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Opinión

24 de Septiembre de 2015

Editorial: El Papa en la Plaza de la Revolución

Muchos esperábamos que el Papa aludiera de algún modo a la realidad cubana, ya fuera para cuestionar el estado de las libertades o solidarizar con la revolución criticando el materialismo del mundo contemporáneo. Se limitó, en cambio, a hacer una prédica evangélica, apostillando la lectura de San Marcos: “Jesús preguntó a sus discípulos sobre qué discutían en el camino –comenzó diciendo el Papa– pero ellos no quisieron responderle, porque les dio vergüenza. Habían estado hablando de quién era el más importante”. Después dijo que a Jesús le gustaba descolocar con sus preguntas, y quizás ahí estuviera la clave para entender su prédica, aunque cuando agregó que “el cristiano está invitado a servir a los otros y no servirse de los otros”, y hacerlo de manera concreta, cotidiana y próxima, hubo quienes entendieron que hablaba en contra de las ideologías.

Patricio Fernández desde Cuba
Patricio Fernández desde Cuba
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EDITORIAL-613

En La Habana hay tan pocos autos que no es difícil adaptarse al bloqueo de calles que ha impuesto la visita del Papa. Los desvíos no generan atochamientos, sino a lo más un agradable espectáculo de muchachas policías, mulatas y delgadas, que vistiendo unas minifaldas encantadoras y unas armas que en sus cinturas parecen de mentira, ordenan a los conductores tomar las vías alternativas y a los caminantes –obsesión algo más absurda– subir a las veredas cuando las calles están cerradas y vacías. “Ay, señorita –le dijo a una de ellas un hombre de 80 años, cuando a las 7.30 de la mañana avanzábamos bordeando el cementerio Colón, camino de la Plaza de la Revolución–, ojalá usted me cargara hasta donde está el Papa”. La joven policía, que apenas superaba los veinte, le respondió sonriendo: “Si pudiera, lo haría, señor, pero no pueeedo”. Y el hombre suspiró: “¡Qué pena más grande!”.

A esa hora, la calle Colón, que desemboca justo frente al edificio del Consejo de Estado, se hallaba prácticamente vacía. Los Ladas de los policías pasaban dejando individuos de civil en las esquinas. En Cuba todos saben que cualquier aglomeración humana cuenta con un porcentaje de miembros de la seguridad entre sus presentes, y la visita del Papa, lejos de ser una excepción, ha implicado un gran despliegue de ellos. A las Damas de Blanco les impidieron asistir (Berta Soler, su máxima dirigente, aseguró que esta visita no ayudaba en nada, porque el Papa estaba detrás de las conversaciones con USA, y en dichas tratativas no se estaban condenando las violaciones a los DD.HH.) y la “bola” hablaba de un número impreciso de detenidos y “personajes conflictivos” a los que no dejaron salir de sus casas ese día.

La misa debía comenzar a las 9 am, pero ya a las 8.15 el locutor, que por el tono de voz y el tenor de sus comentarios debía ser un cura diocesano, avisó que el papa Francisco estaba en la Plaza. Recorrió en su papamóvil marca Peugeot –enchulado por los mismos cubanos– los bordes de la concurrencia, y luego se acercó a darle la bendición a un grupo de gente enferma congregada cerca del escenario.

Minutos antes de la hora presupuestada, comenzó la ceremonia. El frontis de la Biblioteca Nacional, a uno de los costados, estaba cubierto por un gran lienzo con la imagen de Cristo y la leyenda “Vengan a mí”, monumental, pero no tanto como el rostro de Camilo Cienfuegos esculpido en fierro sobre el frontis del Ministerio de Comunicaciones diciendo “Vas bien Fidel”, o el del Che Guevara en el del MININT con el lema “Hasta la Victoria Siempre”. Era, a decir verdad, un raro contexto para una misa. Comentaristas suspicaces resaltaron que el Papa estaba sentado a la izquierda del Che.

La Plaza de la Revolución se hallaba llena, pero no repleta. Había espacio entre los feligreses, que, si somos francos, no siempre eran feligreses. Pocos se sabían de memoria las oraciones de la liturgia y eran raros quienes la seguían con sincero sentimiento religioso. Seguramente en las primeras filas esa emoción era más intensa, pero al centro de la nave los recostados de cansancio superaban a los devotos de rodillas. De estos últimos, vi sólo a una mujer costarricense con su bandera como capa en la espalda orando con los ojos cerrados. “Los cubanos –me dijo una a la que interrogué al respecto– somos más noveleros que católicos”. Quería decir que habiendo una historia, a los cubanos les gustaba estar ahí.

Muchos esperábamos que el Papa aludiera de algún modo a la realidad cubana, ya fuera para cuestionar el estado de las libertades o solidarizar con la revolución criticando el materialismo del mundo contemporáneo. Se limitó, en cambio, a hacer una prédica evangélica, apostillando la lectura de San Marcos: “Jesús preguntó a sus discípulos sobre qué discutían en el camino –comenzó diciendo el Papa– pero ellos no quisieron responderle, porque les dio vergüenza. Habían estado hablando de quién era el más importante”. Después dijo que a Jesús le gustaba descolocar con sus preguntas, y quizás ahí estuviera la clave para entender su prédica, aunque cuando agregó que “el cristiano está invitado a servir a los otros y no servirse de los otros”, y hacerlo de manera concreta, cotidiana y próxima, hubo quienes entendieron que hablaba en contra de las ideologías. Según otros, las actividades negociadoras del Papa no pueden verse dificultadas por declaraciones para la galería: a la galería le habla como cura y solo en privado actuaría el político. De hecho, hizo apenas una mención en ese terreno mientras ofició en la Plaza de la Revolución, y fue para recordar la necesidad de paz en Colombia. Se refería, esta vez, a las negociaciones entre las FARC y el gobierno colombiano que se vienen llevando a cabo hace ya tres años en La Habana. Hasta último minuto seguía en pie (todo esto guardado en estricto secreto) la posibilidad de que el Papa se reuniera durante esta visita con los comandantes del grupo guerrillero, el presidente Santos y Fidel Castro, todos juntos, para salir con un compromiso de paz. Fueron, al parecer, los obispos de Colombia quienes sostuvieron que sería absurdo ceder de tal manera mientras las FARC no realizaran un gesto que diera a entender de forma rotunda su arrepentimiento.

El asunto es que esa reunión quedó en nada, pero no así la intención papal de involucrarse en el arreglo de ese entuerto. Es de imaginar que este Papa entiende ambos procesos como parte de un mismo capítulo que se cierra. Con Raúl y Fidel, en cambio, sí se encontró, y aunque sucedió lejos de todo testigo, desde el gobierno informaron que intercambió libros con el líder histórico. Algo especial ha de tener este régimen que los últimos tres príncipes de la Iglesia han venido a visitarlo. ¿Será que más allá de sus pecados, no le resulta extraña la palabra fe?

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