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Opinión

5 de Noviembre de 2015

Columna: Hablo por mi diferencia

Aún podemos corregir los errores que nos han costado una merma importante en el interés y la participación en aras a una nueva política. Nuestro tiempo, a fin de cuentas, no está terminando. La política universitaria comienza todos los días, todos los años, y es eso lo que hace posible renovarla.

Sebastian Mansilla Ulloa
Sebastian Mansilla Ulloa
Por

marcha confech

Se ha denunciado en muchos tonos la renuencia de los sectores conservadores de la Nueva Mayoría a aceptar la demanda estudiantil de gratuidad universal como una vía para solucionar de raíz el problema de la desigualdad en Chile. Esta desigualdad no sólo está representada en la dicotomía de ricos y pobres –dicotomía poco precisa en realidad, puesto que hoy el mayor porcentaje de familias chilenas siente vivir las afrentas de ser “clase media” o algo que se le parece- sino que también en materia de inclusión e integración y de educación urbano-rural.
En ese contexto, la discusión sobre la reforma educacional y su letra chica llegó para quedarse. Es prioritario que el movimiento estudiantil logre generar consensos y acuerdos respecto de cómo enfrentarla. Sin embargo, la política conservadora no solamente existe en la Nueva Mayoría. También se ha instalado con fuerza en la federación.

Un problema gigante de las elecciones de la FECH 2015-2016, es que ha puesto el acento en el trabajo y las propuestas concretas. Sin embargo, el trabajo no es un valor en sí mismo. No logra nada el hámster que, con mucho empeño, gira y gira en su ruedita de ejercicio. Esa ruedita no se moverá, está anclada a un eje que no le permite sino moverse en el espacio al que está adherido.

Por eso lo importante es generar un trabajo que ponga el énfasis en el cómo, en la implementación, en el funcionamiento de una nueva política de izquierda en la Universidad. Hablar de triestamentalidad, o de fin al subcontrato, son cuestiones que necesitan de un plan de acción concreto si queremos que estas consignas avancen y generen cambios. Asimismo, hay que entender que las propuestas concretas son un medio y no son un fin. Eso implica que, si no funcionan y no permiten acercarse al ideal estudiantil de cambio, deben ser desechadas.

Nos aferramos a nuestra forma de hacer política que, desgraciadamente, ha demostrado fracaso en muchos aspectos. Seamos sinceros: apenas se logra el quórum de representación dentro de la Federación. Muchos compañeros y compañeras que llegaron pensando en aportar a la política universitaria hoy se alejan de conflictos de asamblea que más parecen una competencia por saber quién es más o menos de izquierda, antes que la búsqueda de acuerdos y la generación de una plataforma que permita canalizar nuestras inquietudes. Ser de izquierda es un punto de llegada y no un punto de partida y, por tanto, se demuestra en los hechos.

La diferencia, sin embargo, entre la política de sectores como la DC dentro de la Nueva Mayoría, y nosotros, es que nuestra juventud nos ofrece una posibilidad propia de la edad: Aún podemos cambiar. Aún podemos corregir los errores que nos han costado una merma importante en el interés y la participación en aras a una nueva política. Nuestro tiempo, a fin de cuentas, no está terminando. La política universitaria comienza todos los días, todos los años, y es eso lo que hace posible renovarla. Nadie tiene la receta de cómo hacer política pero, en mi opinión, siempre existen alternativas. Nuestro país cambia cuando los niveles de protagonismo ciudadano van en aumento. Debemos apostar por devolver masividad al movimiento.

Personalmente soy militante de la diversidad sexual y quiero convocar a los estudiantes, a mis amigos, de la Universidad de Chile a darle una oportunidad al proyecto que represento, podemos ganar el futuro y dar una lección a Chile. Algunas vez leí por ahí: si creemos en lo bueno, creamos en lo nuevo.

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