerarquías.

Pero así como era fraterno en el trabajo, era también intransigente con la mediocridad y el compadrazgo. Y lo hacía notar, mostrando nuevos rasgos de su carácter. No tenía problema en llamar pan al pan y vino al vino. Tal vez por eso mismo su incorporación a la academia en Chile no fue precisamente miel sobre hojuelas.

En un país que ha convertido los “consensos” y el hacer “en la medida de lo posible” su principal “virtud”, y donde nos hemos acostumbrados –o se nos ha intentado acostumbrar- a “dejar hacer” y a callar nuestras opiniones para evitar malos ratos o enemistarnos con el poder, Miguel aparecía como un bicho raro.

Aquí volcaba también su pasión, desenmascarando situaciones o acciones que le parecían injustas o incorrectas. En este sentido, su amor por Chile y su gente era tanto que lo desbordaba. Se le podía ir la vida en buscar financiamiento para un estudiante desvalido o pedir apoyo para una investigación que él consideraba importante, todo esto con desinterés personal completo.

¡Cuánta falta nos hará Miguel Ignat! La comunidad científica y de ingeniería ha perdido a uno de sus miembros ilustres. No es el objetivo repasar aquí, en estas palabras, su aporte enorme. Sin embargo, no podemos soslayar algunos de sus logros.

Se graduó como ingeniero civil en la Universidad de Chile en 1969, con una memoria sobre propiedades mecánicas y térmicas del cobre. Con una beca viajó a Francia, donde obtuvo el master (DEA) en la Universidad de Paris-Sud, Orsay, y luego, el grado de Doctor-Ingeniero en ciencia de los materiales, para en 1983 recibir el Doctorado de Estado en Ciencias en la Universidad Joseph Fourier de Grenoble. Tras un postdoctorado en EE.UU, volvió a Grenoble y sus montañas –su otra pasión- y se incorporó como investigador en el Instituto Nacional Politécnico, donde desarrolló una carrera destacada, alcanzando el grado máximo, Director de Investigación del CNRS. Con satisfacción recordaba, entre sus varias distinciones, la beca que recibió de IBM, por cinco años, para desarrollar investigación de propiedades mecánicas de películas delgadas, tema en el cual llegó a ser un experto mundial. Los números –que tanto gustan hoy día- dan soporte a esos logros: dirigió 19 tesis de doctorado y varias más de magister e ingeniería.

Totalizó más de 100 artículos en revistas científicas, sin contabilizar las contribuciones a congresos ni los artículos de divulgación. Recibió sobre 70 invitaciones para dar charlas en conferencias y congresos en diversas partes del mundo, 20 de ellas invitado como plenary speaker.

Fue un colaborador permanente con nuestras universidades: la Universidad de Chile, donde obtuvo en dos ocasiones el premio al mejor profesor part-time, la Universidad de Concepción, y este último año la Universidad Adolfo Ibañez, le deben sus servicios, ya sea en docencia como en investigación.

Pero quien especialmente tiene una deuda de gratitud con Miguel Ignat es Chile entero. Sus esfuerzos por caracterizar mecánicamente nuestro cobre y así ponerlo como producto en lo más alto del podio mundial son ejemplares.

Regresó al país el año 2009, luego de jubilar en Grenoble. Para ello, y evitando que su incorporación significara desembolsar dinero para una institución pública nacional, se consiguió de forma externa su propio financiamiento, con lo cual se pagaba el sueldo y tuvo recursos para montar un laboratorio, con equipamiento de primera línea que consiguió traer de Francia.

Eligió la Escuela de Ingeniería de la Universidad de Chile para esto, pues consideraba un deber moral devolver al país la educación que había recibido aquí. Era feliz dando clases (creó el curso Selección de materiales) y dirigiendo estudiantes en sus memorias de título.

Pero tal vez su obra cumbre durante este período fue la formulación y ejecución del proyecto Propiedades mecánicas de productos de cobre, desarrollado en conjunto con Codelco y la Universidad de Chile, y donde tuve la suerte de participar.

Este trabajo tuvo como objetivo determinar, desde un punto de vista experimental y teórico, la relación existente entre las propiedades mecánicas de los productos de origen (ánodos y cátodos) y las cambios que sufren éstas propiedades al ser transformados en alambrones y otros derivados.

Para ello se estableció una trazabilidad mecánica, química y micro-estructural entre los ánodos y cátodos producidos en Chuquicamata y los alambrones obtenidos a partir de éstos en Alemania.

El trabajo, dirigido por Miguel Ignat junto a tres investigadores de la Universidad de Chile, significó además la tesis de dos estudiantes de magister en física y la memoria de seis estudiantes de ingeniería, donde dos de ellos merecieron el premio Roberto Ovalle Aguirre 2014, que otorga el Instituto de Ingenieros a las mejores memorias de título del año.

En términos prácticos, el estudio demostró que los ensayos mecánicos en alambrones no se pueden utilizar como justificación para el rechazo de cátodos de cobre, como lo hacen hoy varios industriales, en desmedro de las ganancias de Codelco.

Más detalles sobre esta investigación aparecen en los artículos Effects of impurities and reliability of copper qualifications – A traceability analysis, ERZMETALL 66, No. 5 (2013), y Trazabilidad y control de calidad de cobres chilenos, Revista Minerales 227, p. 10 (2014), ambos bajo la firma de Miguel Ignat.

Este año, sobreponiéndose a dificultades de salud, tenía el sueño de terminar la última etapa de este proyecto. En efecto, luego de demostrar desde el punto de vista científico-técnico que nuestros cátodos tienen propiedades mecánicas óptimas, le quedó pendiente la tarea de montar un laboratorio de caracterización mecánica de cátodos in situ, en Chuquicamata.

Esto permitiría a Codelco, y a la industria del cobre chileno, esa industria que él conoció en su infancia en El Teniente de la mano de su padre, poder incorporarle una calificación mecánica a los productos (es decir, además del rótulo que indica la pureza química, añadirle un rótulo indicativo de la calidad mecánica) y proponer una Norma Internacional sobre propiedades mecánicas del cobre. Esa es una tarea pendiente que se debe realizar. Estoy seguro que Miguel también confía en que ella se realizará. Así como también seguramente confía en que más temprano que tarde, tal vez con otros hombres o mujeres, lograremos no sólo sacar piedras del suelo –como solía repetir- sino también seremos capaces de manufacturar productos más elaborados, que nos conduzcan a una verdadera independencia.

Entonces habremos sido dignos de su memoria.

* Presidente de la Sociedad Chilena de Física y académico del Departamento de Física de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Chile.

Notas relacionadas