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Opinión

24 de Septiembre de 2015

Columna: #Nopiensesquesoycomúnycorriente

Una fotógrafa anónima, “cabreada de ver gente sacando las mismas fotos, en los mismos lugares y rotulándolas como #vida auténtica”, creó una cuenta en Instagram para una Barbie posmoderna: @socalitybarbie. Esta vez la famosa muñeca es morena –la aspiración a la rubiedad no podría representar al buen gusto hipster– y nos invita a ser parte de su intensa vida única: siestas en lugares recónditos, amaneceres exóticos bajo un chal altiplánico de tela orgánica, cafés con diseños especiales (esos como de cuatro lucas). Una estética excepcional, para una ética de la inflación de la identidad.

Constanza Michelson
Constanza Michelson
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barbie
Hay plataformas que aguantan varios hashtags, pero lejos la más recargada es Instagram, donde más que utilizarse para ser parte de una conversación, sirven para afirmar que uno es algo: soy de los que va a ciertos lugares, soy fanático de tal cosa, soy esto, soy lo otro. Podría ser la aplicación privilegiada del yoísmo. Sin embargo, no se trata de usuarios particularmente extraños ni narcisistas; simplemente, hoy la egolatría no es algo que se oculte, y hasta puede representar una cualidad positiva por parte de quien la ostenta.

#liveauthentic #setumismo #setumismoyserasunico, son el tipo de etiquetas que portan esa insolencia de los momentos maníacos, en que nos creemos mejores que los demás y libres de toda contradicción. Estos hashtags suelen acompañar algún autorretrato que intenta afirmar que uno es uno mismo, sin alienaciones. Lo extraño es que la independencia retratada en la imagen necesita recibir unos cuantos “me gusta” ajenos para concretarse, aunque ello no parece interferir en sus pretensiones de autenticidad vital. Un delirio, pero que en tanto colectivo, no se nota.

Una fotógrafa anónima, “cabreada de ver gente sacando las mismas fotos, en los mismos lugares y rotulándolas como #vida auténtica”, creó una cuenta en Instagram para una Barbie posmoderna: @socalitybarbie. Esta vez la famosa muñeca es morena –la aspiración a la rubiedad no podría representar al buen gusto hipster– y nos invita a ser parte de su intensa vida única: siestas en lugares recónditos, amaneceres exóticos bajo un chal altiplánico de tela orgánica, cafés con diseños especiales (esos como de cuatro lucas). Una estética excepcional, para una ética de la inflación de la identidad.

La parodia se transformó en un éxito, hoy tiene miles de seguidores. ¿Será porque muchos nos estamos cansando de hacer tanto esfuerzo por ser nosotros mismos?

Porque la obsesión por la identidad personal es como la locura del nacionalismo: una construcción que deja heridos y muertos en el camino. Segrega lo que no le calza en el ideal y crea un relato de guerra contra enemigos que le permitan sostener una cohesión imaginaria.

El enemigo lógico de la #vidaauténtica debiera ser lo que huela a simulación. Sin embargo, parece que a esta ideología no le importa tanto la tensión entre lo verdadero y falso, ya que asume con total descaro que una imagen ultra planificada, llena de filtros y a la espera de aprobación, está libre del polvo y la paja de la falsa conciencia. Lo auténtico, más bien, responde a una tensión entre lo exclusivo y lo masivo: mientras menos accedan a esos rincones del mundo donde nos refugiamos, más cerca estaremos de lo genuino.

El enemigo entonces de “los auténticos” es la masa, el ciudadano medio. Ese que a veces aspira a ser rubio –al menos por estas latitudes–, que suele vestirse combinado y cargado al polyester, que le gusta ver tele, que está orgulloso de poder llevar a un hijo a la universidad gracias a sus logros económicos, que disfruta del acceso a una tarjeta de crédito. Una caricatura, por supuesto, del nunca bien ponderado “ciudadano de a pie”. La vieja mayoría.
Pero no solo el ego hipster desprecia a este sujeto. También recibe ataques desde diversas élites: se lo acusa de aspiracional, de alienado, de heteronormativo (sí, sentirse demasiado heterosexual hoy también puede ser un problema), de mal gusto.

Por lo mismo, estas sensibilidades críticas hacia lo masivo no se quedan solo en el juego narcisista de las redes sociales ni en el onanismo de las discusiones de la academia. Tienen también expresiones en la administración del poder. Por ejemplo, cuando una élite política supone que debe salvar a la masa de sí misma, arrasar con la moral que la habita. ¿No era eso lo que deseaba el exministro de Educación cuando nos dijo que la masa debía dejar la rasquería aspiracional de buscar colegios con nombres en inglés y otras supercherías? Así como él, no son pocos quienes, con la mejor intención de ayudar al mundo, desprecian al ciudadano común; por común, pero sobre todo por encontrarlo de espíritu cuma. Quizás a ese realismo se renunció, al de aceptar la identidad del ciudadano común; o tal vez la fuerza de la imaginería de las redes sociales llevó a idealizar la integración como una publicidad de Benetton.

Al menos Barbie hipster sabe que #loauténtico también está hecho de plástico. Y que es mejor así, porque cuando se actúa en nombre de la Verdad –tenga esta nombre de progreso, emancipación o retorno posmoderno a lo natural– podemos estar mucho más cerca del verdadero delirio. Asumir que solo se puede aspirar a ser una copia –¿feliz?– del Edén, en cambio, quizás no nos devuelva al paraíso terrenal, pero tampoco nos obligará a escapar de los otros –ni de nosotros mismos– para ser auténticos.

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